Cuentos del Gallinero
Cuando yo era chiquita, vivía en una casa que tenía jardines rodeados de
ligustros, todos podados y prolijos. Verdinegros y verdes claros, se alineaban en
formas rectangulares largas y angostas, rodeando los pasillos que iban a la calle,
al jardín del frente de la escuela, que dirigía mi madre y al patio grande.
La casa tenía un patio chico con glicinas, esa preciosa enredadera que en septiembre florece en racimos celestes o azules que huelen aromas dulces. Estaban soportadas por una pérgola donde se enroscaban en el sentido de las agujas del reloj. Allí también convivían jazmines del aire y una parra de uvas verdes y dulces
que servían para darnos sombra, aspirar su perfume y saborear sus frutos.
Había otro patio más grande con un molino. A un costado, una pileta para que
nadáramos las hermanas, (que éramos tres, Lía, Chuchi y yo, Beby)
convenientemente cercada porque al fondo, estaba el gallinero, con muchos
paraísos alrededor. Ese gallinero tenía historias de todo tipo. Con mi hermana
Chuchy íbamos a juntar huevos amarillos para que doña Pancha, (gorda, baja y
con deleite por los vinos), la cocinera de mi mamá Rosa, (distinguida, trigueña,
un lunar blanco en su pelo castaño oscuro), nos hiciera tortillas de espinaca, de
acelga, de papas y de zapallitos.
Las verduras se las comprábamos a Spusacul: era un verdulero que tenía carrito con caballo y le habían puesto ese nombre en
el pueblo porque hacía cochinadas delante de la gente. Sólo a veces ¡Un olor!!
Pero era bueno y nos traía frutas y verduras de la huerta, frescas y de muchos
colores: zanahorias anaranjadas, tomates rojos, rabanitos bordó y lechuga verde.
Las tortillas de doña Pancha eran buenísimas. A mi madre la ayudaba una
mucama que limpiaba la casa con primor, una lavandera que llevaba a su casa y
traía la ropa planchada y almidonada. Sobre todo, los delantales de hilo o de lino
impecables. Y un jardinero que arreglaba además todas las cosas que se rompían. Y doña Pancha, la cocinera que todos queríamos mucho.
Al gallinero, por las noches, llegaban a veces las comadrejas. Decían venían del
monte de Beltramo, una de las familias más ricas del pueblo, por entonces.
Quedaba a tres cuadras de casa y eran unas diez cuadras llenas de árboles
frutales y de los otros. Las desagradables comadrejas nos comían esos ricos
huevos amarillos y las gallinas que eran batarazas, pininas, y blancas. También
estaba el gallo con cuello de mil colores y un orgullo marcado en su andar. Unos
patos muy blancos que cuando podían pasaban por el tejido y nadaban en
nuestra pileta, lo cual nos obligaba a desagotarla, lavarla y volverla a llenar.
¡Cómo se enojaba mi mamá cuando las comadrejas nos comían los huevos y las
gallinas! Y mi papá, ideaba trampas para esas sinvergüenzas. A veces se iban y
no volvían por un tiempo largo. Entonces, mi hermana Chuchy y yo seguíamos
juntando huevos amarillos. De los paraísos, nos colgábamos y hacíamos piruetas.
Hasta que un día vino el circo de los Hermanos Gani al pueblo, mamá nos llevó a
la función y vimos como se tiraban del trapecio y ¡con esa música que ponían!, yo
temblaba de emoción y de alegría y de miedo. Todo junto. Y me enamoré de uno
de los chicos del circo que venía a mi grado. Pero nunca le dije nada a él. Con mi
hermana y dos amigos Eddie y Juan, hicimos un trapecio, preparamos un número
de teatro y otro de chistes y lanzamos el circo NORVIL. Los chicos y las chicas del
barrio venían atraídos por esa novedad del circo en casa y les cobrábamos cinco
centavos para entrar al gallinero donde estaban los paraísos y el circo. “Traé las
sillas de la cocina, Beby. Y los banquitos para que se sienten los chicos”,
ordenaba Chuchy. Y el Juan y el Eddie me acompañaban.
La obra era una creación familiar, inspirada en un capítulo de Los Pérez García
con retoques personales: la madre, el padre y dos hijos, Julio y Pablo. Uno de
ellos, muy travieso, se había perdido y toda la familia emprendía una búsqueda
desesperada, hasta que lo encontraban sano y salvo. “Has llegado, hijo mío”,
doña Clara se enjugaba los ojos y lo abrazaba mientras el padre, don Pedro,
preparaba un asado, en su homenaje, tal cual lo hiciera el padre del hijo pródigo
en la Biblia, despertando los celos de Julio, el hermano bueno que obedecía en
todo. “Él se porta mal y lo agasajan y yo que hago caso no tengo recompensa”.
Finalmente, todos comprendían que era bueno eso de perdonar y reencontrarse.
El Eddie era el padre; yo, que lloraba bien, la madre. Juan y Chuchy hacían el
papel de los hijos: mi hermana enfundada en unos mamelucos viejos, era por
supuesto, el hijo pródigo.
Cuando mi hermana mayor Lía, como todos los veranos, llegó a casa desde el
colegio de monjas donde estudiaba en Rosario, nos dio la idea: había que ahorrar
el dinero que ganábamos con el circo para comprarle un regalo a mi mamá, para
el día de su cumpleaños. Hasta entonces, y con esa plata, nos íbamos a la
matinée del domingo, con Eddie, Juan y otros amigos y amigas, y tomábamos
chocolate con churros a la salida o helados, los días de calor. Pero le hicimos caso a mi hermana mayor. Y para el santo de mi mamá, rompimos el chanchito que Lía nos regaló. Fuimos al bazar y le compramos un potiche para el bargueño del comedor. Mi mamá se puso muy contenta. Y nosotras aprendimos a sacrificar
algunas cosas para dar satisfacción a los demás.
Estas y otras son las historias que se tejieron en el gallinero de mi casa, con muchos patios, el molino, la parra, las glicinas, la pileta y esos paraísos que olían tan bien con sus flores violetas que eran un gusto. Cuando se agotó la historia del circo, Chuchy y yo jugábamos a quien ganaba tirándose desde el paraíso al suelo. Yo le iba sacando buena ventaja. Entonces, furiosa porque no quería perder, ella me empujó y me quebré el antebrazo. Yeso, cama, reposo y mi abuela a mi lado leyéndome El Gato con Botas, La Sirenita, La Cenicienta, Pulgarcito, Las Mil y una Noches, Blancanieves,Hansen y Gretel, de los hermanos Grimm. El que más me gustaba era el del Ogro, inventado por mí abuela y se lo pedía y ella lo repetía sin cesar. Hoy,memoro esas vivencias y veo que la creatividad estuvo incrustada en mi ser desde la niñez. Quizá la competencia con mi hermana haya servido para superar etapas y mejorar mi persona. Carlos Fuentes dice: “Yo vengo de una familia en la que cada miembro dañaba de algún modo a los demás. Luego, arrepentidos, cada uno se dañaba a sí mismo”. Aunque no sea tan así, algo hay de cierto en estas aseveraciones. Nos queríamos, nos dañábamos, competíamos, nos cuidábamos. Nada era simple; todo era. Así somos los seres humanos.
Vilma Lilia Osella
Ciudad de Buenos Aires
Comentario
Me encanto mi querida Vilma. Es nostálgico cuando uno recuerda esos días de la niñez y nos damos cuenta de que eramos muy felices y no lo sabíamos.
Una narración familiar, de la etapa hermosa de la niñez-adolescencia:
alegría, bello espacio de hogar, flores de tantos colores y aromas,
hermosamente has descrito esa inocente época de tus inolvidables vivencias
muy querida Vilma Lilia.
Gracias por motivar mis evocaciones.
FELICITACIONES.
Muy hermoso cuento mi estimada Vilma ha sido una delicia leerte.
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
http://organizacionmundialdeescritores.ning.com/
CUADRO DE HONOR
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