EL HOMBRE ELÁSTICO
En todo caso, una cosa es universalmente sabida: la ficción, esa otra realidad inventada por el ser humano a partir de su experiencia de lo vivido y amasada con la levadura de sus deseos insatisfechos y su imaginación, nos acompaña como nuestro ángel de la guarda desde que allá, en las profundidades de la prehistoria, iniciamos el zigzagueante camino que, al cabo de los milenios, nos llevaría a viajar a las estrellas…
MARIO VARGAS LLOSA
—¡Federico, tú que eres alto, mira si ves las llaves allá arriba!
—¡Federico, pásame el tarro que está sobre la despensa!
—¡Federico, tú que eres largo, cámbiame este foco!
—¡Federico, carga a tu hermano para que vea mejor el desfile!
—¡Federico, tú que alcanzas, dame ese libro, no sé qué hice del banquito!
—¡Federico, ayúdame a pintar allá arriba, que no alcanzo!
oooo
Cuando llegaron en busca de Federico, no les fue difícil encontrarlo. Cualquiera que viviese allí conocía su existencia, y es que él era lo más extraordinario y desconcertante que había ocurrido en aquel pueblo.
Los interesados pertenecían a un circo muy famoso que siempre andaba en busca de nuevas atracciones, y las facultades de Federico no solo habían traspasado las fronteras del pueblo, sino también las del corregimiento y el distrito, hasta llegar a la cabecera de provincia, y luego a la ciudad capital y, de allí, se desbordó el fenómeno hasta llegar a otros países.
Y no era para menos: a Federico lo conocían como el hombre elástico.
Era cosa de asombro observar cómo estiraba los brazos a capricho para amarrarse los zapatos sin doblar la cintura, para abrazar a cuatro o cinco personas a la vez o tomar el fruto de un árbol altísimo sin ayuda. En consecuencia, jamás se hubiera ocupado de contar con un trabajo tradicional. Se dedicaba a las acciones más variopintas, desde destapar un pozo rural sin agacharse, hasta halar un bote arrastrado por la corriente sin mojarse los pies. Claro, por estas labores cobraba honorarios, y contaba, al mismo tiempo, con la ventaja de ser consi33
derado una especie de héroe al que incluso en corrillos y cantinas llamaban consolador de solteronas y viudas, pues afirmaban (sin tener pruebas de ello, ni confirmación de Federico) que sus brazos no eran lo único que elongaba.
Cuando el gerente del circo lo encontró, Federico estaba enlazando con uno de sus brazos a una res en soltura que su dueño le había encomendado devolver a los corrales. Al observar semejante hazaña, él le prometió cielo y tierra con tal de que formara parte de los fenómenos que brindaba en cartelera.
El hombre elástico, acostumbrado al asombro de sus coterráneos, no se impactó por la presencia del extranjero, y menos por su oferta. Le fascinaban la vida campirana y sencilla que llevaba y el constante cariño y agradecimiento que todos le prodigaban en el pueblo. Por ello, no sentía ningún deseo de formar parte de un espectáculo circense y, menos, de verse forzado a deambular de plaza en plaza. Su respuesta fue una irrevocable negativa, que consternó al representante del circo y lo llevó a partir inmediatamente de aquel pueblo polvoriento. Federico siguió con su diario quehacer, recibiendo como paga gallinas de patio, frutas, legumbres, cacharros y todo cuanto valiese el beneficio de sus servicios.
Sin embargo, a la vuelta de cada esquina hay un imprevisto, y Federico no estaba exento de ellos. Empezó a sufrir de dolor en las articulaciones, ¡imagínense, dolor en las articulaciones! Cada vez se le dificultaba más estirarse a causa de las agudas punzadas que le causaba aquello. La situación se fue haciendo tan angustiosa que acudió al veterinario (no había médico), y este le comunicó que sufría de artritis progresiva. Federico estaba desolado, su cómodo modus vivendi estaba en serio peligro. Sin proponérselo, se volvió entonces huraño y poco participativo. El hombre antes colaborador esquivaba ahora toda solicitud de asistencia, temía fallar los encargos, causar algún daño, perder la gran fama que lo rodeaba.
Una tarde fue convocado por el corregidor para brindar un servicio. No podía esquivar el llamado, de manera que se presentó ante la autoridad y allí, ante la junta comunal en pleno, el corregidor entró a explicarle sin preámbulos el motivo de la citación: —Como sabes, Federico, hace rato estamos confrontando serios problemas con las alcantarillas del pueblo. Tú eres testigo de que esos desagües ya no soportan la carga que el crecimiento paulatino de nuestra comunidad les impone. Nos hemos extendido tanto, y sin control por parte de mis antecesores en el puesto (¡psss, como si nadie supiera que la familia del corregidor era heredera histórica del cargo!), que ya no se aguantan las inundaciones, que colapsan las tuberías y terminan por hacer ceder las carreteras o dejar algunos lugares sin agua potable o servicio de aguas negras. Bueno, ¡que estamos en un tremendo aprieto, Federico, y tú nos tienes que ayudar!
—¿Y qué desea que haga, señor corregidor?
—Bien, como sabes, abrir las calles agotaría el presupuesto de la junta comunal, así que hemos pensado que tu habilidad serviría para…, pues…, para que te metas en los drenajes y examines cuáles hay que remplazar. Eso nos sería de gran ayuda.
Federico pensó en la pestilencia de aquella tarea y, claro, en su problema artrítico. Era incapaz de confesarles lo que sufría. Se imaginó de repente imposibilitado para aplicar sus habilidades y hasta atorado en aquellos conductos. Permaneció en silencio demasiado tiempo, era claro que dudaba, así que el corregidor le dio un empujoncito, diciendo:
—Claro, seríamos agradecidos, tú sabes que este pueblo te tiene en gran estima. No tenemos para pagarte honorarios, pero podríamos librar a tu famita de los impuestos de inmueble que adeuda a la comuna, tú sabes que son muchos, y quizá podrían meterles en aprietos...
A Federico le dieron ganas de mandarlo al carajo. Pensó que estaba soñando, no, no, más bien que sufría una pesadilla. En ese instante se percató de algo curioso, ni siquiera recordaba el rostro del corregidor y, menos, el de aquellos concejales, pero si estaba soñando, era un sueño demasiado real.
Los aprietos, muchas veces, convocan al arrojo, de ahí que, aceptada la tarea, el hombre elástico se inventó un plan bastante pedestre para enfrentar el asunto. Se ayudaría untándose el cuerpo con aceite para motor de carros, y llevaría una cámara y un casco de minería. El día que iniciaba la tarea, un gran número de vecinos rodeaba la primera alcantarilla en que se iba a introducir, mientras coreaban, para darle ánimos:
—¡Federico!, ¡Federico!, ¡Federico!, ¡Federico!...
Aquel día fue exitoso. Tomó las fotos y, salvo las náuseas y la suciedad que lo arropó, no tuvo ningún otro incidente. Durante los días subsiguientes, la tarea continuó sin mayores dificultades, aunque le dolían cada vez más las articulaciones y empezaba a dudar de su capacidad para terminar el trabajo. Ya estaba encontrando drenajes que habían cedido o estaban tapados, empezando a complicarle el asunto. Cada reporte que entregaba era enviado al jefe de Mantenimiento de Alcantarillados
—por pura casualidad, primo hermano del corregidor.
Una tarde, cometió la temeridad de intentar atravesar una tubería muy congestionada, perseveró y perseveró hasta quedar trabado en aquellas entrañas. Su elasticidad mermada por la artritis y lo estrecho del sitio impedían que saliese del apuro y, para colmo de males, se desató el aguacero más copioso de la temporada: en un instante estaba empapado.
Quién podría oírle, perdido en aquellas cavidades. Nadie conocía su ubicación, así que, por primera vez en su vida, estaba frente a una situación que sobrepasaba sus facultades. En la oscuridad del lugar, la desesperación por salir del apuro lo llevó a romper la desgastada tubería, dando punto final a toda esperanza de escape. El aire se agotaba, sentía mermadas las fuerzas y presagiaba un lento y agónico final. Gritó, gritó por un auxilio que sabía de antemano imposible. Su fama estaba convocando su ruina, y una angustia arrolladora lo envolvió con su manto.
—¡Federico! ¡Federico! ¡Federico, despierta, leváaaantate! Necesito que bajes las maletas del closet. ¡Cuántas veces quieres que te lo diga! Apúrate, que me tengo que ir.
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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