MOVIMIENTO VENEZOLANO

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"OVEJÓN", DE LUIS MANUEL URBANEJA ACHELPOHL, NARRADOR VENEZOLANO. VERSIÓN LIBRE DE ALEJO URDANETA

Luis Manuel Urbaneja Achelpohl (1873 - 1937) fue destacado narrador nuestro en el criollismo de fines del siglo XIX, pero al mismo tiempo su obra ofrece otra vertiente: un firme realismo de la vida rural venezolana. Puede ubicarse su creación literaria dentro del modernismo que surgía triunfante en esa época, sin caer en lo puramente estético y resaltar la situación del habitante de nuestros campos, con sus costumbres y la magia que suele ocultarse en la vida de ese pueblo tan ignorado.
Es oportuno traer aquí este cuento antológico de Urbaneja Achelpohl: ¡OVEJÓN!, que la ha colocado dentro de los mejores narradores de la historia literaria venezolana.
Alejo Urdaneta.



OVEJÓN
Cuento de Luis Manuel Urbaneja Achelpohl
Venezolano (1873 – 1937)
(Adaptación libre de Alejo Urdaneta)


El pueblo da a los personajes audaces y aventureros un aura de magia que se difunde en el caserío y los campos adyacentes, y llega a las casas de la periferia ocupadas por algunos hacendados pudientes.
Uno de estos personajes parecía amparado por el don de la inmortalidad, y en sus desplantes a la autoridad local siempre salía victorioso. Se le acusaba de faltas menores, nunca de delitos imperdonables: el robo de gallinas y enseres de las casas del poblado. Nadie puede asegurar que lo ha visto, y de él solamente retienen el apodo: Ovejón. Es hábil en el uso de las armas, dicen, se oculta en la maleza y desaparece cuando va a ser apresado. Los oficiales y gente de poder advierten a los pobladores que Ovejón es peligroso y que deben cuidarse bien.
¿Adónde estará ahora?
Una de las tardes polvorientas de la sequía, cuando el crepúsculo es una bandera de colores, han visto a lo lejos a un mendigo, con el pie enfermo y doblado de sufrimiento por su penuria. Desde el borde del río sube hacia el pueblo saltando los huecos y evitando las espinas de las brozas, cuidando su paso del asedio de la serpiente. Viene en busca de socorro y tiene la certeza de que lo recibirá.
El esfuerzo de remontar la cuesta hace que caiga el mendigo sobre las piedras y ruede por el talud hasta hundirse en el río. Apenas pueden escucharse sus quejidos en el braceo desesperado por sacar la cabeza del agua turbulenta; parece irremediable su muerte. Sin saberse de dónde ha salido, un hombre de cuerpo musculoso y mirada suspicaz escucha los lamentos del mendigo y se lanza al agua en su rescate. Toma al mendigo en sus brazos y juntos alcanzan la orilla. Le pregunta si ha le ha pasado algo grave y examina su pierna gangrenada. Sin hablar, el salvador se pierde en la vegetación y poco después reaparece cargado de hierbas y tallos, para hacer con ellos una masa que aplicó al herido. Luego preparó un vendaje con su propia camisa y se lo puso en la pierna sangrante.
“¡Gracias, amigo, estoy curado¡”.
El hombre le responde con una sonrisa y unas pocas palabras: “Me dicen el cosepellejos y te sanaré”. Y lo hizo bien dejando al mendigo en posibilidad de seguir su camino. Pero hizo más: de su alforja sacó algunas monedas y una pieza de oro a la que llamaban el Venezolano. Pudo ver el mendigo la pistola que colgaba del cinturón de su amigo.
El mendigo quiso besar las manos de su salvador y lo bendecía, pero la respuesta de él fue simple: “Hoy por ti, mañana por mí”.
Y el hombre misterioso se perdió en el monte.
Cuando el mendigo pudo recuperarse de su herida, se levantó y fue al pueblo, a buscar de comer…. Y quizás algún trago en la taberna. Allí estaban los de siempre: el pulpero, el segador de la caña, algún muchacho curioso. Todos hablaban de Ovejón. Uno decía: “Lo que tiene es un escapulario que lo cuida. Mientras lo lleve nunca lo atraparán”. Y el otro afirmaba: “Yo sí puedo cazarlo con mi escopeta morocha”. El pulpero recordó que había una recompensa de quinientos pesos para quien lo capturara, vivo o muerto. Y ninguno tenía el valor de salir a buscar a Ovejón.
Pensaba el mendigo cuando escuchaba la tertulia que él podía tener esa recompensa. Se decía: “Podré curar mi pierna con esos quinientos pesos”. Y recordaba al hombre que lo había salvado del río. “Me parece que aquel hombre que curó mi pierna era Ovejón”. Y tanteaba las monedas en su bolso, las que el hombre del río le había dado.
Se sintió en la calle el paso de una cabalgadura. El mendigo salió con otros a la puerta para ver al jinete en un caballo moro. Cuando estuvo más cerca, el mendigo pudo observarlo. Ambos, jinete y mendigo, se vieron lentamente y nada dijeron.
El pulpero dijo: “Es buena bestia”.
Y el mendigo, dentro de sí mismo: “Es Ovejón, y va huyendo”.
Por el camino venía un grupo de hombres armados. Preguntaron: “¿No lo han visto pasar?
“¿A quien, a quien??
Pues a Ovejón. Ese hombre era Ovejón, que se ha robado la yegua mora.
La voz fue de todos: “¡¡Se ha robado la yegua, la montura y las botas del general¡¡” ¡Ovejón¡¡
Uno de los hombres del `pueblo dijo: “¡Suelten la potranca. Ella buscará el rumbo de su madre y nos llevará adonde está Ovejón¡
El mendigo se escurrió como una sombra. Luego se fue cojeando a lo largo de la calle y se perdió en la carretera.
En un paso estrecho sintió el correr del potro joven que iba es pos de la yegua madre. El trote es ahora más cercano. La potranca está frente a él.
El mendigo alzó el palo que le sirve de bastón y descargó un violento golpe sobre la cabeza del animal. La potranca cayó en el barranco. Ya no podrán saber dónde está Ovejón.
“Hoy por ti, mañana por mi”, dijo el mendigo.
Y en el atardecer la estrella del ocaso parecía un venezolano de oro.