Al borde de la carretera N-321, cuando yo era un chaval, allá por los años 1.956 ó 1.957: -hace muchos años ya, aunque a mi me parezcan pocos-; se me dieron los primeros acontecimientos de intimidación, que he sufrido a lo largo de mi vida.
–Yo podría decir: momentos precavidos, de iniciación a acontecimientos paranormales o nidación a miedos combustibles en mi persona-.
Digo combustibles, porque lo mismo que entraban en un momento a mi ser, ardían en mi pensamiento incrédulo, sin dejar rastro físico o espiritual de lo que siempre consideré inexistente.
Los acontecimientos de juventud, -en la mayoría de las ocasiones-, se desarrollan vertiginosamente y sólo quedan algunos de los acontecimentos vividos en ella, como la huella de una vacuna gravada en la memoria; o el lugar de batalla que nos quedó en el antebrazo cuando fuimos vacunados contra la viruela.
Aquella tarde: pasé lo más rápido, que me era posible -montando la bicicleta de mi cuñado Miguel, que por entonces la tenía como propia- y que constituia mi gran jobi, recorriendo el pueblo desde la mañana a la noche en todas direcciones, ya que era mi burra del pedal a la que dedicaba, sin pensarlo, todas mis energías. Por entonces, aunque la usábamos ambos, ya la iba considerando de mi propiedad y mi cuñado, apenas se acordaba de la bicicleta; yo creo que él debió pensar, que con ese pequeño capricho otorgado a mi entusiasmo, él había ganado mi amistad y el consentimiento perpetuo a aceptarle como cuñado permanente.
Él la utilizaba muy poco, algún que otro día: para ir a clase cada día y yo porque no tenía otra cosa mejor que hacer y me encantaba, cada vez más la ponía a mi servicio.
Deciase por aquel entonces: "que al pasar por la puerta de la casa de Malandrín, salían dos lobos de su interior y te perseguían toda la calle abajo, hasta el final de la misma, donde te arrancaban los pantalones a tiras y tenías que ir mostrando tus vergüenzas por todo el pueblo hasta llegar a tu casa, donde podrías taparte las carnes intimas de nuevo.
Muchas veces, cuando te daban alcance, -no solamente te arrancaban los pantalones a tiras-, sino que se llevaban entre los dientes: algún trozo de piel o carnes y se comían allí mismo, del hambre que tenían acumulada las dos fieras.
 En ésta ocasión yo pasé por la puerta, a todo trapo y medio asustado, como un ciervo huyendo de ellos; pero consciente y seguro de mis posibilidades de salir airoso, ante cualquier envite que pudieran hacerme.
Por entonces estaba muy seguro de mi capacidad y fortaleza, constituyendo en mi interior casi un reto, que por mi inconsciencia no llegaba a medir los riesgos, que tales hazañas podrían acarrearme.  
Era Malandrín un hombre rechoncho, canoso y bigotudo; de mediana edad y estatura; pero bastante osco.
Podría decirse, que no destacaba en nada, pero lo tenía todo.
Poco hablador; pero era un labriego muy trabajador y honrado.
Tendría la misma edad que mi padre.
Aquel día observé -al pasar por su puerta- que estaba cómo de mudanzas, pues llevaba algunos muebles y varios líos de ropas que cargaba en los serones de sus dos mulos.
Su mujer y sus dos hijas, le ayudaban en este menester. 
Al llegar al final de la calle y no habiéndome salido ninguna de las fieras de las que tanto se hablaba, me volví y recorrí toda la calle en sentido contrario.
Al llegar al final, volví otra vez más lentamente.
Pasaba por el recorrido, que siempre hacía -casi a las mismas horas cada día-, tratando de hacerme el encontradizo con la hija mayor de Malandrín, de la que era cautivo por lo profundamente enamorado. Era mi primer flechazo y mi mente sólo podía estar ocupada para contemplarla en todas las ocasiones, que me fuese posible. Eran mis primeros escarceos amorosos y bien cierto es, aquello que se dice: “los primeros amores son los mejores”; pues a mí, aún no se me han borrado de la mente y de los recuerdos de aquellos días, los encantos tan plausibles, que yo observaba a cada momento en aquella delicada criatura.
Ya se encaminaban toda la familia calle abajo y la mujer de Malandrín, que se llamaba Micaela, iba a la cabeza, llevando del cabestro al mulo más viejo.
Se encaminaban en fila india, cerrando el grupo su marido con un muleto que no hacía mucho tiempo que había domado, a puro cojón...
Iban en reata...
El padre sostenía con energía todos los tirones que el joven animal le iba dando por el camino, pues era bastante asustadizo e inquieto, pero se notaba la mano firme del amo que lo llevaba; de cuando en cuando le daba un fuerte serretazo que el apaciguaba los ánimos al romo, pero que a simple vista, se podía apreciar la rotura de la piel de las quijadas que aparecían en carne viva por donde se le clavaban los dientes de serretillo.
Tras de la madre le seguían las dos hijas, en una carreta de madera, semejante a las que se ven en los western americanos, usadas por los pioneros, incluso con su techo en arco de herradura, de la que tiraba el burro negro mohíno de orejas grandes y caídas.
Algunas sillas colgaban de la parte trasera del carromato y tres colchones parecían contener o aplastar otra serie de enseres propios del hogar.
Debió parecer mi presencia, como una huida al pasar en paralelo junto a la carreta, fue más bien un acto de vergüenza interna el que sentí, pero aprecié que la chiquilla –que se llamaba Juana y era de casi mi misma edad- me había visto al pasar y, mi pedaleo, se hizo mucho más intenso, hasta tal punto, que estuve a punto de salirme en la curva que existía al final de la calle.
La chiquilla era morena, con el pelo largo –hasta la cintura- bastante espigada para su edad, de ojos claros – tirando a verdes- y empezaban a formársele las primeras curvas femeninas y estaba yo muy seguro, de que: llegaría a ser un gran monumento de mujer.
Apenas empezaban a apuntársele los pechos como dos abultamientos insalvables, que siempre fueron el deleite de mis ojos.
No va al caso mi sensualidad pueril, ya entonces mi apasionada.
El caso es que, se mudaban.
Abandonando aquella lúgubre casa, que por estar situada en la umbría de la curva más pronunciada de la carretera y a unos 2 km., de las primeras casas del pueblo,  la hacían más inhóspita si cabe.
Me provocaba bastante temor, el hecho de cruzar por delante de su casa, cada vez que podía hacerlo, aunque nunca lo dudaba. 
También creo que contribuía a mis preocupaciones o miedos el hecho de no estar encalada, como las demás del pueblo.
Había ciertas habladurías sobre aquella casa, pues había oído de algunos clientes en la tienda de frutas y verduras de mi madre, de la que se aseguraban acontecimientos de un duende un antepasado de aquella familia, por lo que se consideraba: ser una casa hechizada y a sus moradores personas muy especiales y con poderes espirituales .
¡Si…¡
En ciertas noches de finales de octubre, cuándo se acercaban las fechas de los Santos y los Difuntos, se oían chirridos de puertas, los cuadros se movían y se ladeaban; alguien comentó, estando yo presente en la barbería, que la noche anterior alguien había estado arrastrando cadenas por las calles que suben hacia el cementerio.
Se escapaban animales de los corrales y las cuadras; invadidos por una especie de picada, que los volvían locos, a la que algunos llamaban –la picada de la cuca-; algunos de estos animales desaparecían para siempre y otros: estaban desapareciendos hasta pasados varios días.
Nadie sabe cómo podrían escaparse los mulos, las vacas, que trabajaban como bueyes o los burros porteadores de arena del río para la construcción.
Los dueños de animales estaban siempre pendiente de ellos y si en algún momento se tenían que alejar de ellos, los dejaban trabados y se cuidaban, muy mucho, de estar ausentes por poco rato; por esas fechas, los tenían siempre a buen recaudo y por las noches los dejaban bien encerrados en sus cuadras, vigilándolos de tiempo en tiempo durante la noche.
Hasta los perros desaparecían, cómo almas que llevara el diablo.
Alguien más preciso, contó en cierta ocasión, que todo aquel tropel acontecía por esas fechas señaladas, debido a que Juancho El Roío -tío de Malandrín- del que éste había heredado la casa y sus alrededores, se suicidó -allí mismo-, colgándose de la baranda del patio y poco antes de estirar la pata, como vulgarmente se dice, se rompió la soga y quedó pataleando en el suelo por espacio de más de media hora, luego la espichó, sin remedio –según cuentan- pero los que estuvieron presente le cogieron un gran pavor al difunto; quizás por las malas andanzas que había llevado –conocidas de todos- y tal vez, porque la mayoría, llegó a pensar, que aún no se había muerto.
Ya hacía más de veinte años de este acontecimiento y se creía que aún Juancho El Roío, andaba vagando -con su alma acuesta- desde entonces, causando bastantes estropicios a sus moradores y a muchos de sus vecinos.
Nadie podía asegurar los motivos -a ciencia cierta-, pero la verdad es: que todos los que conocían estas habladurías se ponían en guardia, al acercarse o pasar por sus alrededores.
Días después pude saber, que toda la familia se había trasladado a una casa más pequeña cerca de la ermita del pueblo.
Por entonces empecé a pasear con la bicicleta, por los alrededores de todas las casas que estaban por los aledaños de la ermita, hasta que una tarde volví a ver a Juana de nuevo.
Parece ser que cuando todos ya habían abandonado la casa siniestra: a Micaela se le olvidaron algunas cosas y así, que lo recordó –a la mujer de Malandrín-, se le ocurrió ir a la antigua casa para recoger el cedazo de la harina para hacer el pan y las trebenes; así se lo comunicó a su marido y a pesar de advertirle que no debía volver por allí; ella insistió y fue a recoger ambas cosas, que le eran tan necesarias en su cocina.
Cuando llegó a la cocina de la antigua casa, vio el cedazo colgado de un clavo en la fachada de la pared, por encima del fregadero; fue a cogerlo, pero éste se descolgó sólo y empezó a flotar en el aire.
Algo inexistente la sorprendió y muy quedo le dijo: déjalo, que yo te lo llevo...
Ella salió a escape corriendo y el cedazo iba detrás al mismo paso pero sin que lo llevase nadie. Por supuesto que ya ni se acordó de las trebenes.
Micaela, no podía creerlo, cuánto más ella corría, más rápido se movía el cedazo, como queriendo alcanzarla.
Antes de llegar Micaela a donde estaban sus hijas y su marido parados esperando; los mulos se volvieron espantados, rociando todo lo que llevaban encima, por las calles del pueblo y hasta el burro mohíno, con la carreta salió corriendo calle abajo destrozando el carromato contra la paredes de las casas vecinas.
Esta familia, después de ser visitadas por el  médico aquella misma tarde y después de una reunión que celebraron el Médico, el Cura, el Farmacéutico, el Notario y el rico del pueblo, con el Alcalde (presidiendo el acto), acordaron que durmiesen en los calabozos del municipio, claro está a puertas abiertas y con el Alguacil, como vigilante toda la noche, para que no entrase, ni un sólo fantasma; al menos eso creían ellos porque nada más se hubieron acostados, uno a uno fueron a parar  a la plaza del pueblo en sus propios colchones, rodeando la fuente central de la plaza.
Tanta vergüenza pasó Malandrín, que estuvo a un palmo de perder el juicio, y en voz alta gritaba, mirando a todas partes.., ¿pero qué es lo que quieres tío, para dejarnos en paz..?, y no fue crédulo al oír: "pídeme dineros -por todo el pueblo- para ofrecer en manda 5 misas a la Virgen de la Candelaria".
Después de haber cumplido tal manda.., toda la familia volvió en paz a la casa del fantasma, sin que desde entonces, haya habido ningún contratiempo que mencionar. Sólo habré de reseñar: que habiendo pasado algunos años y cuando algunos nativos del pueblo cursábamos Medicina en la Facultad de Granada y llegamos ser bastante amigos debido especialmente al paisanaje –entre los que nos encontrábamos Juana y yo-, teníamos muchas dificultades para poder asimilar los conceptos de la materia Anatomía y muy particularmente los caracteres y perfiles de los huesos del ser humano, por lo que yo me aventuré a conseguir algunos huesos físicamente reales, para poder asimilar con mejor soltura aquella materia. A tal fin, y mediante contactos muy particulares, me comprometí a recabar algunos de estos huesos del propio osario del pueblo.
Yo era por entonces, un hombre bastante fornido y ya hecho, al que pocas cosas en la vida, le podrían causar espanto.
Y una tarde provisto de las llaves del campo santo –cementerio- y del portón del osario donde Dios sabe la cantidad de restos que desde tiempos inmemoriales, habrán entrado por aquella bocana, parecida a un pozo sin fondo y tan falta de luz, como las minas más profundas; tuve el atrevimiento de pasar, con todos los reaños que pude acumular en mi persona, a través del portón de dos hojas de rejas macizas, que conforman la entrada del cementerio.
Avancé en línea recta, como unas cuatro calles de nichos, conformados en hileras de hasta ocho y de a dos por calles, hasta llegar a la altura donde –ya de antemano- sabía que se encontraba el osario, donde iban a parar todos los restos que eran sacados, pasados unos cinco años, y arrojados al pozo del osario, donde seguro que terminarían de descomponerse en los elementos que los conformaron alguna vez.
Recuerdo, que pensé en esos momentos, haber escogido muy mala hora, para acercarme al cementerio para recoger algunos huesos, pues se estaba haciendo de noche y en breve tiempo, la oscuridad seria total, sólo quedaría la luz de la bombilla común que ya se había encendido en la esquina de la ermita, alumbrando en parte la entrada del cementerio y algunos habitáculos existentes frente al portón para los casos de tener que llevar a cabo alguna autopsia. Sin embargo, ya estaba allí, no me era posible dar vuelta atrás. La persona que me había permitido acceder con las llaves, sin ningún tipo de contratiempo, seguro que no estaría dispuesta a facilitarme un segundo favor, con el mismo fin –he de hacer ver, que los tiempos han cambiado mucho y muchas costumbres han ido evolucionando, como todo los hechos que al conocerlos, nos parecen normales y caducos- pero esas circunstancias que se estaban dando, aún hoy no son posibles y mucho menos se consideran normales. Muy posiblemente esta persona se encontraría en estos momentos, tomando media botella de vino mosto en alguna taberna del pueblo y casi seguro que estaría con uno de mis mejores amigos, que había eludido acompañarme, con el pretexto de quedarse en la taberna del Frascuelo bebiendo –mano a mano- una botella de buen mosto, mientras yo iba a recoger: algunos fémur, tibias, mandíbulas y cráneos.
Me vi en el aprieto, de no poder negarme a llevar a cabo mi pretendido compromiso, se suponía que un hombre de mi edad, no podía poner reparos para llevar a cabo con buen éxito lo que me proponía. Ya no había vuelta atrás, so pena, de quedar como un bebé de teta, que se amilana ante el menor de los inconvenientes. Puesto que la noche se me echaba encima, me apresuré para poder llevar a cabo mi cometido; la luz escaseaba y mucho más penumbra se hacía hacia el lateral donde se encontraba el osario, que se agrandaba con la fachada situada hacia el este, en un recodo del callejón perimetral.
Una puerta de hierro en arco de medio punto, agujereada en círculos concéntricos en su parte media alta y cuadrangular, parecía darle ventilación o respiración a la vida putrefacta que encerraba aquel pozo. Jamás me había asomado por aquel hundidero, donde ¿quién sabe las profundidades, restos o polvos de su contenido?... Volví a pensar en la temeridad que constituía mi propósito y que me tuvo en dudas por algunos instantes. Ahora empezaba a sentir fuertes reparos por mi impertinencia. Todo estaba en silencio. Caía la noche como una cortina de humo de una densidad más alta que el plomo. Empecé a recordar las caras de muchos de los muertos, que cuando estaban en vida: había sido mis vecinos o allegados –casi todos mis familiares fallecidos, no estaban a más de veinte metros de donde yo me encontraba-. Me parecía oír algunos susurros, pero comprobé que era mi mente calenturienta, no acostumbrada a tanta quietud. Metí, temblando la llave por la cerradura de hierro del osario, que chirrió gravemente al girarla a mi derecha. Hube de darle dos vuelta, con gran esfuerzo y teniendo el máximo cuidado de que no se rompiese la llave. Mejor hubiese resultado de haberse roto; yo habría tenido una buena excusa para volver sobre mis pasos, sin verme obligado por virilidad a proseguir aquella locura.
Finalmente conseguí soltar el pasador de la cerradura y tiré libremente de la llave, pero de esa forma no conseguía arrastrar la hoja de la puerta, por lo que tuve que meter la punta de mis dedos por la parte alta y lateral de la puerta y tirar con fuerzas, al momento, empezaron a salir salamanquesas y algunas arañas, imperceptibles, que apenas podía ver, por la poca luz que quedaba. Una vez semiabierta la puerta. Al intentar asomar la cabeza, hacia la parte interna del pozo, un cúmulo de telarañas, se me pegó a la cara y a toda la ropa, traté de sacudir aquella maraña, que tanto me sofocaba, pero lo que hacía con ello era pegarlas más a mi ropa, por lo que hube de enrollarlas, como si se tratase de pegamento a punto de fraguar.
Poco después, conseguí asomarme hacia el interior, pero no conseguía ver nada, sólo la negrura intensa de un habitáculo que soltaba un olor intenso a rancio y como al corcho húmedo de algunas cámaras frigoríficas.
Ideé prender mi encendedor y asomarme nuevamente por la bocana, con el encendedor prendido.
Me sorprendí, casi hasta caer para atrás del fuerte resoplido iluminado que provocó algún tipo de gas que se escapaba, seguramente había sido alguna cantidad de fósforo acumulado en forma gaseosa, cuyo resplandor iluminó brevemente el osario y mis alrededores. De repente se me hizo una total oscuridad, muy posiblemente, debido a la impresión lumínica que se llevaron mis pupilas.
No llegué a ver la profundidad del recinto y nuevamente tuve que prender el encendedor y agachándome más hacia la parte más baja de donde podía alcanzar con la mano extendida, pude ver que la superficie del osario se encontraba a unos 80 ó 90 centímetros de la parte baja de la bocana de la puerta del osario.
Pocas alternativas me quedaban, si quería coger algunos de los huesos que aparecían en la parte superior de la base del osario; sólo podía tratar de meterme dentro del recinto, pues desde el suelo, tirado en el piso, no alcanzaba a llegar al fondo, donde se encontraban los huesos que yo necesitaba.
Mi temeridad, fue tal, que con cuidado salté esos centímetros, pensando en quedar de pié y fácilmente podría salir del agujero, con tan sólo colgarme del bastidor de la puerta en su parte baja y tirando de mi cuerpo, volvería a salir al exterior.
Yo iba provisto con un saco de papel, de los que usan para transportar el pan -ya cocido- y que, no olvidé; cuando salté lo llevaba en mi mano izquierda; pero fue tal la impresión que me llevé al caer en aquella especie de serrín, que al poco lo encontré flotando por la superficie de aquella materia –mitad cenizas, muchas partes de polvos y algunos restos de tablas y huesos enmarañados-.
Con mi peso de ciento veinte kilos: llegué a clavarme literalmente hasta los hombros, poco faltó para que me cubriese por completo. La impresión que me llevé fue tal que hasta se me escaparon los esfínteres.
Creí entrar en los abismos más profundos. Nunca tuve una impresión tan fuerte, que hasta las arterias parecían querer salirse de sus canales. Las órbitas de los ojos me parecían haber alcanzado el doble del tamaño habitual que tenía, al menos esa era la impresión que sentí. Mis pelos, seguro que estaban de punta y a poco de desprenderse de mi piel, como huyendo de la quema que se me avecinaba.
Notaba un continuo picor por todo el cuerpo, a pesar de ir cubierto de ropas de abrigo, fuertes y resistentes –debido a la época del año-; me pareció notar algo que corría delante de mis bigotes y supuse que era algún roedor, que se vio sorprendido con mi presencia repentina.
Aquella situación en la que me encontraba –por mi falta de tacto y porqué no decirlo: por tratar de remover los huesos de los difuntos- bien que me la merecía, aunque mis propósitos fuesen plausibles. Nunca debí ejercitar mi iniciativa en tal menester. Ahora pereciera que me estaba ahogando en una ciénaga de arenas movedizas, con todos los inconvenientes y prerrogativas de encontrarme en presencia de todos los antepasados, y conocidos, que posiblemente estarían expectativos a los acontecimientos futuros, que seguramente sería mi perdición en aquel foso de inmundicia y mezclas de sabidurías apolilladas.
No me atrevía a moverme en aquel maremágnum de astillas, huesos rotos, restos de coronas y alambres; temeroso de espantar algunos insectos o reptiles e incluso ratas, que podrían atacarme.
A cada momento que permanecía en aquél estado y situación, se me hacía la vida más corta e inoperante.
Todos mis miedos se habían concentrado en un instante, como para darme la más grave lección de mi vida; quizás por vialar la estabilidad y templanza de aquellos restos. Empecé a notar, como me daban unos tirones de los talones de los pies, que querían o pretendían hundirme más en aquel relleno de inhumanidad.
Muchísimos fueron los pensamientos pasando en tropel por mi mente y todos ellos, tratando de alcanzar la libertad de una forma viable, que pudiese ponerme a las puertas de aquella cercana abertura. No encontraba la forma, ni el modo de poder agarrarme a alguna rendija, grieta o prominente agarre. Todo el interior estaba enfoscado y alisado o fratasado a conciencia. Mi desesperación llegaba al su límite y notaba, como mi cuerpo no podría resistir mucho más en la situación que estaba; muy posiblemente me reventaría el corazón de la fuerte impresión a que estaba siendo sometido.
Ya me estaba llegando la inmundicia a las orejas y habrían pasado, cuando menos tres horas, desde que esta en aquella incalculable situación, cuando me pareció topar con algo sólido, parecido a una pierna fibrosa, que aún se mantenía unida, por los ligamentos desde la parte alta del fémur hasta los metacarpianos y que consideré bastante larga, como poder alcanzar la puerta.
Aduras penas, puede sacar aquella aparecida estaca y la fui alzando hasta alcanzar la puerta, que cedió con gran dificultad a mis intentos y esfuerzos continuos.
Logré abrirla, hasta alcanzar que penetrase algo de luz de la lejana bombilla que estaba situada como a un centenar de metros, en la esquina de la ermita.
Posteriormente, me vi forzado, a tratar de enganchar la parte talonada de aquella pierna en descomposición, metiéndola por debajo de la hoja de la puerta semiabierta, hasta empotrarla y engancharla con el bastidor, que hacía un pequeño escalón de entrada y, cuando lo pude conseguir, con sumo cuidado de no romper la pierna, fui tirando, con mucha lentitud, para que todo mi cuerpo fuese subiendo, como si estuviese enganchado a una liana; al mismo tiempo, apreciaba: como mi cuerpo se iba irguiendo hacia arriba, producto y consecuencia de la flexión a la que yo estaba sometiendo a mis bíceps; pero muy lentamente para no forzar mi apolillada liana. Llegado un momento y a poco más de unos diez centímetros de recorrido ascendente, la subida de mi cuerpo se estabilizó y volví a notar una fuerte presión sobre mis talones, algo más fuerte que la vez anterior; parecía como si estuviese enganchado en algún saliente del subsuelo, que no me permitiría subir. Yo volvía ha hacer mucha más fuerza en mi flexión muscular, tratando de superar aquella fuerza, que me retenía, pero no llegaba a despegarme de ella.
Era como si estuviese pegado en un terreno embarrado. La actividad a la que tenía sometido a mi cerebro en todo momento, fue vital y esencial para mi sobrevivencia y mis emociones fluían con intensidad a cada descarga de adrenalina que me invadía, que lentamente iban siendo contrarrestadas por sus oponentes y continuas descargas de noradrenalina.
Todo mi ser estaba en un estado espasmódico de mioclonías delatoras y en continuos estados espasmódicos. Afortunadamente, mi corazón fuerte resistió para poder soportar aquél estado desafortunado por el que estaba pasando, debido a mi imprudencia –seguro que algún día me pasaría cuenta de tales esfuerzos, si conseguía salir con vida de aquel trance. Recuerdo que hasta llegué a rezar algunas plegarias e invoqué firmemente, y con grandísima esperanza a la Santísima Virgen de la Candelaria, para que me ayudase a salir de aquella situación.
Renové fuerzas, en breves instantes, e intenté retomar con más cautela e impetu los movimientos a realizar para tratar de subir por aquella especie de liana que me había proporcionado, pero llegado un momento fatal, mi vinculo con la puerta se soltó y volví a penetrar nuevamente, hundiéndome en la materia, como unos cinco o diez centímetros.
La penumbra del habitáculo que se había formado a mi alrededor, debido a la luminosidad que entraba de la distante bombilla, me permitió apreciar con más detalles, todos los restos que tenía más cercanos a mi cara.
Conseguí coger un fémur por su mitad y hacer presión, como tratando de hundirlo entre los demás restos; aquella opción me permitió subir un trecho parecido al que anteriormente había bajado, al soltarse mi liana. Al apreciar mi progreso, pude hacer lo mismo agarrando otro fémur, que estaba semiclavado entre aquellos escombros, y seguidamente, empecé un forcejeo continuo y sincronizado –en la medida que me lo permitían mis fuerzas- y al cabo de un buen rato, conseguí estar enterrado, solamente hasta la cintura, pero todavía notaba la presión que tenía atrapándome de los talones.
Forzosamente tuve que hacer un pequeño descanso, ya estaba seguro de que podría alcanzar el filo del escalón de la entrada de aquella mazmorra, por lo que me empecé a relajar lentamente, dando paso, mi estado mental, a unos síntomas nuevos, especialmente de asquerosidad hacia todos los restos que me rodeaban.
Empezaba a tener náuseas profundas y mi olfato despertó de su aletargamiento inicial, cuando me clavé sorpresivamente en aquellos restos inmundos. Llegué incluso a tener un flato advenedizo y poco faltó, por su consecuencia: hacerme perder todos los sentidos, seguramente fue una lipotimia momentánea. Me notaba muy falto de energías por todo lo que me estaba sucediendo, por la ansiedad manifiesta que ponía en cada uno de mis movimientos para salir de aquel sitio y lógicamente por las energías que estaba consumiendo mi organismo.
Estaba sumamente cansado y nuevamente intentaba subir algo más para alcanzar el borde la puerta de entrada; algo se rompió de golpe bajo mis pies y en breve instante, toda aquella materia, que me rodeaba y mi propio cuerpo, bajamos al unísono casi un metro. Ahora, ni siquiera podía alcanzar con la pierna putrefacta el borde del quicio de la puerta. Ya no notaba la presión, que antes ejercían sobre mis talones, algo especial se había quedado tranquilo en su lugar y perplejo proyectaba mi futuro calamitoso a su lado, para toda la eternidad. No tenía medios, ni asidero posible, para salir por mis propios medios de aquella tinaja, que ahora me pareció sin fondo. Seguramente toda aquella maraña de restos habían cedido con el peso y los movimientos de mi cuerpo. Llevaba más de tres horas luchando por salir de aquella trampa en la que, sin la intervención de nadie, había caído. Llegué a sentirme inoperante por momentos, aunque ya no mostraba ningunos signos de desesperación o intranquilidad; más que en ningún otro momento de mi vida, estaba seguro de que en este lugar es donde se goza de la mayor tranquilidad de todos los posibles y habidos en el Universo; quizás la falta de costumbre nos lleva a pensar desacertadamente sobre los lugares tranquilos de nuestro medio, las incomodidades de un cementerio, sólo son notadas por los vivos; los muertos, por serlo, ya: ni sufren, ni padecen. Debí encontrarme en muy mal estado, porque algo me embargó o hipnotizó, que quedé profundamente dormido en aquel lugar. Recuerdo perfectamente un gran sueño que tuve, mientras dormía sobre todos aquellos restos de todos los antepasados del pueblo.
Al quedar traspuesto, se abrió un gran ventanal, que ocupaba, casi toda la fachada principal de mi casa. Llegaba un raudal de luz de tal magnitud e intensidad, que hacía transparentes los cuerpos de seres vivos por todas las inmediaciones a las que se podían alcanzar, como abarcadas por un gran objetivo fotográfico.
El exterior se podía contemplar, como lo es en realidad en pleno día pero con muchísima más transparencia. Los humanos, asemejaban a medusas translucidas, agitando sus tentáculos con una gracia muy perceptible. Asomado a mi ventanal, se empezaron a alinear y fueron pasando en orden delante de mí, a modo de presentación novedosa y formal a todos ellos y una voz, sin timbre, fue recalcando su numeración cardinal, para que yo los fuese reteniendo en mi subconsciente. Muchos de aquellos seres, eran conocidos míos en vida, otros eran mucho más antiguos ya la mayoría, ni siguiera pude tener remota idea de que habría existido; pero todos ellos componían parte de los restos que yo tenía alrededor de mi cuerpo y que había removido, hasta el punto de llegar a ultrajarlos. Todos venían a pedirme cuenta de mi mal comportamiento y al reconocer mi falta, con toda la humildad de que me fue posible; todos ellos manifestaron una hermandad inhumana y al unisonó proyectaron su perdón claro y patente hacia mi persona. Tan sólo hubo uno de ellos que se mostraba reticente para con mi actitud y comportamiento
Era ese: el asignado con el nº 546.132 de los presentes, que en su vida había sido conocido, como Juancho El Roío, el célebre tío de Melquiades y antepasado de mi admirada Juana; aquel, que en tiempos de mi niñez había causado tanto alboroto en mi pueblo. Se mostraba ante mis ojos algo más gris, que el resto de los presentes y en tono más jocoso se vanagloriaba de ser el causante de los tirones que yo notaba desde el fondo de foso, agarrado a mis talones y, sin duda alguna, también había sido el que propició el hundimiento de todos aquellos restos, arrastrándome hacia el fondo de aquel pozo. “Ahora tendrás que permanecer con todos nosotros; tu osadía te ha llevado a terminar precipitadamente tus días entre los mortales”. Has llegado a profanar todos nuestros conceptos y te has atrevido hasta a hurtarme una de mis piernas, como puedes ver –su figura aparecía a mi vista, algo inclinada y era como consecuencia de que le faltaba uno de sus miembros inferiores-. Nunca pensé causar tanto daño con mi actitud; sólo pretendía hacer uso de algunas partes de vosotros, que no creía –en ningún momento- constituyesen un insulto tan grave, como ahora me estáis presentando y aunque se que el desconocimiento, nunca elude la responsabilidad de los actos que se ejecutan con toda libertad: yo ruego a todos perdonéis mis actos y hago un propósito de gran enmienda en público, hasta resarciros de todos aquellos daños que os he proporcionado y para ello: hasta que quedéis todos satisfechos, me someto a la penitencia que deseéis ponerme; pero quiero seguir en el mundo de los vivos, hasta que me llegue una hora natural para mi incorporación a vuestro mundo.
Todos ellos estuvieron de acuerdo en imponerme algunas actividades encaminadas a adecentar todo el recinto del campo santo, algunos profería normas, otros coincidían en que debería reparar mi falta, encalando y limpiando todo el recinto; otros argumentaban que debería pedir dinero a la puerta de la iglesia, todos los días para sufragar todas las misas que fuesen posible.
Finalmente prospero el grupo que lideraba el tal Juancho El Roío, que no claudicaba de su primera actitud de permanecer con todos ellos a partir de esos momentos, no dándome alternativa a que pudiese honrarles nuevamente, si volvía al mundo de los vivos.
Dos días después de lo acontecido y ante la pestilencia que se extendía por todo el cementerio, el guarda llegó –olismeando- hasta la puerta del osario, que se encontró medio abierta, miro en su interior, con la ayuda de una linterna y pudo apreciar mi cuerpo clavado como si fuese una estaca en el centro de toda aquella inmundicia; lleno de estupor y sorpresa, cerró la puerta del pozo osario, echó nuevamente la llave dándoles las dos vueltas que admitía y guardándose las llaves en el bolsillo, se encaminó pausadamente hacia la taberna, la misma donde se había quedado con mi amigo bebiendo una botella de vino mosto, la tarde de mi desgracia.
P.D. Algunos de mis escritos están en la llibrería de Amazón...

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ALBA POSTRERA

8

CABALGAS POR MI PIEL

9

CALZADAS. SONETOS EN VERSOS ALEJANDRINOS

10

CASCARILLAS CON PULPAS

11

CHANZA 2. DEL POEMARIO: GUASACACA Y CARCAJEO

12

COLORES DEL CAMINO ESPERANZADO

13

COMPLETA, PERO ABSURDA

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DE CLARAS GOTAS CASCADA

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EL BESO Y LA FALSÍA

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EL DOLOR DE MÓNICA

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EL HOMBRE SE REDIME

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EL REGOCIJO DE LA PASIÓN CROMÁTICA

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ENTRE LA BRUMA DE TUS SUEÑOS

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ESA MÚSICA SUENA A CARICIA

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FÁBULA DEL ZORRO Y EL LUCERO

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FLOR DE TUNA

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GUIRNALDAS

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INFAUSTO PROYECTIL

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LA ASIMETRÍA DEL ÁNGULO

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LA CLAVE DE SOL POR LA PAZ

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LA REDENCIÓN

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LAS GOTAS

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LLUÉVEME

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ME DIJO SER JUAN TENORIO Y RESULTÓ MARICELA

31

MI VARÓN ES AGRACIADO

32

MIS METÁFORAS

33

NAPOLEÓN Y JOSEFINA

34

NECESITO

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NERUDA, NO ESTÁS MUERTO

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ORGASMO DEL AÑO NUEVO

37

PADRE, HOY EN TU DÍA, NECESITÉ APOYARME EN TU HOMBRO DE PAN DULCE

38

PADRE, HOY EN TU DÍA, NECESITÉ APOYARME EN TU HOMBRO DE PAN DULCE

39

PARA TODOS, MI PALABRA

40

POBRE ARTISTA

41

POEMA BEIGE - EJERCICIO DE ALITERACIÓN

42

QUIEN SE AFERRA

43

SE ACABAN MIS ENTREMESES

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SE ACABARON MIS GANAS, SE ACABARON

45

SERENATA

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SIENDO ALICIA LA ETERNA ENAMORADA

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SOBRE EL OCÉANO QUE LA VIDA ESCONDE

48

SUEÑO QUE HALAGA

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TE ANDO BUSCANDO

50

TU HORIZONTE Y MI ORQUÍDEA

51

UNA MUJER COMPLETA

52

UNO Y OTRO

53

VALLEJO SIGUE GRITANDO

 

PROSA

 

CUENTOS

1

GREGORIANUS

2

LA MAGIA DE BALTASAR

3

SOY PARTÍCULA QUE SUEÑA

 

ENSAYOS

1

MI FÓRMULA ECLÉCTICA DEL CONOCIMIENTO

 

PRÓLOGOS

1

CARMEN SÁNCHEZ CINTAS (SENDA), UN CAMINO VIVIENTE... 

2

MARCO GONZÁLEZ, EL POETA DE LA ADJETIVACIÓN ABUNDANTE Y APASIONADA 

 

NOTAS

1

¿TE PARECE QUE PEPE TIENE LA RAZÓN? ¿HAY QUE APOYARLO?

2

ACERCA DE LOS DONATIVOS MONETARIOS CON ESTE PORTAL

3

AL BORDE DEL ABISMO: ENTREVISTA REALIZADA A MARIO VARGAS LLOSA

4

COMISIÓN EVALUADORA DE TEXTOS Y OTRAS PARTICIPACIONES UHE - SVAI

5

COMUNICADO PÚBLICO

6

DESAHÓGATE: ¿QUÉ ES LO MÁS DECEPCIONANTE QUE TE HA CAUSADO UN AMIGO?

7

EXPO/INDIVIDUAL CULTURAL, EN HOMENAJE AL ARTISTA JUAN HERNÁNDEZ CHILIBERTI

8

FELIZ NAVIDAD - LOS AMAMOS

9

FOTOS - 3ª JORNADA DE PAZ Y 1er CONGRESO INTERNACIONAL DE LA UNIÒN HISPANOMUNDIAL DE ESCRITORES

10

HOMENAJE A MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

11

LA TRÁGICA EXPERIENCIA DE UN TURISTA URUGUAYO EN LA VENEZUELA “CHÉVERE”

12

LA VENEZOLANA GLADYS REVILLA PÉREZ CELEBRA SUS 50 AÑOS COMO ESCRITORA Y BAUTIZA SU LIBRO "CAMINO DE BOTALÓN"

13

LO MÁS RELEVANTE DE ESTA SEMANA (TOP) [Y DE CADA SEMANA]

14

LO QUE MÁS AÑORO EN ESTA ÉPOCA

15

LUIS PASTORI DICE ADIÓS A SU RESIDENCIA EN LA TIERRA

16

MENSAJE AL FINAL DE UN AÑO Y AL COMIENZO DE OTRO

17

MUCHO CUIDADO Y PRUDENCIA CUANDO QUERAMOS EJECUTAR NUESTRO "DERECHO A LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN"

18

NUESTRAS PETICIONES PARA NAVIDAD  Y AÑO NUEVO

19

PRETENDEN CHANTAJEAR A LA ADMINISTRADORA DE ESTE PORTAL

20

SEGÚN LA RAE, LA CONSTITUCIÓN VENEZOLANA RECARGA EL LENGUAJE HACIÉNDOLO IMPRACTICABLE Y RIDÍCULO

21

SÍ, LLORO POR TI ARGENTINA Y POR TI VENEZUELA

PRIMER ENCUENTRO DE ESCRITORES EN EL ARCHIPIÉLAGO

22

UHE ACUERDA REESTRUCTURACIÓN Y CONCURSO DE CREDENCIALES

23

VARGAS LLOSA: GRACIAS A LA OPOSICIÓN, VENEZUELA NO SE HA CONVERTIDO EN UNA SEGUNDA CUBA

 

FORO DE LA DIRECTORA

1

Tema 1. Teoría del Significado SEMIOLOGÍA Y GRAMATOLOGÍA. De Jacques Derrida

2

Tema 2. Teoría del Significado SEMIÓTICA Y COMUNICACIÓN

3

Tema 3. Teoría del Significado FILOSOFÍA DEL LENGUAJE. De Javier Borge

4

Tema 4. Teoría del Significado EL DESARROLLO DE LOS CONCEPTOS CIENTÍFICOS EN LA INFANCIA

5

Tema 5. Teoría del Significado PSICOLOGÍA DEL LENGUAJE

6

7

Tema 6. Teoría del Significado - EL SIGNIFICADO PREVIO A LOS SIGNOS.

REGLAMENTO INTERNO DEL PORTAL SVAI

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