Hablo de mi ciudad natal: Caracas, en el tiempo de mi existencia infantil y adolescente, hasta la de mi formación universitaria y posterior. Presento el contraste que se aprecia a simple vista entre aquella ciudad tranquila, de calles estrechas y murmullos de chicharras, y lo que hemos vivido después en su transcurso, igual que el de mi vida caraqueña, por estos tres tiempos de su desarrollo.
Puede ser un tema interesante para todos nosotros, hispanoamericanos de una misma estirpe.
Alejo Urdaneta


CIUDAD EN TRES TIEMPOS

1

Cuando en la esquina de la casa esperaba el bus que lo llevaba al colegio de religiosos, veía pasar el tren por la calle de La Línea. Era el primer lucimiento de la mañana y se preparaba Abelardo para salir. Despertaba con el aroma de las arepas que hacía la vieja criada, con el tabaco en la boca y curtida de arrugas, mientras él se vestía para ir a su colegio. Todo estaba calmado y una tenue bruma bajaba desde el Monte Ávila, guardián de la ciudad, con los siete colores del arcoíris, albergue de los pájaros que venían con la madrugada.
El instituto debía parecerse a la propia casa. Como si fuesen palabras pronunciadas por el abuelo, se cumplió el veredicto. La casa se prolongaría en las aulas para que Abelardo aprendiese a bien vivir. Amplias salas cargadas de recogimiento, ventisca en el patio como advertencia por las malas acciones, capilla exornada de incienso para mantener vivo el culto del misterio, continencia de la voz y el gesto en busca de fortaleza. Todo se repetía en el colegio elegido. Ya el director había augurado una regia educación: “Vaya tranquilo, que su nieto estará aquí como en su propia casa”. Y nada hizo Hilda, porque no quisiera o porque lo encontrara inútil, para que su hijo no fuese al instituto. Bastaba leer los catálogos de conducta, los programas religiosos, para percatarse de que aquí fortalecería su hijo la rígida voluntad en los mismos cánones que había recibido del abuelo Ezequiel.
Pronto descubrió el padre Rodríguez la especial disposición del niño para aprender los principios de la escuela y aplicar a su vida el sentido de trascendencia. Se dio cuenta de que con Abelardo estaba ante un ánima de arcilla moldeable y fue atrayéndolo a conversaciones cargadas de misticismo y sazonadas con una sutil sencillez. Abelardo parecía bien dispuesto a recibir las enseñanzas pero se inclinaba a una extraña apatía que desconcertaba al preceptor. Algunas palabras se perdían en el vacío: Abelardo se ausentaba para pensar en otras cosas, o su voz se hacía inaudible al afirmar alguna intención del guía espiritual.
Ya en el tiempo de la adolescencia, se repetían día a día las ceremonias religiosas y metafísicas. Cada mañana escuchaba las imprecaciones a Satanás y las oraciones que le devolverían la gloria arrebatada por el pecado. Era la voz del abuelo Ezequiel resonando en las columnas del colegio. El reposo de la tarde modelaría aún más la voluntad del joven. Pero Abelardo parecía escapar hacia regiones donde quedara al abrigo de la tempestad que sobre su frágil espíritu arrojaba el hábito iniciado por el abuelo.
¿Espíritu frágil? La duda del padre Rodríguez se hacía más profunda cuando invitaba a Abelardo a hablarle de temas tan difíciles como la Encarnación del Verbo o la Trinidad. De aquí surgía en él una nueva inquietud, una destinación al pensamiento filosófico. Y fueron por entonces sus lecturas de Parménides: “Fuerza más bien al pensamiento a que por tal camino no investigue; ni te fuerce a seguirlo la costumbre tantas veces intentada. Discierne, al contrario, con inteligencia la argucia que propongo, múltiplemente discutible”.
Era la época en que la ciudad se iba preparando para los cambios que harían de ella una metrópoli. La niñez gozaba aún de la rutina que guarda de sorpresas, nada que trastornase el curso de los días. El vendedor de helados venía cada tarde con su carrito sonando música de marimba, cambiaba el cielo con el paso de los meses: azul en enero, sepia desde marzo hasta el gris contemplativo de las lluvias de junio. Y en la casa el orden, el silencio de los viejos salones con el mobiliario austero y los cuadros de viejos señeros que el niño veía con indiferencia, de tanto verlos. La familia no era extensa y el abuelo Ezequiel era el pater familias que dirigía con rigor las costumbres de la casa, en compañía de la hija, Hilda. Ya había muerto la abuela Julia y también Adalberto, esposo de Hilda y padre de Abelardo. La presencia femenina ejercía por delegación el poder hegemónico del abuelo Ezequiel, y la madre compartía la vigilancia y el afecto hacia el niño.
Era la ciudad tranquila de templado clima, con casas de techos de tejas, como la de la familia, situada en la callecita sombreada donde de vez en cuando se veían algunos caballos y ya se multiplicaban los coches de motor. En mayo cantaban las chicharras y florecían los árboles de bucare y Araguaney.
2
Hoy es otra cosa, Abelardo, el mundo ha cambiado como lo hacen las calles y las plazas, como también son otros los hombres y las esperanzas que desde aquí vemos. Mira aquella muchacha que va por la otra acera, sus zapatos de alto tacón y pequeña falda, su rostro coloreado que mira de frente en gesto retador. Casi has olvidado las lecciones que recibíamos en el Colegio con el Padre Rodríguez, y del abuelo Ezequiel te queda la veneración, y también el recuerdo de tu madre que hasta la vejez te dio todo lo que tienes. Pero algo guardas silenciosamente. Todos tenemos secretos, y el tuyo está en aprensiones que van de la mano con el valor y la entrega de ti mismo que nos enseñaron a fuerza de sermones y castigos. Recuerda cómo nos preparaban al examen de conciencia e iban dejando rastros de culpa en cada acción nuestra, para que luego tuviésemos templanza y recato.
Sí; muy pronto fuiste abandonando los dogmas. No olvido aquella vez que nos descubriste a todos que no eras el mismo Abelardo pupilo del aprendizaje escolar. Y lo comprobaste no sólo con teorías agnósticas y desplantes verbales. Hacías el juego del enfrentamiento hacia lo que antes fue el sentido humano o social para ti, proclamaste independencia y fuiste penetrando en el albur de la juventud primera con otra libertad.
3
Trabajaba como asistente en el departamento jurídico de una compañía de seguros y tenía dieciocho años. Cursaba el primer año de la carrera de leyes y contrastaba el ambiente universitario con el que había vivido en casa de mis padres y en el colegio. La Universidad me abría mundos nuevos después de tanto tiempo riguroso. Sonaba un nuevo madrigal brillante, de rojo y negro, en aquella isla de musgo. Porque todo era verdor y una arquitectura moderna de piedra y metal. Henry Moore, Calder, Vasarely y los artistas venezolanos del momento, en sus jardines y corredores, enclavada en el centro vital de la ciudad: Un remanso en la turbulencia de la calle que nos brindaba serena curiosidad por la sabiduría y nos despertaba a las artes y al pensamiento libre, en aulas abiertas a la luz con pupitres enfilados hacia la cátedra. Y en mayo, amarillo en guirnaldas de un largo tiempo plañidero de cigarras, oloroso a libros viejos de viejo Derecho Romano y pergaminos de Immanuel Kant manchados por la arboleda que nos llamaba desde los ventanales.

Y todavía era una ciudad amable. Caminábamos desde la Universidad hasta nuestros lugares de trabajo y soñábamos con las novias que nos esperaban hasta el otro día. Fiestas, navidades en familia, un espacio distinto del que podemos narrar sin prejuicio. La ciudad era apacible pero se iba cargando de otras fuerzas: inmigración indiscriminada, polución, riqueza petrolera sin control, hipocresía en gobernantes y áulicos.
Pero tú has tenido la valentía de decirme de tus aventuras escondidas, tus encuentros en los lugares prohibidos por el buen burgués. Aquel bar inmenso cerca del mar al que ibas con amigos. Encontrabas en el oscuro recinto las mujeres que sin recato abolían tus temores. Con alguna de aquellas tuviste la amistad de la conversación; y entonces escuchaste la historia de la mujer que ha sido abandonada, y como eras joven sentías piedad por ella y creías comprenderla. Otro visitante escuchará en el mismo lugar la misma historia, repetida infinitamente en el eco monótono del tiempo.

FINAL
¿Qué me dices? ¿Es así de grave la situación? Te lo pregunto con alarma porque las noticias que nos llegan de tu país por internet son, por el contrario, buenas. No puedo creer ahora en otro mundo distinto en la ciudad que te entusiasmó de ímpetus creadores, ahora descompuesto y contaminado por el dinero y la política; que la pobreza moral se haya extendido hasta en los que tienen una vida acomodada, aun sin excesos… Todos los que antes vivían en paz, con el trabajo como modo de sustento han sido desplazados. ¿Es cierto? Tus cartas me preocupan pues no imagino la ciudad que me recibió con afecto como me la pintas. Gente que sólo aspira a enriquecerse con el alto ingreso petrolero; otros que han escalado desde la más humilde condición hacia puestos de gobierno. La dignidad del homo sapiens es la realización de la sabiduría, la búsqueda del conocimiento desinteresado, la creación de belleza. Ganar dinero e inundar nuestras vidas de unos bienes materiales cada vez más trivializados es una pasión profundamente vulgar, que nos deja vacíos. Sería bueno restaurar ciertos ideales de ocio, de privacidad, de individualismo anárquico. Hoy todos van detrás de la riqueza, menos los que nunca tuvieron antes y tampoco ahora tienen nada: son más pobres aún porque han enajenado su natural humano y gritan cuando se les ordena, y mendigan lo que los demás les han escatimado: alimento, educación. ¡Ah, la riqueza que no se trabaja!
Debo despedirme, Abelardo. Cuán lejos están de ti las ideas que discutías en la facultad de Derecho. El nominalismo frente al realismo, la pureza del intelecto creador. Hace ya tiempo que el espíritu de las ideas y la sensibilidad ha dado lugar al movimiento irracional de la necesidad más inmediata. Por eso te dejo ahora, para que te recojas en el silencio y puedas contemplar con serenidad tu vida de hoy, en la ciudad enloquecida por el nuevo siglo y el milenio amenazador.

































































































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Respuestas a esta discusión

Ciudad en más de tres tiempos

Aún recuerdo los cuentos de mi abuelo que hablaba de una Caracas de techos rojos, serena, cobijada en los árboles donde en los días feriados los jóvenes de aquella época mozos y mozas se bañaban en el Río Guaire.

También mis padres de generación más joven, recordaban la tranquilidad que se respiraba. Caracas seguía siendo una ciudad hermosa con sus cerros vestidos de verde sin cordones de miseria. La gente amanecía en las esquinas, sin miedo a ser atracados a pesar de vivir bajo la dictadura de Marcos Pérez Gimenez, régimen que yo no conocí porque crecí en democracia.

La Caracas que yo viví y vivo es diferente a la de ayer… Los techos rojos fueron asfixiados por grandes edificios; un rosario de miseria se había tragado aquellos verdes cerros y el Guaire era fétido. Si bien había algo de inseguridad, aún se podía ir a misa de gallo y a las patinatas sin correr el peligro de ser asaltados.
Había corrupción como siempre ha existido en todo gobierno, pero los caraqueños eran cordiales, serviciales y confiados, siempre prestos para tender la mano y el tráfico no era agobiante.

Hoy la Caracas de nuestros hijos es diferente…
Las personas son agresivas producto del stress que genera el insoportable Tráfico; la inseguridad es tal, que nadie se atreve a recibir de otro un papel de propaganda o dar una dirección a alguien que pregunte por miedo a ser asaltado y en los peores casos, ser impregnados con burrundanga, para quitarnos la voluntad y hacer lo que se les venga en gana con nuestras vidas y ahorros.

El caraqueño de hoy ya no tiene vida nocturna, se encierra en su casa al oscurecer por miedo a la delincuencia desatada; el citadino es agresivo, desconfiado y temeroso.
Los valores morales se han perdido y el respeto a la vida se ha esfumado porque matan hasta por unos zapatos.

Vivimos en una falsa democracia con un país dividido, enfrentado, lleno de odios, hambreado, donde los cerros no se dan abasto para soportar más ranchos, trayendo consigo la violación de la propiedad privada y las invasiones. El pueblo ha perdido su dignidad y venden la Patria por un pote de leche.

Y si sigo contando pues no terminaré jamás, porque yo creo que vivimos en una Ciudad con más de tres tiempos, porque cada generación va viviendo un cáncer que se comió a la Caracas de techos rojos, al panadero que dejaba el pan en la puerta, a la mujer que tocaba para vender los huevos y al tan famoso amolador de cuchillos y tijeras que tocaba una armónica mientras se trasladaba en una bicicleta.

Interesante tu escrito y da para cortar y coser infinitos puntos de vista en esta discusión

Saludos cordiales de una caraqueña poeta

María Elena Ponce
Tienes razón, pero el corazón tiene sus propias razones y Caracas guarda todavia un rinconcito con música de cristofué y flores de bucare. Suena la marchantica EFE y hay vendedores de fruta y verduras en camiones viejos. Mis recuerdos se mezcan con estos tiempos de hoy en lo que hallo pedazos de aquellas alegrías. Nací en 1944 y mi infancia transcurrió en Los Caobos, por una calle cercana a la línea del tren que venía de Caño amarillo y llegaba hasta el Tuy. Viví en mi edad de escuela primaria y secundaria la dictadura de Pérez Jiménez, pero también la década intensa de los sesenta. Comencé mis estudios universitarios en la UCV, en 1962, de modo que esa década fue la de despertar social. Ya después estuve cen Francia y volví a la vida activa, casado y con hijas (ahora con un nieto).
Ya ves. Amo a Caracas y todavía recuerdo el paso del tren y a Melgarejo. Te enviaré un cuento que trata de este personaje.
Gracias por traernos a Caracas, a pesar de sus dolores.}
Un beso, Alejo.
Alejo Urdaneta

A María Elena Ponce, con cariño caraqueño.

MELGAREJO


Encontraron el pañuelo dentro del viejo cajón de sus juegos. Arrugado y con manchas parecía una paloma muerta. Carlos Alberto fue quien lo descubrió y lo llevó a la abuela cuando se disponía a salir a la misa de las cinco. Un viejo pañuelo que no pertenecía a nadie de la casa, que quizás no había tenido dueño en tanto espacio de siglos recogidos en los recuerdos de la morada antigua.
Todo había comenzado con una visita al garaje convertido en pieza auxiliar, donde se guardaba desde el almanaque anterior y más viejos todavía, junto con los adornos del pesebre. En el garaje dormía accidentalmente Jesusita, la vieja ayudante en los oficios de la casa, porque no siempre se quedaba en las noches. En esas búsquedas infantiles habían estado removiendo cosas olvidadas, habían inventado juegos con Natacha, imaginativa en travesuras que solo comprendían Carlos Alberto y Che, así lo llamaban los mayores. Los hermanos tenían la complicidad de la prima Natacha en todas sus andanzas por el patio y dentro de la casa, porque la abuela pasaba los días atendiendo sus pájaros en la jaula del patio trasero mientras recordaba y vivía de sus evocaciones. En el salón estaba el piano y la tía Ada ordenaba lo imprevisto y escuchaba la caja de música con Debussy y La plus que lente, canturreada en baja voz para brindarla a las figuras en los cuadros de los antepasados. Y la madre era la vigilancia y el cuido de los niños, en su viudez temprana.
Carlos Alberto y Che iban al garaje para esconder algún tesoro recogido en la calle, o los regalos que recibían de los amigos del hogar. Eran andadas sin finalidad que comenzaban en el corredor de la planta alta y terminaban en el patio con el limonero y la jaula de pájaros. El cajón era para ellos solos, con Natacha, y conocían su contenido, igual que su aldaba, su crujido, sus piezas dormidas, el trasfondo lleno de secretos que ellos escondían. Pero nunca habían visto el pañuelo que parecía una paloma muerta. Por esa razón fue una novedad que llevaron a la abuela y que casi perdió la misa de las cinco.
Con la prisa por salir que siempre tenía a esa hora, la abuela no puso atención al requerimiento. Luego se vería. Los niños quedaron a la espera de la respuesta que a las seis les daría. Quizás la tía Ada sabría el sentido de la aparición del pañuelo, a ella podían preguntar sobre aquella mancha blancuzca y vencida. Pero callaron y guardaron el pañuelo hasta conocer por sí mismos el enigma, un simple misterio que se hizo grande en la imaginación de los niños. Entregaron el pañuelo a Natacha para que lo escondiese.
Los días son siempre iguales para algunos, no para ellos, porque tienen el tren de la tarde que pasa por la esquina, y se atemorizan por el paso de Melgarejo cuando anochece. ¡Melgarejo! Mamá ha inventado historias sobre la maldad del hombre de harapos de nombre de tan sonoro misterio, tan lúgubre. Tiene su escondite en el patio trasero, debajo del limonero, y sale en la mañana para regresar al atardecer. Melgarejo es el justiciero que cobra las travesuras que no puede absolver el padre Rodríguez en el colegio.
Todo eso les ha hecho olvidar la existencia del pañuelo que Natacha guarda entre sus secretos.
Algún día vuelve el recuerdo del pañuelo. Lo recordaron por la imagen de un sudario en el recogimiento de la casa, o por el aroma de un perfume desconocido, quizás por la insistencia de la música en el salón cerrado. ¿De dónde había venido y por qué estaba en el baúl que solo ellos conocen? La depositaria elegida para guardarlo fue requerida por Che y eso desató la búsqueda, infructuosa porque el pañuelo no estaba en el lugar donde lo había puesto Natacha mientras esperaban el regreso de la abuela. Otro misterio. No podía haber sido ella, aunque era la única persona que había oído hablar del pañuelo; y tampoco mamá ni la tía Ada. En cuanto a Jesusita, se descartaba la posibilidad. Pensó Carlos Alberto que Natacha lo había extraviado, y Che que no importaba. La duda persistía a la hora de la cena.
Llegarán las arepas rellenas de queso junto al café con leche que los mantenía despiertos hasta las seis y media, cuando terminaban de escuchar en la radio las aventuras de Tamakúm, el vengador errante. Se pobló la mesa de aromas gratos y tomaron asiento. Allí están todos: mamá, la abuela, la tía Ada y los tres niños. Jesuita viene desde la cocina con las fuentes y las bandejas. Se escucha el ángelus desde la capilla cercana y todavía queda en el ambiente el rumor del tren que pasó por la esquina. En el comedor informal, situado al lado del patio trasero de la casa, se hace el silencio recogido de la cena. La ventana es un cuadro de ceniza que deja penetrar una brisa fresca en la hora del último sol. El limonero teje telarañas y los pájaros están cubiertos y en reposo. Las mismas cosas de cada atardecer. Siempre el limonero y la espera de otro día para continuar los juegos. Ya casi llega la penumbra en el patio y el miedo de los niños renace. Melgarejo puede haber salido en su ronda justiciera.
Es difusa la mancha telaraña colgada del limonero. No es trasparente la red ni la mece el viento. La observa Che y su mirada se hace vigilante. No es un ovillo pegajoso sino una paloma muerta manchada de tiempo. Un pañuelo que no era de la casa.
Inclina la cabeza sobre el plato y guarda silencio.
Hay ventanas que en el atardecer parecen estúpidas frente a la agonía del la luz, ante la mirada del limonero que jugoso hace en el patio lo suyo.
Una mueca de melancolía dibuja una paloma muerta con sus llagas que parecen manchas bordadas por el tiempo… Así se dibuja el rostro de una biografía (Melgarejo y otros tantos) que arrastra bellos recuerdos con un dejo de pesadumbre.

Hermoso tu relato que no siendo mío sino ajeno, me lo hago propio en algunos hechos que de niños mis hermanos y yo alguna vez vivimos.

Me encantó leerte y disfruté mucho aguantando el aliento en cada línea que como un rayo de sol atravesaba mis ojos para iluminarme el alma.

Un abrazo desde Caracas

María Elena Ponce
Amiga: Sólo puedo darte las gracias por haber respondido con la misma entonación del cuento, en nuestra Caracas que todavía oculta fantasmas. El todo está en hallarlos, y eso es labor de poetas, como tú misma.
Un beso, alejo.

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LA TRÁGICA EXPERIENCIA DE UN TURISTA URUGUAYO EN LA VENEZUELA “CHÉVERE”

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LA VENEZOLANA GLADYS REVILLA PÉREZ CELEBRA SUS 50 AÑOS COMO ESCRITORA Y BAUTIZA SU LIBRO "CAMINO DE BOTALÓN"

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21

SÍ, LLORO POR TI ARGENTINA Y POR TI VENEZUELA

PRIMER ENCUENTRO DE ESCRITORES EN EL ARCHIPIÉLAGO

22

UHE ACUERDA REESTRUCTURACIÓN Y CONCURSO DE CREDENCIALES

23

VARGAS LLOSA: GRACIAS A LA OPOSICIÓN, VENEZUELA NO SE HA CONVERTIDO EN UNA SEGUNDA CUBA

 

FORO DE LA DIRECTORA

1

Tema 1. Teoría del Significado SEMIOLOGÍA Y GRAMATOLOGÍA. De Jacques Derrida

2

Tema 2. Teoría del Significado SEMIÓTICA Y COMUNICACIÓN

3

Tema 3. Teoría del Significado FILOSOFÍA DEL LENGUAJE. De Javier Borge

4

Tema 4. Teoría del Significado EL DESARROLLO DE LOS CONCEPTOS CIENTÍFICOS EN LA INFANCIA

5

Tema 5. Teoría del Significado PSICOLOGÍA DEL LENGUAJE

6

7

Tema 6. Teoría del Significado - EL SIGNIFICADO PREVIO A LOS SIGNOS.

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