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(Día de la tierra)
Prefacio
Y cuando nada existía
Porque era El la nada,
Hizo de la noche día
Transformando así la nada
Y cuando todo era negro
Por ausencia de luz,
Volcó su dedo de empeño
Y fraguo el albor de su luz
Tierra mía
(Parte I)
El concepto posesivo
Me dicta la propiedad,
Porque es de EL la heredad
Que quiso hacerla mía,
Mas miren que ironía
Que así la voy destruyendo.
Esa posesión fugaz
Me entregó en demasía,
Dándome la soberanía
Que de su Imagen pasaba.
El así lo quiso, cosa por cosa me dio,
Y al ver que todo tenía
También compañera me puso;
Pues hombre y mujer nos creo.
Y en fino tapiz, el moldeado huerto
Perlas de siembra hasta mi han llegado;
Como maná de fruto en los altares
Que el prodigio del trabajo ha sudado.
Eres, pues, prodigiosa alquimista
Cuando retornas en fruto las simientes
Que al hombre planta en buen estado.
Así, de la tropical a la glacial zona;
Del ancho ámbito de la mar bravía,
Escoltas beneficios hasta La Amazona
Al más humilde de los sembradíos.
Oh, fuente de caudal rupestre
Que por años navegaste en la historia,
Forjó en la vida del andante humano
Una cálida y franca unión que se atesora.
Así descubrimos los aleados ocultos
Descifrando de ellos a cada instante;
Del ave el hermoso y sinfónico trino
Y de las animales su alimentaria carne.
Es así pues, que tus divinos reinos
Dejasteis plantados con singular fineza
Que van todos juntos a nuestras ricas mesas.
Oh, excelencia de tierra ¡Cómo no he de amarte!
Y el líquido que amanta la feraz preñada
O que nos permites ver en cumbres heladas;
Es la bendita, entre las benditas que con ella
En nombre de la Trinidad nos bautizaron.
Planeta cumbre, planeta mío;
Cómo no defender con brío
Tu excelsa y sempiterna existencia.
Hijos todos de ti hemos sido
Y serán por siempre las generaciones;
Porque en ti cultivamos flores
Que brindamos a la Divina Esencia.
Salva pues la tierra que nos ama;
Bendícela en su estoica paciencia,
Cólmala de amor efervescente
Como nodriza noble de la gente.
Oh, excelencia de tierra ¡Cómo no he de amarte!
Silva canto mío a la eminente dama
Que mis ardores todos dulcemente embriagan,
Porque qué pedir que no me haya dado;
Que has de servir hasta de mortaja.
Allí levaran mis fatales desperdicios
Y enteramente te encargarás ufana
De servir a un hijo que muy fiel te ama.
Volcanes, diluvios y movimientos
Han permitido que tu aposento
Sea siempre visitado, engalanando;
El pie de tu cama con finos aromas
Dejados así por broma
Por la Dulcinea de quijotesca flama.
Y si una tarde crepuscular atinas
O una mañana en mí balcón te asomas,
Siempre he de reír tu secular ocurrencia
Y lo celebro con mis mejores galas.
¡Eres así, eterna dama! y por mi enamorada.
Son para mí los continentes, hijos de gran matrona
Que voy diviso, cruelmente castigada,
Desde mi cómoda poltrona ensimismada.
¿Qué hacer por ti madre amada?
¿Qué hacer por ti, pequeña mí?
He de rendir mis últimas y fieras batallas
Sobre le postillón de mí alucinante hombría.
Quiero dejar mis letras encendidas
En las mentes de quienes son mis pares,
O me dirán que la muerta vive;
¿Aunque la veamos crucificada en los altares?
Vive tierra, bendita amalgama
De sabores, dolores y porfías.
¿Cómo no he de amarte, amada mía
Si eres la ternura de mis días?
Oh, excelencia de tierra ¡Cómo no he de amarte!
Theo Corona
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Autor: Theo Corona
© 2011
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