¿Qué no harías por el amor?

No tengo relatos muy cortos aunque este es algo de eso.

Erase una vez en Punta Araya un sotobosque marino, su ambiente se componía de tierras áridas, arbustos espinosos, caracolas, peces, arenas blancas, salinas,  neblinas y hojarascas que revoloteaban en el aire como pájaros dormidos.

En la playa en horas diurnas o nocturnas se siente el inquietante fluido del sonido del agua salobre, el oleaje se fusiona con el canto del Cristo fue, a veces en la inmensidad de la Oceanía se oye el canto de un gavilán moteado.

Recostado y sentado del tronco milenario de un samán se encuentra Augusto, en la blanda alfombra de hojas esta su novia acostada boca arriba, mirando al cielo extasiada,  el ambiente se torna dulce y embelesado.

Es de tarde y el sol amenaza con ocultarse en la densa plenitud del bosque arayero, forrado de arbustos de brujas, palmeras danzantes y uveros de playa.

Una rica fragancia a corales y algas marinas se estira en el ambiente y una aterciopelada neblina comienza a desdibujar el panorama con una telaraña blanquecina.

-Tengo frío murmura Alexandra y mira con tierna ternura a Augusto.

Augusto la mira intenso y sus pupilas parecen desprender chispas de fuego apasionado. ¡Te amo querida! le dice inspirado y después suspira. ¿Tienes frío? Puedo remediar tu situación. ¡Sí! ¿No me digas y como piensas hacerlo? El sonrío maliciosamente diciendo. ¡Como lo hace un hombre con una mujer. ¡Ah, sí, enséñame! Ella cerró sus ojos con cadente frenesí, abriendo sus labios algo coqueta y sensual.

Augusto hurgó en el bolsillo de su chamarra y extrajo un encendedor comentando irrisorio: ¡Encendiendo un fuego querida mía! Ella sorprendida y saliendo de su mutismo le grita algo rígida ¡Eres un sucio bastardo hijo de pu…! se quedó un rato intentando exclamar una suposición para terminar enfocando ¡…pura cepa!

Alejandra Andalucía se levantó haciendo un gesto de enfado y se acurrucó amorosa en sus brazos,  él la abraza cándido y acariciándole el pelo la atrajo hacia sí y la besó con ternura indescriptible en sus labios sensuales, frescos y jugosos.

Una bandada de pájaros irrumpió el silencio y un viento lamido expandió la neblina entre ellos, ella gimió de frío y se abrazó más fuerte a Augusto.

-Mañana tengo que partir amor mío, no sé si ha de volver con vida, tu sabes cómo son las guerras, son actividades bélicas de vida o muerte.

Alejandra gimió como si una espada al rojo candente hubiese entrado en su corazón.

-Porque no te quedas conmigo, podemos abandonarlo todo y perdernos en las montañas, allí nada podrá encontrarnos, tu y yo solos hasta que la muerte nos separe.

-No puedo querida mía, no deseo estar escondido toda una vida ¿Qué serían de nuestros hijos perdidos entre una selva? Y recuerda que desertar del ejército es muy peligroso, seré condenado como traidor a la patria y ejecutado sin previo aviso en el paredón.

Ella soltó un gritito y se aferró mas al pecho de su amado, el joven le acarició el pelo y le beso las manos repetidamente, ella le correspondió el efecto.

-Ok. Te esperaré aunque pasen cien años, tú sabes muy bien que te amo, que ya no puedo vivir si no estás, creeré ciega en tu promesa y usted señorito confía ciegamente en la mía, así pasen mil años y muchos más te seré fiel hasta la muerte, querido mío.

-Igualmente señora mía, mi corazón te pertenece, te prometo que jamás podré compartirlo con otra mujer, soy tuyo en cuerpo y alma.

-Te creo, somos como el sol y la luna, amantes eternos…

-Mañana partiré para la guerra pero volveré por ti

-¡Dios te oiga mi vida!

Un beso prolongado de Augusto sella las últimas palabras, surgida de la despedida melancólica de los labios de Alejandra.

Pasan seis largos años, seis primaveras sin colores y aromas, seis veranos helados, seis otoños grises y seis inviernos de soledad silenciosa para Alexandra, y en el pueblo de Araya esperando, navegando en la esperanza perniciosa, cabizbaja, llena de melancolías refinadas, oliendo el pañuelo de su amado desgastado y ya sin aroma de su perfume olvidado.

Alejandra se aposenta en un cubículo semi oscuro, decorada con una peinadora, variedades de flores, una ventanita por donde penetra una luz solar débil. En el centro de la sala una mesa, varios libros apiñados y cartas de Augusto.

Alejandra al abrir una de las cartas la ve extraña y más grande que las demás, un sobre rojo con incisiones, sellada su tapa con un lazo negro que presagiaba malos augurios. Al leer la carta recibe una negra noticia, Augusto Monteverde estaba residenciado en La Isla de Margarita y vivía con otra mujer.

Tumbó a la mesa con violencia, libros y cartas rodaron juntos por el piso, con ira tomó un florero y esparramó sus flores al aire, después estrelló el jarrón contra la pared y arrojándose al piso  lloró amargamente su pérdida, su corazón roto no pudo soportar tanto dolor y quedo inconsciente. Pasaron aciagas las horas nocturnas y retoñó un nuevo día impregnado con la luz entristecida del sol, en el ambiente se  oyeron cantos de gallos y el trinar de pajarillas silvestres.

Cuando Alejandra despertó el sol estaba en las alturas, se levantó trastocada por el dolor y sin poder soportar la angustia que le marchitaba el espíritu degastado, se acercó tambaleante al dintel de la ventana y vomitó su angustia, algo fulguró con violencia en su pensamiento y registró en sus emociones un rictus de peligrosa venganza.

¡Me vengaré! dijo en voz alta totalmente demente, me vengaré de ella y el tendrá que volver conmigo, ¡Él es mío! y riendo como una bruja poseída por un demonio maldito, salió como borracha del pequeño cubículo y hablando consigo misma.

Alejandra sin pensarlo dos veces se internó entre el monte, desanduvo entre caminos carreteros, rodeados de hierbazales y con árboles disecados, la natura de la zona parecía una flora abandonada y hechizada. Después de dar tumbos en aquella soledad en semi penumbra, adentrándose en los bosques abruptos de Manicuare, localizó en el mismo corazón del bosque insulso una destartalada cabaña, en el frontal se localizaba una anciana de días, en toda Araya le temían y era conocida por sus dotes hechiceros como: “la señora oscura del bosque”.

Cuando la joven pisó el patio escabroso de aquella cabaña horrible,  el bosque se hizo más oscuro y tétrico, en la distancia un látigo de luz azoto el cielo y un fragor estalló de repente,  surgiendo paulatina una densa neblina que cubrió inmisericorde el ambiente, tornándolo encantado y misterioso.

Cuando la bruja observó detenidamente a Alejandra la reconoció, era muy famosa en la comarca por su hermosura envidiable. ¿Hola hermosa Alejandra que te trae a mis manos? “Ji, ji, ji”…

Alexandra le narra su tragedia y la señora oscura del bosque le susurra en forma enigmática: puedo darte un hechizo efectivo pero peligroso; la joven sin siquiera parpadear llena de odio y de ira incontrolable le grita: ¡Lo que sea para vengarme señora! solo deseo con todo mi corazón que ella desaparezca de la faz del planeta.

La señora oscura del bosque la queda mirando detenidamente y sus ojos diabólicos parecen penetrar el alma de la joven, la bruja le expresa profundas palabras, mientras desmadeja ademanes extraños con las manos: el hechizo hará que tu contrincante duerma para siempre, no podrá despertar, quedará como un vegetal viviente (carcajada) pero habrá un inconveniente bella damita… Un suspenso silencioso abate el lugar, se escucha el canto de un búho lúgubre y un ave negra revolotea cerca de las mujeres y se posa en la cercanía, es un cuervo pardo y sucio, su graznar es intenso y temeroso.

¿Sin embargo qué?, ¡hare lo que sea! ¡No importa ya! quisiera morir, este dolor me asesina…

La bruja continua: si ella llegase a morir en su profundo sueño, la acompañarás a su tumba (carcajada, truenos y relámpagos se esparcen en el bosque embrujado y comienza a llover torrencialmente) morirás al instante que ella deje de existir,  el hechizo te dará la fortuna del amor de tu hombre y serás ama absoluto de la lozanía de su vida, única dueña de su existencia, en cambio tu contendor será como una marioneta que tú manejaras a tu antojo. (Carcajada y tenebrosa) Al terminar el solsticio de este año, la mujer que te arrebató tu querer caerá en un sueño profundo de muerte, la enterraran creyéndola un cadáver y tú la desenterrarás con tus propias manos y tus uñas, te la llevarás y la guardarás muy bien preservada en un lugar desconocido para el mundo, recuerda que si ella muere tu morirás con ella.

 En el circundante se escuchan ayees y alaridos de dolor, Alexandra a pesar de su coraje de ira se asusta. La bruja entra a la extraña vivienda y luego sale con varios objetos en sus engarfiadas manos,  le extiende y entrega a la sobresaltada manceba un extraño amuleto, un libro antiguo y una joya. Por media hora la santigua, la ensalma con hojas y montes, le hace un convite y se la lleva a un claro del bosque en un lugar de pesadilla donde se localiza una recia caída de agua oscura y salada, la desnuda y la sumerge en aquella poza negra que desprende humareda azulada. Al terminar el holocausto la viste, la adorna con flores marchitas, bejucos extraños, collares de semillas secas y colocándole un manto azul Prusia y rojo purpura la envía de vuelta a casa.

Pasaron tres primaveras y en ese lapso se terminó la guerra. Al retorno de su hogar con bandas y honores, Augusto nunca quiso enfrentarse a la ira enfrascada de Alexandra, sabía que había incumplido su promesa de amor y aterrado huía de la presencia de su antigua novia. Al no hallar a Victoria San Sebastian en Puerto Angoleta, lugar donde habitaba cal lado de su madre y sus tres hermanos. Ausgusto al llegar al lugar de residencia de su amada,  estaba completamente en el abandono,  al ver la entristecida casa de campo deteriorada, convertida en rastrojos y nidos de alimañas, corrió en estampida loca y entró con estrépito al destruido aposento, hurgó en cada cubículo y solo halló escombros y la nada. Desesperado e intentando consolarse a sí mismo,  esa noche durmió en la soledad de la abandonada cabaña para soñar con la esperanza.

Al siguiente día se dedicó a buscar desesperado a Victoria, dama con quien había contraído noviazgo oficial mientras estaba en la guerra. Durante días su búsqueda fue inútil hasta que le informaron, que la hermosa hembra Victoria San Sebastián había muerto en extrañas circunstancias. Al saber aquella trágica noticia cayó de rodillas al duro piso arayero, sintió que sus rodillas se astillaban, no se percató del desagarre de la carne y del charco de sangre que se abotonó en sus pantalones, alzó sus brazos e imploró al cielo su pérdida, después se dejo caer cuan largo era y temblando como un niño lloró sin control, lloró como lloran los hombres infieles y cuando han traicionado a voluntad, hizo el intento de llorar por las dos, sin embargo, lloro por la que había fallecido. 

El sol y el océano marcaron una pauta ardiente del transcurso en Araya, Augusto convertido en un indigente, desgastado y derrotado por su pérdida irremediable, decidió fenecer con su mal de amor, vagabundeando  miserable en las calles oscuras, y domado por el vicio del licor se perdió en la inconsciencia irrazonable de la vida. Cierto día cuando estaba próximo a hundirse entre la demencia mas enloquecida y acabar con su existir tirándose a las profundas aguas del mar salobre Arayero o pegándose un disparo con su arma de reglamento en la sien, recibió la fatídica noticia de la desesperada Alexandra, cuya viendo en la poca monta que había caído su joven macho, conjuró un convite para salvar al hombre que amaba más que a su alma, para el encuentro elaboró una cita escrita con su propia sangre, dirigida a Augusto Monteverde.

La envió con un niño su carta negra, en el papel especificaba la fecha y hora exacta del encuentro, el motivo y la razón que la habían impulsado a interpretar el hechizo.  Y pasado el verano se dieron cita en un castillo abandonado, el castillo antiguo español de Araya, quedaba justo en una extensa planicie marina, abonando una hermosa playa de agua tan transparente que se puede mirar lo que existe en el fondo, como si fuese una gigantesca pecera sembrada en la tierra.  La joven guía al ya desgastado y moribundo Augusto por las intrincada arboleda, ella lo mira angustiada y siente que fallece con lo que más ama, el se mantiene en la distancia pensativo, llorando su desgracia, pero evocando verla, era lo único que lo impulsaba caminar.

Alexandra guió a Augusto hasta el castillo de Araya y en las entrañas del monumento histórico estaba Victoria San Sebastián, inerte, poseída por la maldición, un cadáver viviente, apenas respirando, blanca su tez lechosa, verde sus labios, cuencas hundidas apergaminadas a la piel craneal, todavía lucia los harapos que le  habían puesto para su entierro funesto, yacía sobre unas lozas blancas en forma de luna aplastada, una tenue luz se recostaba débil sobre su cuerpo vegetal, delgadísimas venas salían de su cuerpo y se habían injertado en la tierra seca para alimentase de la miel de la tierra y sus nutrientes vivientes. Cientos de alimañas que se apostaban debajo de la frescura de la humedad de su cuerpo huyeron en desbandada y una docena de cuervos revolotearon en todas direcciones, graznaron y después  se fugaron hacia el exterior del castillo, un silencio conmovió a aquellas paredes frías.

El joven envejecido prematuramente por el fatal triangulo de amor,  vestido de harapos, trastocado, entristecido, barbudo, inquieto y desolado, sollozo estupefacto, su mirar turbio y lleno de locuras observó detenidamente el cuerpo yacente de su amada en su estado deprimente, pálida, inmóvil, sin vida.

¿Qué hiciste Alejandra? ella era mi vida, yo te amaba y te prometí regresar, pero la conocí a ella y me arrebató el corazón y mi alma. A Victoria La quise más que a mi existencia y puedo explicarte que de sol a sol di mi alma por desposeerla, amarla para toda una eternidad, no sabes cuánto, no te imaginas lo que podía hacer por su amor, no sé que me pasó y quebré mi promesa de amor que un día te exclamé, se que hice mal, pero lo que tú has hecho es fatal es imperdonable.

Alejandra se aferra al cuerpo de Augusto, quería ser suya, adherirse a su piel y amarlo con desesperación y pasión incontrolada, lo acaricia bruscamente, lo besa, muerde los lóbulo de su oreja, le chupa en repetidas ocasiones el cuello, atormentada por el deseo se desgarra la blusa y le muestra sus pechos calientes, hirviendo en brasas al rojo vivo, lo toma del pelo, de los hombros y afinca su vulva restregándola con fuerza sobre su amortecido pene, luego con sus manos se lo aprieta e intenta abrir la bragueta de su pantalón roído,  sin embargo, Augusto la empuja con brusquedad, ella cae el suelo, siente que sus labios pegan contra el duro suelo y un hilillo de sangre ardiente y roja como ebullición de fuego brota de su boca, eso no la inmuta y con su cabellera esparramada en su rostro y hombros se arrastra hacia Augusto: ¿porque lo haces Augusto? ¡Tú sabes que te amo! moriría mil veces por ser nuevamente tuya, ¡te amo Augusto! ¿Porque lo hiciste, porque decidiste romper con tu promesa? ¿No sabes cuantas veces leí tu maldita carta?

Lo sé Alejandra, pero dejé de amarte hace mucho tiempo atrás, ¿es que no entiendes? deje de amarte y no podre hacerlo otra vez jamás,  lo que amo con todo mi ser esta como un cadáver viviente y solo deseo con toda mi alma marchita que regrese, que resucite, no entiendo que hice para merecer este mal.

¿No lo entiendes? Grita Alejandra desesperada,  ¡tú me hiciste daño, me engañaste amor mío! quebraste mi esperanza, desgarraste sin piedad mis sueños, me quitaste los derechos de vivir feliz, de estar contigo, ¡me engañaste infiel!. ¡Porque, porque, porque!

Alejandra se aferró a los pies de augusto y este la arrastra enfurecido tratando de zafarse de aquel delirio de amor frenético. Cuando esta cerca del cadáver de su amada se detiene y llorando desconsoladamente cae de rodillas, toma las manos de victoria san Sebastián, las besa inundándolas de lágrimas, la abraza, le besa en los labios y luego grita como enardecido mencionando su nombre. ¡Por Dios! ¿Qué he hecho para merecer esto? repetía alucinado, ido, enlazado por la pena y dolor.

Alexandra al ver esto le dice colérica: sabes lo hice por ti, porque te amo. El calla de súbito, la mira despectivamente y le pregunta alborozado y sorprendido: ¡hiciste que Alejandra? La toma por los hombros y la zarandea con violencia, el pelo se le alborota, ella baja la cabeza y su hermoso rostro de ninfa encantada quedose forrado con su hermosa y brillante cabellera, la luna alumbra la escena dándole tinte azulado y lleno de misterio indefinido.

Alejandra lo empuja con violencia y sacando una daga se abalanza sobre el cuerpo de Victoria San Sebastián, incrustándole repetidamente en el pecho del cuerpo yacente, la sangre brinca, salpica,  pinta de rojo manzana. Los glóbulos rojos de Victoria San Sebastián salpica el rostro de Alexandra que ya no le importaba la vida, sabía de sobras que iba a morir, pensando que no tendría el amor de augusto quería desfallecer, desaparecer y con su muerte también caería la mujer que Augusto amaba, era su venganza desde que recibió aquella carta condenada.

Pensando la situación que estaba viviendo vio angustiada que su pecho se abría en pedazos y sintió que la vida se le escapaba a borbollonees de sus venas, desgarradas por el hechizo mortal, de su boca manó un espeso hilo de sangre purpura, tosió áspera dejando salir su  vida en gotas y abriendo sus labios desmesuradamente sus ojos blanquearon para caer con estrépito sobre el cuerpo de Victoria.

¡No! Grito perturbado Augusto Monteverde y sintiendo morir de dolor y confundido, corrió para abrazar a las dos damas sin vida, miró sus manos manchadas de sangre, los cuerpos inmóviles, y lloró nuevamente su amarga y negra desgracia, más que un llanto desgarrador fue su segunda muerte y el fin de aquel trágico triangulo de amor y de traición. Acongojado y arrepintiéndose del daño que había hecho, sacando el revólver que tenía en el cinto, lo colocó en su sien y accionando el gatillo se quitó la vida…

Una risa cavernosa se escurrió ligera en el ambiente y varios gritos de espanto se escucharon en las paredes del Castillo. Un pájaro negro revoloteo haciendo extrañas cabriolas y luego se posó sobre los cuerpos de las damas, regurgitando cientos de gusanos enrojecidos sobre los cadáveres. Un canto triste se elevó en el espacio ennegrecido por el odio y la traición y de repente surgió un gran estruendo, el castillo derrumbase pieza por pieza hasta quedar destartalado, finalmente fue absorbido con hambre voraz por la madre tierra…

Años después los que decidían visitar las playas de la hermosa Oceanía en ese lugar de Araya, en vez del fastuoso castillo, encontraban una pequeña ladera llena de cactus y cuervos, en el centro se localizaban tres piedras con formas casi humanas, con los brazos extendidos hacia el cielo, implorando piedad y como intentando escaparse del infierno. A veces algunos transeúntes corren asustados del lugar,  alegando que creen ver que sus ojos se abren.

La bruja del bosque de Manicuare continua habitando en el bosque negro y esperando, quizás por ti si quieres amarrar a quien amas.

Carlos el Arayero te puede dar la dirección.

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Respuestas a esta discusión

Eliad Jhosue, un relato intenso y macabro, atrapa, eres un excelente narrador, felicidades, Amaralis

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