Agradecimiento
Todos los días lo mismo. Mi tía me dice que tengo que acompañar a Pepa, todos los días acompañarla a darse una inyección que oigo decir que es de vida o muerte. A las cinco de la mañana vamos, yo delante y ella atrás con su mano sobre mi hombro, como si eso aligerara su cuerpo que parece haberse inflado más y más… cada año desde que nació.
Porque el que le pincha el brazo tiene que ser Avelino, es el que me pincha a mí cuando me enfermo, y a mi tía y a mi abuela y a toda mi familia, y también a toda la gente que conozco. Todos dicen –sobre todo mi abuela, que no se cansa de repetirlo-: “¡Qué mano la de ese hombre!” Pero el problema de la levantada tan temprano es que Avelino ya no vive más en el barrio; se mudó a unas quince cuadras, y tenemos que caminar más lento que las tortugas por eso de Pepa de haberse inflado tanto. Tenemos que llegar antes que él se vaya para el trabajo.
Dice mi tía que yo le debo mucho a Pepa porque Juan, el esposo de Pepa, cuando la rabieta se me subía hasta la cabeza y hasta quedar con los ojos de sapo, él me subía en su jeep y me decía que íbamos a buscar a mi mamá. Sí, yo gritaba mucho desde el día que no vi más a mi mamá escondida debajo de la mesa de la cocina, y Juan era él único que me sacaba, porque se enteraba cuando mis gritos se colaban en su casa. Su casa estaba al lado de la de mi tía. Mi abuela le decía: “déjela, Juan, que son puras rabietas que con el tiempo se cansa”, y yo solo quería volver con mi mamá.
Lo que no entiendo mucho es porqué el agradecimiento tiene que llegar hasta Pepa –digo yo-, porque el agradecimiento es para Juan. Y Juan está en la capital, haciéndose
ver por los médicos con su hija Rosa. Rosa es su única hija. La casa de Pepa es grande, me da miedo. Aunque apenas he llegado a la cocina, la luz no me ayuda a ver todo lo grande que es. Si Pepa prende una –dicen mi tía y mi abuela que Pepa es más que ahorrativa-, queda mucho espacio oscuro, tan oscuro como el cielo de tormenta que esconde las estrellas y la luna. Mi abuela dice, cuando ve el cielo así: “va a llover”, y yo digo que las estrellas y la luna se esconden porque querrán dormir.
Los vecinos y mi abuela y mi tía hablan de Pepa, de Juan y de Rosa que ellos no permiten que nadie entre a su casa; cuando les tocan a la puerta, la entrejuntan, asoman la cabeza y así hablan: ellos con la cabeza salida para afuera, y los otros con las cabezas y el cuerpo parado en la acera. Las vecinas que visitan la casa de mi tía me preguntan sobre la casa, y yo les digo que es como otra cualquiera, y se miran y hablan de que deben tener mucho dinero escondido y tienen miedo a que se lo roben. Entonces yo les digo que lo que pasa es que por la noche los cuadros de la familia de Pepa y Juan, que tienen colgados en la pared, se convierten en fantasmas, y que además sale un hombre que Pepa lo llama “el hombre del sombrerón”, y que Pepa y él hablan durante mucho rato con palabras que no se les pueden entender. Además les digo que a mí me está gustando estar allí, que a lo mejor algún día “el hombre del sombrerón” habla conmigo y me hace entender las palabras extrañas. Entonces la voz de mi abuela y mi tía se unen para decir un: “cállate, muchacha, déjate de tantas sandeces”. A las vecinas se les saltan los ojos como para alcanzarme y matarme. Pero dejan de preguntar. Pero de lo que más hablan es de la soltería de Rosa, y de una amiga que todas las tardes la visita, y dicen: “juy, esa amistad a mi no me gusta”. Como si la soltería de Rosa no fuera igual a la de
Narcisa, la hermana de mi abuela, que tiene ochenta años y la llaman “señorita Narcisa”. Será porque Narcisa se pasa todo el día en la iglesia, y a Rosa la visita sólo esa amiga también soltera como ella. A Narcisa la llaman en el pueblo “la mano derecha del cura”.
Lo que menos me mortifica es tener que levantarme temprano o que Pepa me haga quitar los zapatos para entrar a la casa; total, a mí me gusta andar descalza y que me haga entrar por un costado de la sala. Ella me dice que es para que no marque los pies; la cosa es que a mí siempre se me olvida y Pepa siempre me lo recuerda. Lo que sí me parece raro, pero no lo digo, es que todas las noches me lleve por el pasillo a la otra entrada de la casa, y me haga orinar en una lata. Dice que es para que no ensucie el baño. Por eso de Pepa y Juan de bañarse en el pasillo, me dieron una paliza, porque yo me encaramaba a la ventana de mi casa que da al pasillo, todos los días a las cinco –a la misma hora que Pepa me hacía levantar pero por la tarde- El chorro de agua resbalaba por los cuerpos de Pepa y Juan, que la cogían de un latón enorme con un jarro grande, porque para mojar esos dos cuerpos todo tenía que ser grande. Yo había visto a mi tía desnuda, pero no me llamaba la atención, y el cuerpo de Pepa sí. Los bultos del pecho tenían el tamaño de las alforjas de mi abuelo cuando venían bien cargadas de la finca de mi tío Pedro, pero creo que eran más grandes porque tapaban el ombligo.
Lo bueno venía cuando las iba a enjuagar: Juan tenía que sostener los bultos, y los levantaba tanto que daba la idea de que en cualquier momento iban a caer sobre la espalda. Como Pepa tenía un brazo enfermo, Juan tenía que hacerse cargo de las alforjas hasta que desapareciera el jabón. Esto duró hasta que Pepa le dio por mirar por la ventana.
Ahora el pobre Juan ya no tendrá ese problema, porque los bultos dicen que no están más. Tampoco yo ya no puedo mirar por la ventana. No sé cuando los médicos van a terminar de curar a Juan para que Rosa y él se vengan con Pepa. Las fotos de Rosa, Juan y toda su familia son como mi tía y mi abuela, como si fueran de la familia. De ahí creo yo que me viene eso de hacer rostros con los ojos cerrados.
A la verdad que el agradecimiento se me está haciendo muy largo y ancho, como Pepa y Juan juntos. Hace siete días que a partir de las ocho de la noche miro el techo por la luz de la luna que entra por las rendijas de la ventana pensando que el sueño venga, por eso de levantarme a las cinco de la mañana.
Comentario
Belquis gracias por compartir tu relato lleno de estampas familiares. Disfruté su lectura. Besos y bendiciones, Maigua
Jhonny Oliver, Senda, Rosemarie, Castor Agustín, Norma Cecilia a todos:
Este es un relato que tiene que ver con mi infancia. De los que he escrito es él más querido por mí. Fue pubicado en el 2006 por la editorial Dunken, Argentina. Los que lo han leído muchas han sido sus interpretaciones o las formas en que les ha llegado. Me parece que eso es bueno.
Ahora, a ustudes les doy las gracias primero por haberlo leído y por la crítica favorable. Realmente, Dios me permitió llegar a conocer personas bellas. No puede faltar mi, agradecimiento.
GRACIAS AMIGA BELQUIS POR COMPARTIR ESTE RELATO
TAN ORIGINAL Y ALECCIONADOR, NARRADO DE FORMA SENCILLA
NOS ATRAPAS EN LA LECTURA DE PRINCIPIO A FIN...
Excelso relato, deja mucho que pensar y que hacer. gracias por compartielo.
RED DE INTELECTUALES, DEDICADOS A LA LITERATURA Y EL ARTE. DESDE VENEZUELA, FUENTE DE INTELECTUALES, ARTISTAS Y POETAS, PARA EL MUNDO
Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
http://organizacionmundialdeescritores.ning.com/
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