YO ERA YO HASTA QUE TU FUISTE TU
Estoy en la Plaza Mayor Madrid. Escucho junto a un quiosco de revistas y periódicos:
-Cuántas mujeres muertas a manos de sus examantes asesinos, dice uno.
-Hay muchas, responde otro con rebaba.
Tengo la mente como una interrogante con dos ojos llorosos que le cuelgan, y pienso en la mujer niña que me contaba diariamente hasta su muerte en accidente en Lamadrid, Cantabria, cuando siendo una niña inocente, una doncella recién pubescente, adorable y cariñosa, que recién había dejado los recortables de muñecas y muñecos, salió a divertirse con unas amigas pronto, ligero, veloz, en libertad, marchando a un local de baile “La Barca”, en Marqués de Vadillo, viéndose bailando con un “púa”, chico guapo como un palillo delgado y puntiagudo.
En seguida su sistema del Universo lleno de Inocencia de príncipes y princesas, se vino abajo, sintiendo algo que le bajaba y le subía con presura, con dominio.
El le decía lindezas, haciendo diligencias necesarias para conseguir lo que pretendía. Prontamente, se declaró su pretendiente, diciéndole al oído, antes besado, que él la respetaría y amaría por siempre; que no harían sexo hasta el día de su casamiento por la iglesia, pues que ella le había cautivado y no habría para él ninguna otra mujer.
El día de petición de manos, él dijo a sus padres:
-Yo la trataré como a una reina .La respetaré siempre, pues es el amor de mi vida, y tengo un primo cura; haciéndole a ella halagos y zalamerías.
Por la noche, la víspera del día de boda, él marchó a desfogarse con putas en el baile El Progreso, en la plaza Tirso de Molina. ¡Menudo pájaro¡
El solemne consorcio matrimonial se realizó en la iglesia parroquial de san Miguel Arcángel en la calle del General Ricardos, muy cerca del Cine España, junto a la Plaza Marqués de Vadillo. ¡Qué guapa iba la novia sin el pajarito dentro¡, recordando el refrán que, un día, le dijo su madre: “Matrimonio ni señorío, no quieren furia ni brío; matrimonio y mortaja del cielo bajan”.
El lagrimal de él se deshacía cercano a la nariz. Ella y sus padres le creyeron a pies juntillas, “porque un hombre que llora, es porque siente de verdad”, como dijo la madre. Más tarde, vería ella que este individuo derramaba lágrimas con facilidad, voluntariamente.
El se portó y se creció en su falsedad. Consintió que ella le echara agua fría a su sexualidad erguida para reducirla a polvo en cuanto se rompía la punta. Lágrimas de cocodrilo vertía aparentando un dolor que no siente. Si acaso el más agradable dolor de la eyaculación. Lo que no conseguía en lágrimas, lo intentaba en suspiros, pidiéndole a ella que pronto se casaran, qué le haría feliz y tendrían bellos y hermosos hijos.
Después ella lloraría lágrimas de sangre, sintiendo una pena muy viva y cruel, pue en él, que era celoso y un sádico putero redomado, que además vivía de las mujeres inocentes a quienes camelaba, se declaró su instinto sádico y criminal, pues antes de hacer sexo tenía que pegar y ultrajar a la mujer, para, una vez sometida, introducir a la fuerza y con violencia su pene erecto en cada uno de los huecos que hay en el bello artesonado carnal de la Mujer.
La misma noche de Luna de Miel, cuando él bajó al bar del hotel a tomar una copa, ella llamó a su madre entre sollozos, llorando amargamente, tanto que le hizo llorar a la mujer.
-Madre, le dijo, si esto es la Luna de Miel, que dios, si es que lo hay, nos libre y libre a todas las mujeres de pasar este trance, este calvario de crimen y animalidad.
-El, ignominioso, vergonzante, cruel, a base de golpes, patadas e insultos soeces, me abatió, me violentó, introduciendo su pene primero por el ano, después por el potorro, y hasta por las orejas.
-Madre, también he tenido que agarrársela, chupársela y comérmela, madre, pues él me advertía que me metería en cintura. Madre, madre, yo no quiero soportar esto, madre. Me quiero marchar, pero él no me deja, y me ha dicho que me matará. ¿Es esto casar?
La madre no pudo soportar la conversación y suplicó a su hija que colgara, que mañana hablarían.
A la mañana, temprano, la hija le dijo:
-Madre, cuando él calló derrengado y yo destrozada, nos dormimos, él en la cama, yo en el suelo. Cuando despertamos, él se vino a mí de rodillas y llorando, suplicándome el perdón.
-Madre, ¿qué hago?
-Hija, respondió la madre llorando. Sí que ha quebrantado su fidelidad, sí que te ha humillado y vejado, pero así está construida la sociedad por la desgracia que dios y su santa madre iglesia nos da. A ti te ha tocado el calvario, el infierno en vida, pues no existe otro infierno que el de la vida real.
-Espera un poco, sufre tu cautiverio, mi niña. A lo mejor, sintiendo lo que ha hecho, cambia. Acaso se haya drogado, o sea un criminal redomado. Si es así, le castigará dios, y a ti te bendecirá por ser la primera en la desgracia.
-Pero, madre, exclamó ella. ¿Es esta la vida que me espera? No tengo por qué aceptarlo. Este es un cerdo agudo y recio, un criminal y asesino puerco. ¿Sabe usted qué libro leyó durante el trayecto en el tren coche cama que nos llevó de Madrid a Málaga? La Filosofía en el tocador, de un tal marqués de Sade.
-Al preguntarle yo qué leía, respondió: “Es un libro de enseñanzas para quererte más y mejor. Ya lo has de notar”.
-Y bien que lo he notado, para mi desgracia, madre.
-Hija, ya hablamos cuando vengas. Ten paciencia. Que el hombre es un ser aparente que se manifiesta cerca del verdadero cuando una sigue su movimiento.
-Hija de mi vida, ahora tengo que dejarte, que se me pega el puchero.
La madre, llorando, al colgar el teléfono, exclamó:
-Ay, lo que le ha tocado en esta vida a la más joven de mis hijas.
-Daniel de Cullá
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Gracias, Críspulo. Un cordial abrazo.
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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