El 23 de diciembre a la tarde, tal como se lo habían prometido, le llevaron a Juan el mejor lechón que habían criado. Era un pedido que le había hecho a un amigo. Tenía que ser criado a maíz, preparado con esmero porque era para una ocasión especial. Y limpio debía pesar alrededor de 10 kilogramos.
“9.950 Juan”, le dijo el chacarero cuando se lo entregó. “ Tenía buena dentadura porque lo criamos en el chiquero de los seleccionados y con maíz molido remojado.-¡Ah!, y le sacamos la lengua de la boca, como me había pedido. -Éste ni ha conversado con la soja desde que lo destetamos. "¡Feliz Navidad, mi Amigo y que disfrute de la cena!”, dijo el hombre. Y se retiró luego de estrecharle la mano al cliente. Juan decidió no ponerle ni sal porque le habían dicho que era mejor condimentarlo una vez asado. Así es que a la mañana siguiente, bien temprano, lo llevó a la panadería del barrio para que lo asaran. La mujer del panadero se lo recibió en la parrilla grande que su marido le había pedido a Juan que llevara porque ese día había muchos pedidos y con sus parrillas no le alcanzaría. Era una parrilla de más de un metro de longitud que Juan tenía en el asador del fondo de su casa y el lechón ocupaba tres cuartas partes de la misma. La mujer del panadero le puso en la oreja izquierda el número 127 al bicho y le dijo a Juan que alrededor de la una de la tarde pasara a retirarlo, no sin antes comentar: ¡Qué hermoso animalito! Hay pocos que sean criados a maíz y preparados tan prolijitos...
Cuando el dueño del lechón fue a la una y cuarto, un hijo del panadero le dijo: todavía no está listo porque, como han traído mucho para asar, se ha quedado el horno sin suficiente calor. Así es que mejor sería que volviera después de las cuatro de la tarde porque, como el horno es a leña, hay que volver a calentarlo. "Cómo no, no hay problemas. De todos modos el lechón es para la Noche Buena", dijo Juan.
A las cinco de la tarde regresó a la panadería y en el acto se dio cuenta que el lechón que estaba en la parrilla no era el mismo que él había llevado a la mañana. Primero, porque se trataba de un animal la mitad más chico a juzgar por el espacio que ocupaba en la parrilla, que no llegaba ni siquiera a la mitad. Lo cual no era tan significativo considerando que podría haber mermado al asarlo. Pero, otros detalles como por ejemplo que la lengua estaba dentro de la boca y el brillo característico del aceite que tienen estos animales cuando son alimentados con Soja, más el hecho de que estaba condimentado con chimichurri, le dieron la certeza de que estaba siendo estafado y se lo hizo saber a la mujer del panadero. Ella llamó al Esposo el cual se negó rotundamente y alegó que era la primera vez que le pasaba algo así, que nunca había tenido quejas, etc., etc. Con prudencia, Juan dijo que lamentaba que le hubiera ocurrido a él, pero sostuvo que ese no era su lechón y se retiró. Durante la cena, recordó que cuando le entregaron el nuevo lechón, le sacaron de la oreja derecha la chapita con el número que lo identificaba y ya no tuvo ninguna duda de lo que había ocurrido.
Durante la sobremesa, estaban en el patio de la casa Juan junto a su familia y pasó raudamente la ambulancia rumbo al Hospital que está a la vuelta.
Pensaron en un accidente de los que habitualmente ocurren en la Ruta, pero al día siguiente se enteraron que toda la familia del panadero estaba intoxicada y alguno de ellos en bastante grave estado. Qué ocurrió?. Vaya uno a saber. Juan nunca le había deseado a nadie el mal... Y recordó un viejo dicho de su padre: “Siempre hay una primera vez para todo”.
Despeñaderos, 24 de diciembre de 2006
Ricardo Arregui Gnatiuk
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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