Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles... Bertolt Brecht Antes de saltar al campo a enfrentar a sus rivales entrecerró los ojos y se contemplo así mismo, calzado en el uniforme que su madre siempre soñó verlo, pero sobre todo con ese grado de “capitán” que lo distinguía del resto, que lo hacia distinto, que lo volvía especial a ojos de todos, a ojos de cualquiera…
Igual que su madre, padre, hermanos y algunos amigos de la familia el soñó con ese día, lo ansiaba tanto como lo temía…
Defender su tierra, dar todo por la causa, dejar la vida en caso de necesidad, para eso llevaba años preparándose, no había sido fácil llegar a donde el había escalado, sus dotes naturales por supuesto que le favorecían, pero nunca se confió a ellas, por eso trabajaba a diario, se preparaba siempre, por eso el resto confiaban en el…
Todo era cuestión de honor, pelear y arriesgar todo por defender su patria chica, el conocía mejor que nadie el campo de batalla de aquella tarde, cada rincón, cada esquina, todos los limites, como no conocerlos… si desde niño lo recorrió, primero con la vista, de joven lo camino a escondidas y ya luego fue parte cotidiana de su preparación…
Por eso, cuando esa mañana le preguntaron que estaba dispuesto a dar para lograr la victoria, sin dudarlo contesto; “¡todo!, no hay nada que no diera para lograrla, la vida misma es poco o nada por su conquista, para gloria y satisfacción de mi gente…”
Su gente, la que confiaba en sus habilidades, las que sabían que haberse convertido en “capitán” no era cosa de suerte.
Reviso una vez mas su uniforme, el de gala, la situación lo ameritaba, todo en su sitio, impecable, tal como a su madre le hubiera gustado. Admiro su distintivo de “capitán”, sin lugar a dudas eso hacia especial y diferente su uniforme del resto de compañeros…
Pensó en la mujer que quedo en casa, en la que igual que el soñaba con el día que el vistiera ese uniforme y lo cubriera de gloria, pero que igual que el conocía la posibilidad de la derrota, derrota y posibilidad que le asustaban tanto como a el. Tanto que quedo en casa frente al altar particular, implorando la divina intervención en su favor…
Nunca nadie sabría cuantos Padrenuestros y Avemarías era capaz de recitar una mente asustada, por mas confianza que en el ser amado se pueda tener, la derrota siempre es y será una posibilidad una vez que iniciadas las hostilidades, el enfrentamiento de talentos y habilidades tiene mil y un imponderables…
Por ser “capitán” tenia la encomienda de vigilar que en el campo de batalla se siguiera la estrategia diseñada por los mandos superiores para derrotar al enemigo. Por ser “capitán” igualmente tenia facultades para variar en el campo la estrategia en caso de necesidad, de tal suerte que si a pesar de que se hubiera determinado que el ataque debía realizarse por el flanco izquierdo del rival, si el en el campo vislumbraba mejores resultados con un ataque frontal o por las 15:00 así lo indicaría al resto, y desde luego que en momentos de apremio vería que todos defendieran su posición, la retaguardia no debía sufrir daño alguno. Debía estar atento a que cuando se tratara de atacar todos pensaran en ofender al enemigo y que cuando se dictaminara recular, igualmente todos apoyaran el movimiento defensivo…
¡Capitán!, muchos de niño lo soñaban, pero solo el lo había logrado…
Apretó los puños, tenia que contagiar al resto de su deseo y necesidad de lograr la victoria.
De ser necesario gritaría al oído de cada uno de sus compañeros de lucha, impulsándolos, convenciéndolos de que es posible ganar…
Por unos segundos no escucho nada, solo el acelerado latir de su ansioso corazón…
Una voz lo regreso a la realidad, la batalla estaba a punto de iniciar.
Su gente lo reclamaba, lo necesitaban para encabezar la marcha inicial.
¡Vamos capitán!, ¡llego la hora!...
Levanto sobre su cabeza y las de los demás su puño derecho y grito; ¡a ganar!, acto seguido emprendió un trote ligero, pero decidido al centro del campo, por delante de todos sus compañeros de lucha…
El rival les esperaba en el campo, el arbitro esperaba listo para lanzar la moneda al aire, dar el silbatazo inicial del partido de fútbol en el que hacia su debut, un clásico para mayor coincidencia, 90 minutos de lucha y coraje, un juego que no debían perder, porque perderlo era tanto como perder el honor…
El árbitro hizo sonar su silbato, el balón se movió lentamente hacia adelante, la fanaticada inicio el duelo de porras y en la cancha varios correrían detrás de un balón y de un sueño…
¡Tienes que ser miembro de SOCIEDAD VENEZOLANA DE ARTE INTERNACIONAL para agregar comentarios!
Únete a SOCIEDAD VENEZOLANA DE ARTE INTERNACIONAL