LA ADICCIÓN DE OLMEDO
Acaso pudre el oro
Cuando el grano empezó a causarle comezón entonces le puso cuidado, pero no hubo ungüento que le hiciera desaparecer, al contrario, la pústula crecía a su antojo. Aquello no distraía mucho su atención, pero llegó el día en que tuvo que acudir a un facultativo que procedió a abrir el grano topándose con el eslabón de un collar de oro. Su reacción inmediata fue preguntarle si había sufrido algún accidente o un trauma en su antebrazo, a lo que el paciente respondió que no. Por tanto, concluyeron que en algún momento dicho objeto se le incrustó en la piel sin que se percatara de ello.
El episodio pasó sin mayor embrollo y Olmedo volvió a sus asuntos diarios. Hay que admitir que era un hombre bastante altanero y egocéntrico, afecto a la acumulación de bienes y que consideraba, como muchos -que eres lo que tienes-. Tal vez por ello, las joyas le resultaban artículos imprescindibles, y era un hecho notorio que vivía para adquirirlas, así tuviese que embrollarse para ello.
Esta obsesión de acumular gemas se evidenciaba en su interés descomedido por lucirlas, mas parecía interesarle hacer gala de ellas que vestir con decoro. Se colocaba no uno sino varios collares, pulseras, anillos, relojes y hasta prendedores. Por supuesto, ello desataba los más variados comentarios en contra de su forma de ataviarse.
Sí, era un hombre exitoso, pero con una vanidad que hacía su interacción un problema difícil de resolver y ciertamente, nadie sabrá nunca si le interesaba un arcillo que su forma de ataviarse le causara inconvenientes. Sin embargo, volvió a salirle otro grano similar al primero, y luego otro y otro y otro más, lo que le hizo asistir, que digo asistir, correr a atenderse con el dermatólogo que le vio la primera ocasión. Luego de auscultarlo meticulosamente le indicó a Olmedo que aquellos granos parecían tener la misma causa que el primero, o sea, un objeto de origen metálico incrustado en la piel, así que procedió a abrir cada uno de ellos y, para asombro del galeno y el paciente, en esta ocasión se topó con un arete de oro de 20 quilates incrustado en una de las pústulas, una pulcera de oro blanco de un reloj en otra de ellas, la mitad de una gargantilla de oro de 24 quilates en una más y así, a medida que abría cada grano se encontraba con partes de una prenda o joyas completas.
Quedaron perplejos, aquello no tenía antecedentes, el especialista se preguntaba si el paciente era un enfermo mental que se incrustaba dichos objetos en la piel. Por ello, le inquirió sin rodeos si aquello era lo que estaba ocurriendo y Olmedo lo negó rotundamente -estaba asustadísimo y se le notaba-, el facultativo lo vio tan agobiado que terminó por creerle y le mando a hacer toda clase de pruebas, no sin antes recomendarle también la visita a un psiquiatra. Más todo aquello no impedía que Olmedo siguiera comprándose prendas y no es necesario decir que se hizo los exámenes a regañadientes (pensaba que aquel dinero podía haberlo invertido en algunas alhajas). Pasadas algunas semanas y luego de entregar los exámenes fue citado a la clínica, asistió puntualmente, pero en esta ocasión le esperaba un Junta Médica. No hubo rodeos, le indicaron que su caso les tenía sorprendidos y que no hallaban antecedentes ni explicación a su mal. En un momento del conversatorio se le expresó que las radiografías mostraban toda clase de joyas y prendas alojadas en sus pulmones, glándulas y músculos, insistían en que no encontraban más explicación que estuviera literalmente tragando e incrustándose esas joyas en su cuerpo, pero luego de una meticulosa revisión no encontraron cicatrices en su piel, ni rasgaduras en su ducto digestivo, razón por la cual descartaron aquella tesis y prácticamente le desahuciaron.
Pero aun aquello no causó un cambio en su forma de vida. Seguía obsesionado por las prendas y manteniendo el concepto de que el valor de un individuo estaba signado por sus posesiones. De allí, que continuaba acumulando cuanta joya caía en sus manos, en tanto, cual pesadilla sin fin, su cuerpo empezó a abarrotarse de toda clase de collares, pulsera, relojes, mancuernas, pisa corbatas, anillos y cuanta prenda de oro existía, al grado que brotaban de su piel y le hacían parecer una exhibición ambulante de valiosísimas prendas. Ya sus amistades y familiares le rehuían sin excusa alguna, y es que su sola presencia resultaba un espectáculo extraño y estrafalario hasta el extremo del espanto. De la noche a la mañana se quedó solo, absolutamente solo, mientras él, en lo intimo de su ser se estimaba el hombre más valioso y envidiable del mundo, y aborrecía a todos aquellos que no se le asemejaban. Mas aquella complacencia tenía sus tribulaciones, estaba tan abarrotado en joyas que le resultaba cada vez más difícil mover sus músculos y articulaciones.
Un día, decidió ir a una joyería en que anunciaban una fabulosa rebaja por cierre. Al entrar no causó asombro al joyero, pues todos los que se dedicaban al negocio le conocían o habían oído hablar de Olmedo. Le había costado mucho llegar al sitio, cada paso fue una tortura, cada movimiento del cuerpo un roce de joyas que le causaba un terrible dolor, casi no podía avanzar, pero su pasión por el lujo podía más que su dolor. Sin embargo, ya sus coyunturas estaban demasiado atascadas y al plantarse frente al mostrador, sin previo aviso quedó paralizado (tal era el obstruido bulto de joyas en que se había convertido). El joyero, hombre avaricioso y sin escrúpulos se le quedó mirando fijamente y luego, lo tocó a ver si reaccionaba y al notar que estaba inmovilizado, en menos de un segundo se dirigió a la puerta, quitó el letrero que decía abierto, cerró las cortinas, llamó a su ayudante, cargaron a Olmedo al sótano y procedieron cual buenos joyeros a desmantelarlo con gran destreza y meticulosidad hasta que todas las alhajas estuvieron debidamente lustradas, clasificadas y almacenadas. De Olmedo, bueno... de Olmedo nadie sabe nada.
ALBERTO O. CABREDO E.
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GRACIAS POR ESTE GRAN GESTO POETISA AMIGA NORMA CECILIA
GRACIAS POETISA AMIGA MAB D AVILA, SALUDOS SIEMPRE
MUCHAS GRACIAS POETISA MA. ADIELA SALUDOS CORDIALES
BUEN RELATO, FELICITACIONES.
Muchaws gracias poeta Ramiro, saludos siempre
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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