Cajita de podretumbre
Siempre, a esa hora de la despedida de la tarde, cuando el estomago comienza a picar con el hambre vieja, con los ojos llenos de lagañas, con ese vaho a orines pegado a las piernas laceradas de tanto deambular y dar vueltas, arrastrando el desprecio ajeno.
Siempre, ahí, rondando como buitres lacrimosos, soportando las miradas airadas de los que lo tienen todo. Soportando la rabia de aquellos a los que les molesta la miseria, esa que les afea sus reuniones públicas, donde desean aparentar que todo está bien y el mundo es bello.
Constantes, presentes, con hambre de todo, con abundante desesperanza, con la malicia del que sabe que la hipocresía es cierta, y tienen más miseria esos que los empujan por que los sienten miserables, apestosos, indigentes.
Ahí, donde está la fiesta, comida abundante, risas enajenadas, poesía llanita, perfumes y arco iris de multicolores joyas sobre los cuellos estirados de los que miran para arriba para engañarse, por que mirar para el lado implica comprometerse, reconocer, aceptar sus propias miserias encerradas en las cajitas llenas de la podredumbre de su propio corazón.
Ahí, para recordarnos nuestro egoísmo están siempre los mendigos, los desamparados por ti y por mí.
Carmen Amaralis
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