Mis sollozos y la muerte.
El sol apenas prorrumpió en la alborada de octubre,
con un gemido de mi alma, despertaba yo sombría,
acariciando los huecos herrumbrados del tiempo
para gritar la muerte que mi madre se ha ido.
Desanduve el camino, corrí por los recuerdos de niña,
lloré en silencio y abracé la primara calle.
Gemía el alma mía, sollozaba y sufría, el silencio venía,
más mis penas, quedaban por todas las avenidas,
Me preguntaron: ¿Por qué lloras? ¿Qué tienes?
Y mis palabras quedaron atrapadas en los labios.
Llovía afuera, Llovía en mi alma, llovía en la calle,
desde techo de mi casa, llovía a raudales.
Llovía, llovía en calma, la tarde terrosa penaba.
Aullaban las horas, quietas las campanas,
pero en mi alma, gritaba la pena, mi pena gritaba.
La muerte ha venido. Afectó la puerta de mi casa,
se llevó a mi madre acariciando la tarde.
Mi madre querida, dormida estaba,
y una rosa rosada, adornaba su cama.
Su cuerpo blanco, rígido y santo,
mi madre quedaba atrapada en la muerte.
Mis piernas temblaron, tembló mi alma.
mis lágrimas recogieron el suspiro de ella,
de su última morada, morada de santa quedaba,
allá en su lecho, la ausencia suspiraba.
Se teñía la tarde de sombras, llantos y cruces,
lloraban los mortales, lloraban de pena,
mis ojos se perdían en la imagen de mi madre.
Lloraba el día, lloraba la gente, ella dormía y
un pequeño lirio blanco, dormía en su frente.
Mi madre en sus manos, llevaba el rosario,
una rosa roja, que una niña dorada y limpia,
la dejó entre sus dedos tiesos.
Las horas corrían, el tiempo estaba excitado,
el calvario se ha menguado, en la noche velada.
Llegué con el lienzo en mis ojos, mojaban mis aguas,
Mi madre ya estaba rígida y su voz ya no se escuchaba;
Mis hermanos penaban, estaban llorosos,
pero ya mi madre estaba en su propio reposo.
¿Qué condena mi Dios insistes? ¿Por qué la llevaste?
¡Por qué enviaste a la Muerte en su sobrio lecho!
Hoy es su techo un montón de arena rojiza,
que envuelve su cuerpo con la fría soledad.
He llegado a destiempo. Ella ya no me escuchará,
quedarán mis palabras cruzadas a mi memoria,
y en cada día y noche, perpetuaré su ausencia.
Señor la llevaste, con la misma suerte nacimos todos,
pero ella en su corona, brilla su elevada gloria.
Hoy está en el paraíso de los espíritus intactos.
El sepulcro, era tan hondo, tan frío y rellenado de arena,
la tiré una rosa rosada desde mis manos; en el últimos adiós;
dejé que mis poros sintiera la gracia de haber sentido,
entre el viento fresco, que llevaba su alma en el eterno reposo.
Ya no queda nada. El vacío y el silencio apestan,
La realidad ya matiza, un camino diferente,
Una cruz, una lumbre en el nicho de su entorno de polvo.
Mi madre se ha ido. Mi madre ha muerto, se ha marchado,
está en el cielo, con los ángeles sonriendo a Dios.
Ella está feliz. Feliz ella se mueve, a su lado una estrella blanca.
El luto presagia, el luto matiza, lo oscuro de la muerte,
mi pena se mancha en la noche doliente, me aplasta, la
soledad se cae a mis pies de pobreza, y mi madre reposa,
en la eterna muerte.