ABRÁZAME
La encontré en la plaza y me contó su historia. Me pareció tierna, en esta tragicómica manera de entender que la comedia a veces termina en drama. Era tan sutil la diferencia que la unía a su recuerdo como la fibra que la separaba de su manera de contarla. Desde adentro, con una visceral entrega que dejaba al descubierto cada una de sus palabras.
Te la cuento, tal como me la contó ella a mí.
No quiero que se pierda el ímpetu que puso en cada destello hilvanado de añoranza.
Dijo así:
“No sabés la pena que me invade. Tengo el frío del invierno cerniéndose en mi cuerpo, contándome que ya no estás.
Te extraño, sabés?
No puedo olvidarme tu mirada inexperta, tu mutismo queriendo gritar de golpe todas tus emociones contenidas.
Qué tristeza tan insípida, este saberte desprotegido y yermo, pero a la vez tan creído de tus dotes que te hace envilecer cada cosa que tocaras.
Qué tristeza darme cuenta de todos los rincones de tus límites, y hallarte sin rincones, sólo una línea absurda que no se sabrá jamás si es tu partida, o es tu meta.
Pero para qué perder más tiempo en cavilaciones.
Da lo mismo.
Sos tan hueco…
Tuve ganas de amarte como nunca habías sentido, para que supieras como sabe el gusto de los besos del amor adulto.
Tuve ganas de hacerte sentir en la piel con manos de seda, para que aprendieras que la vulgaridad de otras manos no eran para tu piel.
Tuve ganas de mirarte de frente, como nunca te habían mirado, para que supieras que los ojos mandos de esta altura de mi vida guardan todo el fulgor de las primeras miradas, acrisoladas en punzantes emociones.
Tantas ganas tuve, y todas las dejé guardadas bajo siete llaves, del candado que vos guardaste no se para qué.
Tantas ganas de gusto y a montones, como no podrás ya nunca suponer que alguien podrá darte, porque ahora, todo el mundo sabrá que no son para vos.
Sabés, me di cuenta que no valía la pena el día que comíamos juntos y te hurgaste la nariz. Ni siquiera te diste cuenta de mi asco. Hasta ahí, creí que pertenecíamos a mundos semejantes, pero entre todas las cosas que llevo aprendidas, aprendí que los señores que merecen gozar como señores no se tocan la nariz en la mesa de un restaurant.
Tampoco se meten los dedos dentro de la boca cuando les parece que se les rompió un diente, y en realidad sacan una minúscula partícula de hueso de pollo.
Te faltaba tanto por aprender…
Creo que fue entonces que comprendí que no valía la pena.
Que tu abrazo sería sucio, desprolijo y manoteado por la inexperta soledad de tus pasiones compartidas con cualquiera.
Sin embargo, tuve ganas de enseñarte a ser un hombre con mayúsculas, distinguido, como para que fueras digno del lugar que ocupas.
Pero también con eso me equivoqué.
Burro viejo no agarra trote, cuenta la sabiduría popular. Y es tan sabia…
A vos te hace falta mucha calle para merecerte una mujer como yo.
A vos te queda grande hasta la vieja ésa que vende poleo en la puerta del supermercado. Estoy segura que es bien hembra para conseguir sustento con sus manos, con toda la fuerza de su espíritu pidiéndole a la vida que no la deje caer.
Vos sos tan distinto… No valés ni siquiera eso… ni un poco de poleo de las sierras.
Me terminé de convencer el otro día, cuando te llamaron de la maternidad.
. Abrázame – gimió Claudia en el teléfono, contándote que el guacho que había parido era tu hijo.
Y a vos se te erizó la piel.
No sabías como enfrentar al mundo con semejante realidad a cuestas, y tuviste ganas de morir. Pero antes, había que matar a unos cuantos, por las dudas.
Para que no hablen.
Para que nadie suponga que no tenés agallas, cuando en realidad no tenés nada.
Ni agallas, ni modales, ni cojones, nada…
Sabés? A vos nunca te enseñaron lo que significa querer.
Para un pobre infeliz como vos, querer es tener.
No importa qué. Pero tener… plata, poder, putas, todo con p. Por la p de pelotas que te faltan.
Pero no te asustes, yo no me quedé con las tuyas.
Nunca se me ocurrió tocártelas siquiera. Lo mío fue platónico desde el pié hasta el alma, idílico desde el alma a mi, con Benedetti soplándome en los poros recitando que “en la calle codo a codo somos mucho más que dos”, y a vos te quedó tan grande que seguiste solo por la calle de la mugre, la coima y la venganza. Porque sólo vengándote de los que somos mucho más que vos, te sentís potente.
Sabés? Ahora que te dije todo esto, puedo pedirte de nuevo que me abraces.
Yo sentiré los mocos del que sufre de todas las pobrezas, fregándose en mi rostro con tu beso.
Serás mi prójimo más menesteroso.
También puedo abrazarte desde mi decepción, y decirte sos un gil”.
Me largó todo esto como catarsis de su amor desandado a contramano, y se fue por la plaza vacía, soleada, insistente de soledades compartidas.
En el camino, se encontró con la vieja que vende poleo en la puerta del supermercado, la abrazó en silencio, le compró un atado, se fue respirando la pureza del olor de la sierra.
Cuando volví a encontrarla, sonreía otra vez.
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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