DIARIO EL PANAMÀ AMÉRICA – 6 de junio de 2011
El Cuento D
Calle 5ª Colón
Autor
Alberto Cabredo
Abogado y Escritor
A Enrique Jaramillo Levi, escritor colonense.
¡No me lo vas a creer! Ayer me encontré con Chorroteco. No me mires así, no me mires así, no me he tomado un solo trago. Venía por la misma acera, allá por Calle 3ª. Me quedé paralizado, pero él ni me volteó a mirar, pasó a mi lado como quien no conoce. Casi me dio un infarto, era el mismo chiquillo de entonces y estaba vestido igualito que aquella tarde del cariño, hace como veinte años.
- Ya te están dañando el coco los bates esos que te zampas, si Chorroteco se murió esa tarde, ¡no jodas con los muertos ni con la desgracia ajena, vas a terminar volviéndote loco!
Traté de convencerlo, pero fue en vano. Quién me iba a creer aquello. ¡Pero era el Chorroteco, y todavía iba mojado!. ¿Saben?, por allá cuando éramos chiquillos, escapábamos de la escuela y nos íbamos al muelle de Calle 5ª (cuando uno es niño es como un Dios, hasta la imprudencia te protege). Recuerdo que nos lanzábamos al mar como ocho pelaos con un tubo de llanta inflado -yo tendría unos diez años-, y nadábamos y nadábamos y nadábamos como media milla. No, no exagero, como media milla era… hasta llegar a los cargueros a pedir comida o dulces, siempre nos tocaba algo. Visto a estas alturas, era una temeridad lanzarse a media milla de la costa, pero jamás se nos ocurrió abandonar el mejor pasatiempo que teníamos en Calle 3ª.
Mi mamá me gritaba cada vez que me lanzaba cuesta abajo por aquellas escaleras del viejo caserón, algo que era como una admonición: - ¡No vayas al muelle de Calle 5ª, y menos a esa playa Acapulco! Aquella playa de olas gigantescas que reventaban en un muro de piedra en donde el mar cobraba más vidas que las calles de Colón. Pero a esa edad, toda advertencia era hermana de la falta de sensatez, lo importante era la aventura, la adrenalina que producía jugársela, sentirse agotado a mitad de camino, fatigados los brazos y piernas, buscando aire a bocanadas para llegar al barco. Cuando mordía la fatiga, uno empezaba a reírse de nervios y de susto, pero ya dije, éramos jóvenes, la energía fluía de un lugar incógnito y de que llegábamos, llegábamos.
La memoria es un cajón muy grande, lo guarda todo. Recuerdo que aquella tarde llegamos al muelle y allá en la lejanía se veían tres barcos, el mar estaba picado, pero ello no era freno para lanzarse en calzoncillos a ver quién tocaba primero el casco del carguero. Recuerdo bien cómo las Barracudas estimulaban nuestra carrera, las malditas nos seguían desde el fondo y cuando menos lo esperabas podían arrancarte un dedo. Que le pregunten al Pecas, el cojo, tres dedos de uno de sus pies se esfumaron en la boca de una de ellas. Pero ya lo dije, eso no frenaba a nadie, cómo nos iba a frenar si hasta acostumbrábamos lanzarnos al agua del tercer piso de la Casa Blanca en Calle 6ª, la profundidad del mar en aquel sitio nos permitía aquella gracia repetida todas las semanas.
Caminábamos sobre piso de cristal y a la vuelta de la esquina el cristal se rompe y alguien llora. Gemir tocó a la familia de Chorroteco. Aquella tarde de sol incandescente y mar bravío nos lanzamos todos tras los barcos. Es un hecho que a medida que te alejas de la costa por acá, el mar adquiere un tono verde esmeralda, pero sus profundidades son realmente tenebrosas, no alcanzas a verte ni las manos; recuerdo que aquel día nos fuimos turnando el tubo a medida que nos faltaba el aire y de repente, ¡chuas¡, se hundió Chorroteco. Yo fui el primero en darse cuenta, pero demoré mucho en reaccionar. Cuando di la voz de alarma, todos nos pusimos a buscarlo, ¡pero qué va!, ya era tarde, la oscuridad que abrazaba aquellos vacíos se lo había comido, y ahí estuvimos media hora agarrados del tubo de llanta, cogiendo aire y hundiéndonos para rescatarlo. Todo fue en vano, Chorroteco apareció tres días después rebotando allá en el muro de la playa Acapulco, inflado como una pelota. Esa fue la versión oficial, todos afirmamos lo mismo sin contradicción alguna.
Yo sigo viendo a Chorroteco, se me aparece en sueños mientras gotas de mar resbalan por mi frente y caen en la almohada formando un chorrillo que rueda hasta el piso (claro, en ese instante descubro que estoy soñando), también me lo encuentro sentado en el Maracaná, o despachando en la tienda de Acosta, o en el Teatro Rex, o cruzando la calle en la Avenida Justo Arosemena. Confieso que el corazón me rebota y que Chorroteco, si me mira alguna vez, nunca me saluda. Me gustaría alcanzarlo, quitarme estas pesadillas de toda la vida y quedar en paz, confesarle que fue el miedo, el maldito miedo, y olvidar por fin que fue mi mano la que terminó de hundirlo para que no me ahogara también en su desesperación. Él sabe que allá en el fondo estábamos casi perdidos y que a mí también me faltaba el aire, entonces de qué se queja, por qué este acoso pendejo, esta persecución, si todos sabíamos que aquella carrerita hasta los barcos era solo para valientes…
Etiquetas:
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
http://organizacionmundialdeescritores.ning.com/
CUADRO DE HONOR
########
© 2024 Creada por MilagrosHdzChiliberti-PresidSVAI. Con tecnología de
Insignias | Informar un problema | Política de privacidad | Términos de servicio