NARRATIVA Nº 7. NARANJAS Y LIMONES
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I
¿Qué sustancia de amor puede campear entre los senos de una hermosa morena y los cítricos de un virtuoso pintor?
Desnudez de la fruta y el fruto. Frutidad de la concha y la piel. Dulzor presentido y acidez soslayante. Deseo de leche y verdín.
¿Dónde está la firmeza preferida? ¿Dónde el color, dónde la circunstancia?
¿Hacia dónde escapó el amarillo que tiñe con fuerza al limón?
II
El rostro de ojos negros y tranquilos,
La piel morena clara y atrevida,
Los pliegues de la tela, toda vida,
Y el pretil con el codo, luz y filo.
Brillos de fondo, formación en vilo,
Cabellera y negrura, vago el trillo,
Uno y feliz el golpe del zarcillo
Y el perfil pasajero, casi al hilo.
Acento de mujer y naranjada,
Disimulos de faz enamorada
Que marca redondez y donosura;
No me miras de frente ni es infiel
La gracia de soñó el pintor aquel
Que no pudo impedir tanta frescura.
COLOFON
Ella recorría la campiña como en un sueño, balanceaba su cesta de mimbre y cantaba, con cierta diminuta melancolía. Su cesta era morena como ella, su piel y su pelo. Sus deseos eran íntimos con dibujos de frutas y candiles; su andar pleno de barrocas cadencias, casi infantiles, como pregonando albores de divinidad. El movimiento de sus ropas era un adverbio de la brisa y sus caprichos. Sus labios, carnosos, besaban al compás del canto y brindaban con otros imaginados y viriles. Pasó delante de los guayabos, de los cocoteros, de los mangos, siempre cantando; al llegar a los naranjos y limoneros se sintió arrebatada por la magia del azahar. Se detuvo dibujando un suspiro hondo y trémulo. Siempre con suavidad ocupó parte de la cesta con aquella cítrica ribazón. Se sentó en una pausa como infinita, hasta sentir sobre su hombro la mano suave del maestro. Una profunda y apacible sonrisa le recordó la hora de la pose, la materia pastosa, el caballete y el pincel.