Cajita de besos.
En Navidad, diciembre, es tiempo de tejer sueños. Las calles se visten de luces. Las vidrieras se engalanan. Las guirnaldas, como arcoíris brillantes, hacen piruetas por todos lados y no se pueden mirar sin parpadear; tal parece que si te acercas te enciendes. Suenan los cohetes y los fuegos artificiales iluminan el cielo. Se escuchan melodías y voces que entonan cantos sagrados para celebrar el nacimiento. Las mesas estrenan platos deliciosos. Los niños escriben cartas a Santi Clous y la colocan debajo de la almohada. Todos, después de pedir sus deseos, esperan sorpresas en el árbol mágico. Y en la incesante y milenaria fiesta de vivir, olvidamos por momentos todas las tristezas. Con tanto júbilo no nos hace falta el perdón. El licor purifica todas las almas sin culpas. Y festejamos todos, los buenos y los malos, los náufragos, los mendigos, los locos, los ángeles, los magos, los amigos y los enemigos, los perros sin amo y el mundo entero. Se celebra el gran día en los salones y en los suburbios populares, en los parques y los rincones, no hay excusas para una noche de alegría…y se transforma en manjar una miga de pan…así como el artesano convierte el barro en hermosura. Y yo sigo pensando que en Navidad no todo es fiesta. Hay quienes “celebramos” con penas en el corazón. Hay veces que el dolor es más fuerte que el gozo y sin darnos cuenta se nos escapa la risa, la magia y el misterio. Y qué decir de los sentimientos, unos andan al derecho y otros al revés y no se ponen de acuerdo ni en los días festivos; pero eso no tiene importancia, sigue la fiesta, la impostergable fecha. ¡Qué ironía! Se disfrazan de colores los deseos de llorar…
Toda mi familia está reunida este día, mi hijo, mi esposo, mi madre, mi hermana, mi sobrina, mis tías y unos que otros amigos de la infancia. Ha llegado la hora de entregar los regalos colocados al pie del Árbol de Navidad. Hay muchas expectativas frente a tantas cajas grandes, solo una caja pequeña suspira casi oculta. Cada uno coge la caja que tiene su nombre. Hay un regalo para cada cual. A mí me toca la caja más pequeña, sin dudas, tiene mi nombre. -¿Cómo saber lo que hay adentro de aquellas cajas?-una lógica pregunta. Es una tradición en mi familia, después de tener los regalos, que cada uno abra su caja y diga cuál fue el deseo que pidió, para saber si fue complacido o no, es como un juego. Uno por uno fuimos abriendo las cajas de regalos, algunos son objetos muy valiosos, otros no tanto, acordes a los gustos de cada cual; pero nadie se siente satisfecho del todo, al menos no se nota. Me llegó el momento de abrir mi caja. Todos están muy pendientes porque es la más pequeña de todas. En un abrir y cerrar de ojos, ya está…mi cajita estaba llena de besos. Unos tras otro vienen a mi mejilla y yo soy feliz, muy feliz. Las lágrimas se deslizan por mi rostro y lloro de felicidad…nadie pronuncia palabra alguna, todos me miran asombrados, perplejos, esperando que yo diga de qué se trata todo esto, no se pueden explicar la felicidad de mi rostro y tantas lágrimas por unos simples besos que rosaron mi mejilla y lógicamente me dijeron adiós. Entonces les digo que yo sí estoy satisfecha con mi regalo. Necesité, imploré, pedí esos besos con todas las fuerzas de mi corazón, eran los besos de mi padre. Todos los presentes saben que se me fue hace apenas un año y no está conmigo para festejar esta vez. Estos besos en mi mejilla son el más valioso de los regalos. Me hicieron recordar sus últimos tiempos conmigo, sus pasos de algodón, su agonía, su penumbra y su rostro marcado por la muerte, sus ojos maltratados que no sabían si pedir permiso o clemencia. Esos besos me traen a mi padre otra vez, con su fuerza y su olor a mar…es inútil que les explique…no entienden nada…hay que sentir como estoy sintiendo yo para entender cuanto de amor y recuerdos hay en una cajita de besos…