ESCRITOR RECONOCIDO

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ EN LA PRENSA VENEZOLANA (I)

Con motivo de cumplirse el próximo viernes 29 el 57º aniversario de la muerte del poeta Premio Nobel de Literatura 1956 Juan Ramón Jiménez en la Clínica "Mimiya" de Santurce, San Juan, Puerto Rico, le rendiré honor con la publicación parcial de lo que sobre su persona y su obra ha registrado la prensa venezolana.

Cabe destacar que tan ilustre bardo español publicó en la revista El Cojo Ilustrado de sus primeros poemas. Fue también colaborador del diario El Nacional, el mismo periódico que la élite comunista dominante quiere cerrar, y que le abrió una ventana a Juan Ramón Jiménez, exiliado de la dictadura de Francisco Franco, que le permitió divulgar su pensamiento y beneficiarse económicamente.

Libros de cabecera

EL NUEVO JUAN RAMÓN

 

 

La Editorial Península, nos da el número de 268 de Ediciones de Bolsillo, en 260 páginas, una Nueva Antología de Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel de 1956, con prólogo-estudio de Aurora de Albornoz, en donde se traza una ruta itineraria de la producción del poeta español.

         Alejándose de Platero y yo, y de Segunda Antolojía, obras de personal preferencia de Juan Ramón Jiménez, la encargada de la obra ha hecho la selección de las creaciones posteriores a 1922.

         La aguda antologadora, nos lleva por la poesía del Juan Ramón modernista, de esa que comparte con Darío la influencia en el verso de habla castiza del siglo XX, cuyo reconocimiento está dado por la generación poética del 27, que grabó los resultados en el termómetro del arte.

         Juan Ramón Jiménez, el de Espacio, Dios deseado y deseante, Diario de un poeta recién casado, Hacia la obra total, se deja conocer mayormente a través del celoso y concienzudo tamizaje que hace Aurora Albornoz. Se encuentra en la obra una cascada poética de luz y de tinieblas en base a sustantivos y adjetivos claros y oscuros. La palabra de Juan Ramón Jiménez es certera, penetrante, creadora y rectificadora de la “cosa misma” que representa, que confluye consigo en los momentos básicos “creación” y “depuración”.

         En esta parte, Aurora de Albornoz, señala que de las distintas versiones que el purista Juan Ramón tiene de muchas de sus obras – a las que ha pulido una y más veces, no siempre con fortuna, pues en varias se ha barroquizado al perder su espontaneidad, pese a que él mismo dijera cierta vez del poema: “no le toquéis ya más, que así es la rosa- ha tomado aquellas que para su sensibilidad están mejor logradas.

         Para su demarcación –en cierta manera- ha observado las épocas que en los últimos años Juan Ramón solía clasificar su obra: “sensitiva”, “intelectual” y “época suficiente” o “verdadera”, relievando la búsqueda de la expresión sencilla –que como en Martí se encuentra lo más sólido de su obra, que viene de la tradición- en tránsito a la novedad; muchas de ellas en base a la arquitectura parnasiana y profundidad simbolista, con un dulce ritmo interior y desnudo total de elementos superfluos.

         Las Baladas tienen “música humana, menos íntima que la música de las cosas”, que se perfecciona hasta rematar en Estío, que es el triunfo de la sinfonía y la canción.

         Pasea su mirada ingenua y poética por las ciudades, el mar –“desorden sin fin, hierro incesante”-, los niños, la noche, haciéndolos eternos, con esa sabiduría muy suya que –en la forma- lo hace experimentar con diversidad de estrofas, metros y ritmos, llegando –fundamentalmente- a la síntesis de la razón y la conciencia de los contrarios. Para ello crea una serie de vocablos, recurre al desplazamiento calificativo, al empréstito literario, al “collage” que es el ligado de palabras y frases hechas sin intención estética, en la obra literaria.

         En los poemas tomados de Dios deseado y deseante, demuestra el anhelo y fatiga por investigar al Ser Supremo con el que llega a identificarse.

         Crea la obra clara, ya separada de las tinieblas, con toda la gama de palabras claves, y termina en la perfección suficiente “del hombre último con los dones que hemos supuesto en la divinidad encarnada”.

         Alcanzar esa divinidad, no es conocerla únicamente, sino participar de ella y, aunque Dios está en la meta y es el motor de su lucha, Juan Ramón brinda una visión estética de Él, en vez de religiosa.

         No consta en la Nueva Antología, Platero y yo, ni Españoles de Tres Mundos, que son acabadas manifestaciones de prosa lírica del autor.

(Papel Literario de El Nacional, 29-11-73).

                                                                     Escrito sobre el aire

¡ADIÓS, ZENOBIA!

(pequeña elegía)

                                                                            Antonio Aparicio

 

 

En San Juan de Puerto Rico se le ha ido para siempre a Juan Ramón Jiménez la que durante cuarenta años le había dado, en silencio de amor verdadero, los más altos dones que puede regalar el corazón humano: cariño, compañía, comprensión, fe en el otro, ternura. Como un personaje más de Platero y Yo, como una flor más de los prados andaluces de Platero y Yo, Zenobia dio, en un apasionado instante que duró largos años, todo lo mejor que su ser encerraba: luz, color, alegría. Y después, también como aquellos personajes y aquellas flores –rosas bajo el rocío, claveles bajo el furor meridiano del sol, violetas de la tarde en fuga, jazmines dialogando con estrellas- se fue muriendo poco a poco hasta morir del todo con el mismo gesto con que había vivido: en silencio profundo. Encontré a Platero –se lee al final del libro inmortal- echado en su cama de paja, blandos los ojos y tristes. Fui a él, lo acaricié, hablándole, y quise que se levantara. No pudo Zenobia levantarse, no pudo levantar la voz y apenas se levantó un poco los párpados vencidos cuando tres días antes llegaba hasta su cabecera de moribunda la noticia del gran Premio que el mundo ponía en manos de su compañero. Decía la verdad Juan Ramón: el Premio debieran habérselo dado a ella. Y a ella se lo ha dado mientras subían la cuesta de los años de trabajo, de estrecheces, de soledad incomprendida por los otros. Aquí estaba el reconocimiento de todos. España, madrastra siempre de sus hijos mejores, le había vuelto la espalda, pero la obra de ambos era ya gloria en el corazón de miles de hombres.

        Ya podía cerrar los ojos para siempre aquella que había contribuido a la obra con lo más recatado de ésta. Zenobia había dado a la vida del escritor aquello, imprescindible, que pocas veces el artista encuentra, como una última alegría, ya en la puerta del trance último. ¿No habían soñado, juntos, con algo así: existencia, paz, silencio, soledad tranquila? Como un ángel de la guarda humana Zenobia amuralló la vida de Juan Ramón llenándola pródigamente de silencio hondo, de paz reconfortante, de soledad creadora.

        Ahora se ha ido, cumplida ya su misión, para siempre. Los dos que fuimos uno, en mi han quedado, escribía Juan Ramón hace años, con su escritura de vaticinadora constante que se adelantaba al tiempo.

        ¡Adiós, Zenobia, novia que pasó callada dándolo todo, como una flor puesta por el destino bueno en la mano de un hombre merecedor de esa merced sin precio¡ Algún día, lejano o cercano pero inevitable, llevaremos tu recuerdo hasta aquellos aires de la Andalucía atlántica donde Moguer -¡Cañada de las Brujas!- ¡Pino de la Corona! ¡Corral de San Francisco! –donde Juan Ramón hubiera querido vivir su vejez; donde tú, Zenobia, hubieras querido- para juntar tu tumba a la cima de él, en un abrazo ya para siempre eterno- vivir la muerte que te ha llegado.

  

 

(El Nacional, 30-10-56, p. 4).

                        

EL POETA DE “PLATERO Y YO”

                                          NACIÓ EN ANDALUCÍA, VIVE EN PUERTO RICO Y

                                        ESCRIBE DESDE HACE MÁS DE CINCUENTA AÑOS

                Sus amigos fueron, en distintas épocas, Rubén

                Darío, Valle-Inclán, los Machado, Ortega y Gasset,

                García Lorca, Teresa de la Parra, Alfonzo Reyes

El lema de su obra ha sido

siempre: “A la inmensa minoría"

 

 

Juan Ramón Jiménez cumplirá este año –el 24 de diciembre- setenta y cinco años de edad. Puede decirse sin la menor sombra de exageración, que durante tan prolongada existencia su preocupación única ha sido la Poesía. Ni por un solo momento de su vida sintió la tentación de acercarse a otros géneros literarios como la novela, el teatro, el cuento, el ensayo; la suya ha sido siempre una vida poética hecha y empleada en toda su integridad para el ejercicio y la creación de la Poesía. Vida de tal forma identificada con una sola finalidad, y que por otra parte ha sido vivida siempre en una forma solitaria e intensa, tenía por fuerza que resultar fecunda: sus libros son numerosos y no será tarea fácil hacer su bibliografía completa registrando las diferentes ediciones, las sucesivas versiones de muchos poemas y en ocasiones de libros enteros, así como las múltiples traducciones que han favorecido la expansión mundial de su poesía.

Juan Ramón nació en la Andalucía que él mismo ha llamado Atlántica para diferenciarla de la que vierte sus orillas sobre el Mediterráneo. Nació en un pueblo –Moguer- de la provincia de Huelva, en la Andalucía del oeste. Fecha de nacimiento: 24 de diciembre de 1881. De niño estudia en otra ciudad andaluza, el Puerto de Santa María, y de muchacho ingresa en la universidad de una capital andaluza, la de Sevilla. Esto sucede en 1896, cuando un Juan Ramón de quince años empieza a sentir los primeros impulsos poéticos. Por el momento, estos impulsos no harán de él más que un amante de la poesía. Por extraño que parezca, vendrá de fuera, en realidad de América, lo que le hará entregarse de lleno a su vocación, reconociéndola como carrera y como destinos únicos de su vida. En efecto, en 1901, trasladado a Madrid, conoce a Rubén Darío, “a quien ha considerado siempre- al decir de Ángel del Río- pese a haberse apartado muy pronto y más radicalmente que ningún otro poeta de la ruta por él trazada, como su maestro y como el maestro de toda la poesía contemporánea”. Llegando a Madrid, apartándose de su Andalucía natal, patria de sus etapas de niñez, adolescencia y primera juventud, Juan Ramón llevaba ya consigo todo el panorama espiritual, sentimental y plástico de su tierra Andaluza. Ese legado andaluz irá apareciendo año tras año en su obra sin interrupción alguna. En sus obras más recientes, las de los años actuales, está tan vivo como en los comienzos de siglo, el carácter andaluz de este poeta, su predilección por el verso breve, por la sentencia lírica, por la sugestión luminosa, plástica, sensual.

 

VIAJES.-LIBROS

         Los primeros diez años del siglo Juan Ramón viaja por Francia, Italia y Suiza. En Francia vive un año entregado al estudio de la poesía francesa a la que iba a dedicar años de admiración, pero la que mucho después iba a someter a severa crítica para desembocar en una predilección a favor de la poesía inglesa, fundamentalmente los líricos ingleses del siglo XIX en los que admirará una desnudez de expresión libre de la riqueza retórica que reprocha a los franceses.

         Vuelto a España se instala en Madrid, pero vuelve en diversos momentos a su Moguer natal, a la orilla atlántica de su Andalucía infantil. Ya por estas fechas su nombre ha despertado respeto general y su obra va levantando una admiración en la que está el tributo de los mejores, entre ellos el del divino Rubén. Juan Ramón, que desde sus jornadas juveniles aboga por una conducta de severidad, rigor, aislamiento y soledad, publica unas revistas que van recogiendo las palpitaciones de los distintos movimientos poéticos de vanguardia: Índice, , Ley. Refractario a la publicidad del hombre, defendiendo una ética que lleve a la creación  de la obra anónima, propone a los jóvenes poetas que le siguen la publicación de una revista que no dé los nombres de los colaboradores. Sus libros son ya numerosos: Alma de violeta (1900), Ninfeas (1900), Rimas (1902), Arisas (sic) Tristes (1903), Jardines lejanos (1904), Elegías Puras (1908), Elegías intermedias (1909), Las hojas verdes (1909), Elegías Lamentables (1910), La Soledad Sonora  (1911), Pastorales (1911), Poemas Mágicos y Dolientes (1911), Mealncolía  (sic) (1912), Laberinto (1913), Platero y Yo (1914)...

 

ÉTICA Y ESTÉTICA

         Al frente de uno de sus libros mejores –Belleza, 1917- escribía Juan Ramón una dedicatoria que es la síntesis de su estética: “A la inmensa minoría”. Jamás la multitud, la masa ejercieron atracción sobre él. Ha visto siempre la labor de poeta como una búsqueda en el fondo de sí mismo, como una permanente excavación en el propio espíritu para extraer de esa cuenca misterios lo más diáfano. Él mismo definió en fechas posteriores –exactamente en 1932- su formación y aspiración en el terreno de la Poesía. Esta autodefinición tiene el valor de manifiesto: “Síntesis ideal. 1. Influencia de la mejor poesía eterna española, predominando el Romancero, Góngora y Bécquer. Soledad.

 2. El Modernismo, con la influencia principal de Rubén Darío. Soledad.

3. Reacción brusca a una poesía profundamente española, nueva, natural y sobrenatural, con las conquistas formales del modernismo. Soledad.

4. Influencias generales de toda la poesía moderna. Basta de Francia. Soledad.

5. Anhelo creciente de totalidad. Evolución consciente, seguida, responsable, de la personalidad íntima, fuera de escuelas y tendencias. Odio profundo a los ismos y a los troncos. Soledad.

6. Y siempre. Angustia dominadora de eternidad. Soledad”.

         Semejante estética encierra una ética implacable que hará de su defensor su primera víctima. Pero en el caso de Juan Ramón no hay distancia alguna que objetar entre lo dicho y lo hecho. Su vida, a lo largo de más de cincuenta años de ininterrumpida labor literaria, ha estado –siempre- ajustada a esos moldes rigurosos, exigentes y difíciles.

 

PLATERO Y YO

         Entre sus numerosísimos libros, Platero y Yo figura como uno de los que más alto han llevado el nombre del poeta. Como todos los suyos, también este libro es obra de ensimismamiento y soledad. El libro lleva una dedicatoria que, en su brevedad, bien puede considerarse como el primer poema de la obra, porque el mismo sentimiento que corre por todas las páginas de Platero está vivo en esas primeras palabras. Juan Ramón dedica su libro “A la memoria de Aguedilla, la pobre loca de la calle del Sol, que me mandaba moras y claveles”.

         El libro es todo un poema a los campos, la luz, la vida y los hombres de Andalucía. Elegía andaluza, lo sustitula (sic) el autor. Más que todo lo que pueda decirse y escribirse sobre Andalucía, vale como definición y sentimiento lo que se encierra en Platero y Yo. Este poeta que con declarado orgullo ha proclamado siempre su posición solitaria y que ha soportado en distintos momentos los ataques de quienes veían en esa actitud desdén egoísta, alquitaramiento, estéticismo (sic), escribe en su Platero y Yo la vida de un pueblo, no ya de un pueblo como municipio, como pequeña ciudad, sino de un pueblo humano, general, agitado, emotivo. Las costumbres, las fiestas, las (sic) sentimientos, los tipos populares, el paisaje de los campos, el paisaje de las calles pueblerinas, de las plazas dominicales, todo está en Platero y Yo mejor que en libro alguno. Acompañado y acompañando a este amigo inocente e irracional, a este Platero “pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos”, el poeta compone un libro de ciento treinta y ocho poemas que forman la historia sentimental de un pueblo: la Andalucía cuna de Platero y cuna de Juan Ramón Jiménez.

 

ZENOBIA

         En 1916 Juan Ramón contrae matrimonio con su actual esposa Zenobia Camprubí, que se convierte desde el primer momento y hasta hoy en su colaboradora irreemplazable. Culta, estudiosa, fervorosa de la poesía, Zenobia emprende en la compañía de su esposo la traducción total de la obra de Rabindranat Tagore, haciendo uso de una autorización especial del gran poeta hindú empeñado en que su obra sólo sea vertida a lengua española por la pareja Zenobia-.Juan Ramón.

         De su casamiento nace un libro extraordinario, el Diario de un Poeta Recién Casado, libro que posteriormente ha sido revisado por su autor que ha alterado no pocos poema y hasta el título de la obra que se ha cambiado por el de Diario de Poeta y Mar. La importancia de esta obra es realmente extraordinaria y ha sido señalada varias veces. Se ha celebrado en este libro la intensificación de la densidad poética, una orientación ya en libros de fecha anterior con lo que se abría el segundo estilo juanramoniano, pero que en Diario de un Poeta Recién Casado llegaba a su más justa culminación. Esta densidad poética buscada y lograda por Juan Ramón Jiménez, viene, en su caso, por el camino de la sencillez, tal como él entiende la sencillez: “lo conseguido con los menos elementos”, “lo espontáneo”, “lo creado sin esfuerzo”. Una vez más aparece en Juan Ramón el sentido estético de la civilización andaluza: intensidad, agudización, desnudez, sencillez. Un sentido estético que está vivo en las manifestaciones artísticas del pueblo andaluz, su música, su poesía anónima cantada, o sea su folklore.

         Pero independientemente de estos valores del libro Diario de Poeta y Mar, hay en él otros que me interesa señalar en forma precisa porque se refieren no ya a las evoluciones del sentir estético, sino por tocar un tema de la historia moderna y presente. Todos sabemos como la aparición de una civilización esencialmente técnica ha despertado la preocupación de grandes sectores de la intelectualidad contemporánea. EE.UU. viene a ser el modelo de este tipo de civilización. Pues bien, es muy posible que en Juan Ramón Jiménez, precisamente en este poeta injustamente considerado como de espaldas a la realidad del mundo de los hombres todos, sea donde se da por primera vez, en las letras europeas, el caso de registrarse el choque entre el hombre perteneciente a una civilización antiquísima, depurada y esencialmente espiritualista con la visión de una civilización de cuño opuesto. Vuélvase a la lectura de este libro juanramoniano, reléanse poemas incluidos en la tercera parte del libro, la titulada América del Este, y los que forman la cuarta y última parte con el título de Recuerdos de América del Este escritos en España, mírense con nuestra mirada de hoy poemas como Iglesias, el LXXXVI sobre la Sufragista en el  subway, La Negra y la Rosa, La Luna en Broadway, el poema de la primavera en Nueva York, “el marimacho de las uñas suelas”, el cuadro sobre el National Arts Club, sobre el Colony Club, sobre el Author’s, la aguda sobre las religiones, en el poema Un imitador de Billy Sunday, y se tendrá el primer enfoque de la civilización norteamericana hecho por la poesía europea. Todo esto hace cuarenta años: en 1916.

         Si Platero y Yo prueba lo infundado de creer a Juan Ramón un poeta de espaldas a los dolores del pueblo, Diario de Poeta y Mar demuestra lo inexacto de la afirmación que no los presenta como un poeta de espaldas al mundo de su época.

 

VEINTE AÑOS DESPUÉS

         Juan Ramón se casa en 1916 con Zenobia Camprubí, en Estados Unidos. Enseguida regresa a España, acompañado de su reciente esposa. En España vivirá veinte años. En 1936 estalla la guerra civil española. El poeta sale de España después de haber dejado en claro su adhesión a la causa republicana, a la que permanecerá fiel siempre. Busca hogar en América y lo encuentra, después de algunos años de vivir en Nueva York, radicándose en Puerto Rico. De la admiración de Juan Ramón hacia la isla antillana existen ya muchas muestras en su poesía.

         Allí vive actualmente. Su avanzada edad, su delicada salud, no han alterado su norma de trabajo. Hoy, como ayer y siempre, el poeta trabaja fecundamente, siguiendo la norma de Goethe que él hizo suya desde su juventud:

                             como el astro,

                             sin precipitación

                             y sin descanso.

 

 

                                 (El Nacional, 26-10-56, p. 16).

 

                                           EL PREMIO NOBEL A

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ 

 

       Uno de esos tardíos reconocimientos a las letras hispánicas –que no disponen del inmenso aparejo publicitario de las inglesas, norteamericanas o francesas- ha sido la concesión del Premio Nobel al gran poeta Juan Ramón Jiménez. Jiménez no es precisamente una gloria del “Times” magazine, que como va la mecanización del mundo se ha trocado en la suma medida de valor de nuestros días. Aún en el siglo XIX los grandes críticos literarios- Sainte Beuve, SAINTSBURY, de Sanctis, Braude, Menéndez y Pelayo- podrían contribuir a la orientación del gusto público. En nuestros días, hasta la gacetilla de un periódico de gran circulación mercantil para inflar o bajar los valores literarios. Que se hayan acordado de un gran poeta que ahora hace vida solitaria en la isla de Puerto Rico y en cuya biografía no ha habido otra aventura que la de su pulcritud y quintaesencia poética honra a los distintos Mecenas del Premio Nobel.

         Casi sesenta años de muy serio trabajo artístico abarca la obra más depurada que extensa, de Juan Ramón Jiménez. Desde 1900 su nombre se asocia a uno de los más afortunados momentos de la poesía española. Epígono del Modernismo pero que llevaba a aquella corriente artística una música más coordinada, más “debusiana -provoca decir- que los brillantes cobres Wagnerianos de “Prosas Profanas” desde sus iniciales “Arias Tristes” a los depuradísimos poemas de la madurez, toda la obra de Jiménez representa un inmenso y alquitarado esfuerzo hacia la autenticidad de la poesía. “No la toques no más, que así es la rosa”, dijo alguna vez. Y la frase significaba cómo un nuevo credo para depurar a la poesía de todo vano ornamento, de palabras o anécdotas superfluas para lograr transfigurar ya en sustantivo, en fenómeno único e irrepetible, el milagro poético. Y en su afán de perfección, Jiménez ha luchado hasta con las rutinas sintácticas y ortográficas. Quitarle peso y elocuencia al verso español para conseguir profundidad e ingravidez, ha sido una parte de su admirable hazaña. Un libro que superando los ya gastados símbolos decorativos de la poesía anterior para introducirse briosamente en la sensibilidad del mundo moderno como su “Diario de un poeta recién casado” (1916), marca fecha y señal memorable en la historia poética del español.

         Como es habitual, el “Premio Nobel” encuentra a Juan Ramón Jiménez anciano, un poco refunfuñón y fatigado en su retiro insular de Puerto Rico. Más de seis décadas de trabajo poético es la cosecha de su vida. En sus versos juveniles ya se despedía lánguidamente de la existencia que le ha permitido vivir tres cuartos de siglo entre las crisis y desgarramientos de nuestra edad. Es uno de los grandes españoles de la “España peregrina”. Ha sido también, humildemente, un poeta de los niños como era de los adultos y acongojados, y su “Platero y Yo” equivale en la literatura infantil española a la más tierna fábula de Hans Cristian Andersen. Es nuestro conmovido “patito feo”.

         A su retiro de Puerto Rico se dirige ahora el corazón de millares y millares de lectores a felicitarle y a agradecer este premio tardío. “El Papel Literario” que ha contado al gran poeta entre sus más ilustres colaboradores se suma con entusiasmo al universal homenaje.

 

(Papel Literario de El Nacional, 1-11-56).

 

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