Ahora digo: estuve tan cerca de el desde pequeño. Nací a unas cuadras de la calle Maruri en Santiago, en donde llegó Neruda desde el sur a la capital. Anduve en todos los rincones de Chile; hoy me doy cuenta de los caminos recorridos y de las huellas de el. En Machu Picchu, me encontré con el guía que le había mostrado la maravilla de la ciudadela de los Incas, en Rapa Nui los Moai me dijieron de su paso por la Isla maravillosa. En la Araucanía estuve con aquellas locomotoras antiguas en donde viajaba con su Padre, me senté en rincones del Lago Budi y Puerto Saavedra junto a los dominios Mapuches en donde escribió letras consteladas. Circulé por aquellos bosques del sur siempre verdes que sus ojos adoraron. Acaricié también el desierto implacable de Atacama, las ruinas salitreras, las cordilleras de Domeyko y los salares ancestrales. Después llegué aquí, sin proponérmelo, a vivir y fundar la Literatura y la cultura justo frente a su Casa Museo de Isla Negra, en donde el Poeta realizó la mayor parte de sus obras. Y aquí, no déjo de escribir con la pasión que infunde el convencimiento de que hay miles más de poetas amigos en todo el mundo que un día llegarán acá a Isla Negra a visitar a mi querido vecino del frente. No le conocía, nunca lo vi personalmente, quizás un día me cruce en su camino por aquí en donde frecuenté desde mi adolescencia, pero no lo recuerdo. Sólo se que aquí, le conocí más allá de las palabras y algo de su obra. Reconozco que no sabía de el.
El 23 de septiembre de 1973 fallece Pablo Neruda, después de ser llevado desde Isla Negra a Santiago cuando se agrava su salud.
Alfred Asís
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