(Este es un testimonio de una de las tantas situaciones que enfrentamos los cubanos en la isla después del período especial, en los años 90 )
Por. Adelaine Soto
Estábamos reunidos en la salita de la vivienda en un esfuerzo por despejar la x de la incertidumbre, mientras la lluvia caía copiosamente, y los relámpagos parecían tumbar las paredes con su sonido ensordecedor, cuando de pronto un rayo resonó con tanta fuerza que todos nos pusimos de pie esperando el desenlace.
Primeramente pensamos que el desastre había sido humano, por suerte el occiso fue un buey de uno de los cuartones cercanos, el pobre tan debilucho que daba grima su muerte.
Nadie sabía quién era el dueño, cómo nadie lo quiso averiguar .Más de una veintena de vecinos del poblado fueron a ver agonizar a la pobre res, que carbonizada yacía sobre la húmeda tierra con los ojos implorando al cielo, mientras la concurrencia aparentemente tranquila, pero sin perder por un instante el acecho de la ley, miraba para todas partes esperando el momento.
Como es de esperarse en un dos por tres el patrullero de la policía nacional apareció sin que nadie supiera quien le había avisado, cómo llegaron, ni por dónde.
También como era normal, después de estos había que esperar llegaran los enviados especiales para dar fe de la muerte del buey y proceder a que el carro el la carne se llevará las mejores partes del fallecido, para posteriormente darle candela al resto del animal.
La gente caminaba inquieta de un lado para otro, hasta que al fin comenzaron a irse poco a poco los gendarmes junto al carro de la carne, que como es costumbre en estos casos recogió todo lo que pudo y dejó sobre la tierra el resto del animal al cuidado de un sólo policía y con la orden de la incineración.
Nunca supimos guiado por qué mano divina, o que actuó en su conciencia, que cuando el resto de la autoridad se perdió por el camino, aquel policía dio la voz de al machete y más de cien personas cayeron sobre los restos del buey dejando solamente las costillas, no dieron tiempo ni a que le practicaran los santos oficios.
La gente al ver aquel acto tan inusual y mucho menos de parte de la autoridad, la que siempre enjuiciaba este hecho como delito, se postraban sobre el terreno dando vivas a Dios, por mandar el rayo. Otras alababan a sus santos mientras Jacinta colgada al cuello del policía, lo besaba dándole las gracias, porque al fin iban después de tantos años a probar un pedazo de carne de res.
Como es de imaginarse el uniformado salió a toda carrera del lugar para evitar los comentarios, pero con su pedazo de carne bajo el brazo, él como los demás tenía la misma hambre. Era cubano.
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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