Busco tu rostro y tu presencia.
Tan solo con el silencio,
en la ausencia de las palabras,
busco tu rostro y quisiera sentir tu aliento.
Te busco muchas veces por caminos poco transitados,
en los lugares improbables y alejados de la gente.
Te busco en mis conocimientos,
en la seguridad de mi entorno,
en las voces conocidas.
Te busco incesantemente más allá de las nubes,
en paredes de templos que pretenden encerrarte,
entre liturgias y celebraciones repetitivas;
te busco en el vacío de una religión que aísla.
¿Dónde podrías estar?
¿Cómo podría sentir la sensación de tenerte cerca?
Te busco de muchas maneras,
ya no encuentro ritos ni oraciones que te acerquen.
¿Cómo sentirte nuestro?
Quizás he estado buscando donde estas ausente,
he querido encontrarte en ceremonias y ritos,
de templos, religiones y altares,
en la elocuencia de un sermón cuidadoso,
de esos que se predican por encargo,
para arrancar elogios y aplausos.
Entonces me equivoco,
me he olvidado que no vives encerrado,
que no estas callado.
No eres cómplice del dolor humano,
Ni partidario de la injusticia.
No vives de ceremonias ni en las nubes de incienso;
vives en las calles luchando por el pan de cada día,
cansado de ponerle la otra mejilla a quien te explota.
Estas dormido debajo de un cartón convertido en casa,
borracho en las plazas y en las esquinas,
vendiendo por las calles tu cuerpo por unos centavos.
Vives en los niños y niñas abandonados en las calles,
vives en el dolor y en el grito del que sufre,
tu voz se escucha en el pregón de las noticias,
en el desespero de aquel empujado hacia el vicio,
por la fuerza de la publicidad que ofrece placer.
Tu rostro lo vi el mismo día por las calles de mi ciudad,
en la cara de la victima y en la mirada vacía del asesino.
Por eso no puedo buscarte en el silencio aunque estés allí,
no puedo encontrarte por los caminos pocos transitados,
ni en las cuatro paredes exclusivas de mi religión.
Debo buscarte en medio de los que sufren injusticia,
en aquellos rostros de los que se perdieron en los vicios.
Tu estas en aquel cuerpo que se vende en las calles,
en los que sufren la soledad y olvido de la sociedad.
Es más fácil buscarte en las cárceles y hospitales,
que encontrarte en los templos y sus altares.
Te vemos todos los días con mayor claridad
en la mirada angustiada de los pobres y excluidos,
que en los ojos que se cierran indolentes en oración.
Te buscaré por las calles transitadas por mi gente,
Aquellos y aquellas que trabajan y se sacrifican,
por conseguir el sustento diario de sus hijos e hijas.
Te buscaré en el tormento y en dolor de los que sufren,
En la alegría y esperanza de las personas que luchan.
No dejaré de verte en los rostros atormentados,
de aquellos y aquellas que cayeron en el vicio.
¡Te buscaré ahora en otros sitios y de otra manera!
Obed Juan vizcaíno Nájera.
20 de Julio 2007.