LOS OJOS DE LAS POETAS SOBRE EL MUNDO MASCULINO

(Delmira Agustini y Alfonsina Storni)

Trabajo de Lucía Alfaro con el acompañamiento de Ronald Bonilla para un curso de Literatura Hispanoamericana en la U.C.R.

Hace ya un siglo, cuando la muerte intempestiva de la joven poeta uruguaya, Delmira Agustini, asombró a la sociedad montevidiana; asesinada vilmente por las balas que soltara su exmarido y amante. Ella, quien había sido una señorita de la sociedad, en todo, rigurosa por la influencia familiar, en seguir las cláusulas y normas que competían a su calidad, solamente con sus poemas parecía contradecir su mundo, su educación refinada, con versos de encendida inspiración que alertaban sobre un escenario interior que de forma sutil erotizaba todo lo que tocaba. Una mujer en fin que a pesar de las convenciones, en su palabra, imbuida del simbolismo modernista, transgredía lo que podía esperarse de una muchacha de su clase y enjundia. Ojos de extrañeza y admiración se cernían sobre ella cuando casó, con  un hombre noble quizá, pero ajeno a su sensibilidad artística y cultura. Pronto habría de regresarse al lado del hogar paterno (en realidad de nuevo a los regazos maternos), repelida del matrimonio por las prácticas vulgares al decir de la recién casada, que imponía su marido, mojigata quizá por su formación. Pero rápido también empezó a frecuentar el lecho de su marido, mientras se tramitaba el divorcio; en tanto  sus versos, su correspondencia y su personalidad escindida brindaba el amor, quizá platónico, a otro hombre, al escritor argentino Manuel Ugarte, a quien había conocido dos años antes. Eso cuenta la leyenda biográfica que se ha tejido, o quizá la historia que no sabe indagar en los corazones. A su muerte, de inmediato sucedió el suicidio de su ahora amante.

Quizá treinta años después, la poetiza (así las llamaban entonces) argentina nacida en Bélgica, Alfonsina Storni, que tanto había admirado las letras de su colega, incluso dedicándole poemas y ofreciendo una disertación sobre su obra, se hundiría en el agua – reza la leyenda – o se lanzaría a los torrentes desde una considerable altura, para ahogarse por su propia voluntad, ante el aquejamiento terrible de la enfermedad que volvía a insistir, mientras dejaba cicatrices viejas sobre su siempre dolor de mujer, en una sociedad que ya al final, reconocía sus dotes de gran poeta. Recién había sido llamada al encuentro con las otras dos grandes  de América: Gabriela Mistral (chilena) y Juana de Ibarborou (uruguaya), para dar un Recital y conversatorio inolvidable. Alfonsina había tenido un hijo, siendo actriz y poeta adolescente, de padre desconocido, o quizá conocido para un medio ambiente aún estrecho de la sociedad, y ese hijo la acompañaba, ya veinteañero a todas sus actividades. Era su hombrecito, ante un mundo, dominado por el patriarcalismo más obtuso, que dejó en sus entrañas, las huellas de los amores, casi siempre incomprensibles del mundo masculino. Los escombros de su personalidad, debatiéndose con el mundo que debía aceptar, aunque sus versos se rebelaran y revelaran las contradicciones, saliendo ya de los paradigmas del modernismo, para adentrarse, sino en las vanguardias, en una estética que habría de signarla, junto a las otras poetas recién mencionadas, como de posmodernista, capaz de derribar viejos paradigmas y establecer el talento femenino, no como un apéndice basado en la dependencia, sino como una posibilidad de ineludibles caminos hacia un futuro promisorio de igualdad y respeto por la condición diferente, en historia, en sensibilidad, en inteligencia sui géneris.

Ambas poetas, Delmira y Alfonsina,  tempranamente marcadas por la desgracia final, han dejado su huella, que con el tiempo se agiganta, y entre sus versos iremos a percibir, a olisquear, a pensar y repensar, la marca de lo masculino, sobre sus increíbles sensibilidades poéticas, en esa primera mitad del siglo XX, siglo de claroscuros, siglo que quizá aún no concluye, de la modernidad, de la tecnología desenfrenada, de las ideas que caen fulminadas por nuevos paradigmas, siglo que Einstein y Borges definieran con la relatividad del mundo, donde la frontera entre lo real y lo irreal, ha de percibirse en la multiplicidad dimensional, para encontrar, el hombre y la mujer nuevos, caminos hacia los valores más trascendentes de la humanidad, aunque en tanto las guerras desangraran a la juventud más promisoria del planeta tierra, y lanzaba a las mujeres al trabajo fabril, lo que daría pie, entre otras cosas,  a una lucha más preclara por la emancipación de la mujer, que aún se sigue escenificando sobre las coordenadas vitales del siglo XXI.

 

DELMIRA AGUSTINI: su poesía demolía la supremacía del género masculino en la sociedad. Su muerte no es una paradoja.

“La señorita de sociedad” escribía versos eróticos, decían que ella no podía entender siquiera lo que escribía. Pero los versos pulidos de su estética modernista alertaban sobre un bullir de cuerpo de mujer que por primera vez y como nunca se despabilaba sobre el papel, se cantaba y establecía su libertad de concebirse en tanto ser sexual, distinto, sí, y apenas edulcorado por la belleza de los símbolos propios de la tradición literaria que heredaba.

 

La vida brota como un mar violento

donde la mano del amor golpea…

………………………………………………..

Mi vida toda es una boca en flor!

Pedir más vida para amar es el tema principal del poema Explosión, de su primer libro El Lirio blanco cuyos elementos modernistas y forma clásica en cuanto utilización de formas preestablecidas propias de la lírica castellana, un soneto perfecto, se combinan con el apasionado y romántico vislumbre de su ser, en cuanto a emotividad desbordada.

Igualmente su soneto La Musa caracteriza como en ars poética, a una musa romántica, una diosa, personificación de lo femenino, apasionada, que aúne las caricias y los puñales. “Que el universo quepa en sus ansias divinas”, la enumeración de los verbos o acciones que debe desempeñar esta musa son, entre otros: que vibre, desmaye, llore, ruja, cante, que su voz hiele, que suspenda, que inflame.

Estas son aproximaciones a un mundo donde lo femenino es sinónimo de placer y dolor en el amor, de pasión y desenfreno.

En su segundo libro Cantos de la mañana encontraremos muy revelador el poema llamado El Vampiro. No es extraño a principios del S. XX que este símbolo propio del romanticismo gótico se cuele entre la voz de la poeta uruguaya, en un poema donde el vampiro es la voz femenina: ¿Por qué fui tu vampiro de amargura? Y antes: Y exprimí más, traidora, dulcemente / tu corazón herido mortalmente.

Esa pasión que es también desgarramiento infringido al otro por el yo femenino se manifiesta con todo su esplendor: “….Yo que abriera / tu herida mortal mordí en ella -¿me sentiste? /  ¡Como en el oro de un panal mordiera”. De nuevo, dolor y placer juntos como oximorón ineludible de un romanticismo tardío que se expresa con formas muy propias del modernismo.

 Ya en el libro Los cálices vacíos, (ojo al título que alude a elementos icónicos religiosos y les brinda un epíteto que vuelve existencialista la propuesta, en el alto sentido de vaciedad de la vida moderna), su poema A Eros, alude la poeta en forma más preclara a un tú femenino, representado por la diosa: “Porque tu cuerpo es la raíz, el lazo / esencial de los troncos discordantes / del placer y el dolor, plantas gigantes. Y no duda de calificar su mano de  bella y fuerte. Para rematar hablando de la contraposición del alma fúlgida y el cuerpo sombrío. Este quehacer sobre lo femenino entraña una manera también de vislumbrar la presencia del ser masculino como sujeto al capricho de lo femenino: Así la pasión del yo lírico se vuelca sobre la boca del amado en su poema Tu boca: en este poema la boca del amado es Maravilloso nido del vértigo, una metáfora construida con emotividad. Así el yo lírico al probar esa boca de donde emergía también su voz “como sacra campana”, cae sin fin “en el sangriento abismo”.

Si modernistas como Lugones se desleían en los crepúsculos cansados, y Darío, a quien admira la poeta, se levantaba en epifanías que se evadían de sus ínclitos contornos hacia lares misteriosos y lejanos, Agustini se enfrentaba a los fuegos interiores de su sed de amor, quizá contradiciendo las imposiciones sociales de su abolengo. De alguna manera, su muerte vulgar, propia de los libelos amarillistas, como me atrevo a sentenciar, correspondía a la simbología sangrienta y fuerte de sus pasiones, aunque en ellas, siempre encontraría la reivindicación de un alto espíritu que se comprendía más allá de las peripecias que la sujetaban, de los contornos paternalistas que la despojaban de su posibilidad de ser sí misma, como lo fue, contra todos los pronósticos.

“Fiera de amor, yo sufro hambre de corazones”. – dice su verso que define al deseo (Fiera de amor): “Ascendió mi deseo como fulmínea hiedra / hasta el pecho…””Con la esencia de una sobrehumana pasión!”

Así también el símbolo por excelencia dariano de El Cisne, se torna ante Agustine el símbolo masculino de la contraparte amada: “Agua le doy en mis manos /Y él parece beber fuego; / y yo parezco ofrecerle / todo el vaso del cuerpo…” Este elemento masculino se explicita más aún en estos otros versos:

“Y ahonda tanto en mi carne,

que a veces pienso si el cisne

con sus dos alas fugaces,

sus raros ojos humanos,

y el rojo pico quemante,

es solo un cisne en mi lago

o es en mi vida un amante…”

La ambivalencia entre el cuerpo y el alma, propio del romanticismo pero magnificado por los neoclasicismos, se desangra en sus versos donde: -A veces ¿toda! Soy alma;/ y a veces ¡toda! soy cuerpo, - para concluir este poema con la contraposición de lo rojo en el cisne que asusta y el blanco del yo lírico que también da miedo, en una prolongación simbólica de esta dicotomía. En este encuentro con el mundo de lo masculino, del amante, signado por el ave fundamental de su época.

Y de su libro El rosario de Eros, basta con referirnos al gran poema Mis amores, poema donde la mujer, el yo lírico, en su lecho que aparenta el mortuorio, menciona idílicamente a multitudes de hombres como posibles amantes, deseados. Luego de enumerar tantas cabezas masculinas dignas de su amor, nos dice:

 Todas esas cabezas me duelen como llagas…

Me duelen como muertos…

¡Ah!...y los ojos…los ojos me duelen más: ¡son dobles!...

Indefinidos, verdes, grises, azules, negros,

Abrasan si fulguran;

Son caricia, dolor, constelación infierno.

Sobre toda su luz, sobre todas sus llamas,

Se iluminó mi alma y se templó mi cuerpo.

Ellos me dieron sed de todas esas bocas…

 

Y como el poema que hubiese sido aprobación si viniese de un poeta masculino, aquí la voz femenina, luego de confesar sus deseos de tantos hombres, concluye con su confesionalidad lírica a ese tú de sus devaneos:

¡Ah, entre todas las manos yo he buscado tus manos!

Tu boca entre las bocas, tu cuerpo entre los cuerpos,

De todas las cabezas yo quiero tu cabeza,

De todos esos ojos, tus ojos solos quiero.

 

Y más adelante, con el sentimiento funerario que invoca el poema:

Tú me dirás que has hecho de mi primer suspiro,

Tú me dirás qué has hecho del sueño de aquel beso…

Me dirás si lloraste cuando te dejé solo…

   ¡Y me dirás si has muerto!...

 

Si has muerto,

Mi pena enlutará la alcoba plenamente,

Y estrecharé tu sombra hasta apagar mi cuerpo.

Y en el silencio ahondado de tiniebla

Y en la tiniebla ahondada de silencio,

Nos velará llorando, llorando hasta morirse,

Nuestro hijo: el recuerdo”.

Sin duda, un poema atrevido para la época, por provenir de una mujer al tú lírico masculino, que recuerda su clave posromántica en los niveles de emotividad expresados, y su clave posmodernista en la forma alcanzada de perfección y hondura revelativa y trascendente.

El mundo masculino de Delmira Agustini se ha nivelado a la vivencia femenina. Ella tiene derecho a cantar sus deseos, su cuerpo, su relación con el otro, con el amante. No lo concibe, más que como a un príncipe en el poema El Cisne, sino como a ese igual, de cuerpo y alma, que también sufre llagado por la vivencia del amor. No lo percibe como superior o inalcanzable, sino como la potencialidad de una realización que en ella se tornó imposible, no sabemos si por las convenciones que quiso la sociedad imponerle, o porque su muerte injusta destapó cómo no podía una mujer todavía liberarse del yugo opresor, basado en la supremacía de género.

Alfonsina Storni no puede amar sino en la libertad de los iguales.

Refiriéndose a sus primeros poemas, Jorge Rodríguez Padrón, cita a la misma Storni en su manifestación clara: “Soy superior al término medio de los hombres que me rodean, y físicamente como mujer, soy su esclava, su molde, su arcilla. No puedo amarlos libremente; hay demasiado orgullo en mí para someterme”.

Con esta idea, se plantea el amor como un sometimiento de género, de la mujer al hombre, que debe rechazar ideológicamente la poeta. El sentido sería al revertirse que solo se concebiría el amor en igualdad, esa sería la libertad del encuentro amoroso: “Tú seguirás tu ruta; yo la mía /y ambos, libertos, como mariposas /perderemos el polen de las alas / y hallaremos más polen en la flora” dice en su poema Lo inacabable, de su primer libro La inquietud del rosal (1916).

Es el sentido de la libertad y su expresión de despojar al tú de la culpabilidad lo que enarbola su posición expresada en la prosa inicial que citamos: “No tienes tú la culpa si en tus manos / Mi amor se deshojó como una rosa”.

Esta alegoría de la rosa y los jardines van delineando el puro pensamiento sobre la vida y el amor.

En Plegaria a la traición, el yo lírico increpa de traidor al ser amado, al amor, quizá: “¡Entra, traidor! Tú sabes lo que encuentras; / sé cuidadoso, mira que no quedan / muchos capullos más, no te prodigues / de sus pétalos lánguidos y enfermos,…”

Este poema, sin duda, utiliza el tú, la otredad, el amante, como un traidor de los deseos, de la tristeza, de “mi esfuerzo” y es entonces el yo femenino un mártir vencido…Propia esta figura del sentimiento romántico, la limpieza estética , el jardín del Otoño, la dulce primavera son típicos epítetos modernistas. Pero pocas mujeres habíanse, en el siglo XIX, adentrado en este mundo donde el amor se conduele y a su vez se disfruta: “como un niño sorprendido de pronto / mi alma pone interés en recibirte / y temor; tiembla acaso por sus flores / que se abrieron recién cuando tus alas, / fino amor, me llamaban, me llamaban…”

Y en el poema La loba, símbolo de la pasión femenina, Alfonsina, contra todo convencionalismo, anuncia su hijo de soltera como ejemplo de su adhesión a la libertad y en contra del yugo social que se impone a la mujer (el matrimonio):

            “Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley,

Que yo no pude ser como las otras, casta de buey

Con yugo al cuello. ¡Libre se eleve mi cabeza!

            Yo quiero con mis manos apartar la maleza”.

Este final de cuarteto, hace una alusión simbólica a como una pareja en condiciones patriarcales para la mujer es un estorbo, es maleza. El poema identifica al yo lírico como loba, y a las otras mujeres como pobrecitas ovejas del rebaño. “No podréis, pobrecitas, caminar sin los dueños…” El sentido de la libertad femenina se lo da en este texto su trabajo, su capacidad de ganarse su propio sustento. Sin duda, un poema que es a su época, vanguardia en el devenir de una conciencia de género.

De su libro El dulce daño, analizamos los poemas El viajero,  y Tú me quieres blanca, que es tan emblemático.

En el poema El viajero, el tú lírico es el amante venido de afuera, un viajero que llega y arrebata en amor al yo lírico, que expresa entre comillas versos anteriores que lo presintieron. Se pregunta la poeta si los elementos de la naturaleza sabrían lo que pasaría. El embeleso ante el amor y el amante que llega es total: Me llamó por mi nombre, la voz dulce y sonora; / daban luces sus manos, lo mismo que la aurora; / en los labios, sangrientos, se asentaba la huella / dorada de una estrella./ De sus amplias espaldas emergían aromas / embriagantes de pomas”. Es la exaltación del amado una adhesión a lo masculino, siempre signado por el sentido de la traición luego, del abandono, de la herida: “me fui tras el viajero, por montañas y ríos, me fui diciendo bellos y dulces desvaríos, (los poemas)/ creyendo que en mis plantas, en verdad desangradas, / bordaban el camino de rosas purpuradas.”

Tú me quieres blanca, es quizá uno de los poemas más conocidos y emblemáticos de Storni, en versos de arte menor, de gran ludismo por la ritmicidad clásica y la rima asonante en los versos pares, la poeta, el yo lírico reclama la actitud del tú lírico, del amado, que exige, (como en el intertexto de Sor Juana Inés de la Cruz) la pureza de la mujer, mientras él, el varón exhibe un compartamiento libertino: Tú que bebiste todas /las copas a mano, /de frutos y mieles / los labios morados. /Tú que en el banquete / cubierto de pámpanos / dejaste las carnes / festejando a Baco.

Me pretendes blanca / (Dios te lo perdone) / me pretendes casta / (Dios te lo perdone) / me pretendes alba.

El reclamo es claro y se torna un texto explícitamente feminista, cuando espera que el alma masculina supere sus vicios y se purifique para poder exigir tales blancuras de la mujer. Solo si el hombre puede, con su vida entregada al ascetismo, podría aspirar a eso respecto a su pareja femenina. Un gran poema sin duda. Como jugando, nos da un emblema de uno de los pensamientos más preclaros de inicios del siglo XX sobre la igualdad de los géneros.

Así en el breve  poema Hombre (un cuarteto apenas) aparecido en su libro Irremediablemente; el yo lírico pretende la dulzura de su amado, (que desarrolle su lado femenino), y le dice que ella marcha por sus mismas sendas, (sentido de igualdad), al fin ambos son hijos de mujer, aunque entiende que esta propuesta puede ser una locura: “hijo de madre: entiende mi locura…”.

Muchos otros poemas son el instante lírico de la petición de amor bondadoso al ser amado, como  en este mismo poemario: Miedo.

Así como el reclamo al amor furtivo que pasa robando las mieles de lo femenino para luego abandonar o traicionar como en Eterna, y la sutil diatriba de tratar al hombre, en su sentido de género, como pequeñito, como persona que esclaviza, “digo pequeñito porque no me entiendes, / ni me entenderás”...”pero mientras tanto / ábreme la jaula que quiero escapar…”.

Por otro lado, lanza aseveraciones interesantes sobre la condición tradicional de la mujer en sociedad, como en el poema Pudiera ser: Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido / no fuera más que aquello que nunca pudo ser, no fuera más que algo vedado y reprimido / de familia en familia, de mujer en mujer.” (La mujer como perpetuadora de la misma condición patriarcal).

Y luego: Dicen que silenciosas las mujeres han sido / de mi casa materna…”

Y señala como su propia madre a veces tuvo antojos de liberarse y se amargó, y en la sombra lloró” Entonces el yo lírico aparece al final como la liberadora de estos sentimientos de su madre y por ende de todas las mujeres.

POEMAS ANALIZADOS

De su libro El dulce daño, analizamos los poemas El viajero,  y Tú me quieres blanca, que es tan emblemático.

De Irremediablemente Hombre, Miedo, hombre pequeñito, Eterna, Pudiera ser.

De Languidez: Van pasando mujeres, La armadura.

De Ocre, Encuentro, Palabras a Delmira Agustini, Confesión, A un desconocido, Una, Saludo al hombre, Epitafio para mi tumba, Romance de la venganza, Dolor, Palabras de la virgen morena.

De Poemas de amor: LXVII No volverás….

De Mundo de siete pozos: Retrato de García Lorca, Retrato de un muchacho que se llama Sigfrido, Balada arrítmica para un viajero, Uno, Una vez más el mar y El hijo.

LUCÍA ALFARO

ecritora y filóloga

 

 

 

 

 

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Comentario

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Comentario de Luisa Yanira Vides Arroyave el octubre 23, 2021 a las 7:50pm


ESCRITOR DISTINGUIDO
Comentario de Ronald Bonilla Carvajal el octubre 20, 2021 a las 4:20pm

Gracias, CVrípulo, le enviré las felicitaciones  a Lucía quien fue la que escribió este ensayo, cn algo demi asesoría, abrazos


ESCRITOR DISTINGUIDO
Comentario de Ronald Bonilla Carvajal el octubre 19, 2021 a las 5:05pm

Gracias, Elías, por el deestacado, abrazos


ADMINISTRADOR
Comentario de Elias Antonio Almada el octubre 19, 2021 a las 2:43pm

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