CAPÍTULO II.- El nuevo trabajo en la costa.

Al poco de casarse , más bien se casaron pronto, porque al novio le había salido un trabajo de guarda en una finca de la costa: (en el Cerrado de los Larios) –entre las zonas de Jarazmín y el Candado-, en la parte oriental de la capital de la provincia –Málaga-, cuyos propietarios –gente poderosa, adinerada y de ilustres apellidos- habían obtenido muy buenas referencias de él y le dieron una semana para incorporarse al trabajo. Con tan sólo seis meses de relaciones de noviazgo, se casaron Frasco y María; aunque poco importaba el tiempo, si se querían ambos tiernamente, se deseaban con gran pasión y además se conocían desde pequeños, porque las familias de ambos, eran vecinos de la misma zona del Término Municipal de Comares. Llegaron con lo puesto, pero con toda la ilusión del mundo en sus corazones jóvenes, a ocupar la casa del guarda, en aquella magna propiedad, de gran mansión y casa solariega, de estilo andaluz; afortunadamente la casita del guarda estaba equipada de todo lo necesario para poder ser habitada de inmediato. Según le contaron, mucho después, su antecesor: había sido despedido por el propietario directamente -al haber llegado a sus oídos, que participaba frecuentemente en los mítines políticos de entonces-, abandonando su cometido y siendo poco eficaz en las tareas encomendadas, como guardar de aquella hacienda. Cierto día se presentó en la finca el propietario y, a su llamado, no pudo ser localizado, viniendo a verle la propia mujer del guarda, hecha un mar de lágrimas y sollozos: pidiéndole disculpas porque su marido, estaba ausente de la finca por motivos particulares, sin haberlo advertido al patrón; a poco que el dueño y patrón insistió, la mujer se vio obligada a aclarar que su marido estaba asistiendo a un mitin de la Central Nacional de Trabajadores, CNT, que se estaba celebrando en Málaga capital. Increíblemente aquél fue el motivo del despido del guarda de aquella señalada hacienda, que había abandonado su puesto de trabajo, sin pedir permiso, porque al propietario, no le habría importado que asistiera, pero había mostrado, falta de respeto al no pedirle autorización –al menos ese era el comentario-. Como el puesto había que cubrirlo de inmediato, debido a las circunstancias sociales por las que atravesaban ciertos entornos, sobre todo, los aledaños de la capital, y siendo éste predio muy apetecible; Frasco, no podía dejar escapar aquella oportunidad que se le brindaba, pues el patrón gozaba de gran prestigio. Pronto se adaptó al cargo de guardés al cargo que le ofrecieron y tuvo muy presente todas las órdenes indicadas por aquel patrón y su familia, quienes fueron mostrándolas sus exigencias y los cometidos a realizar, con toda educación. La familia estaba formada por varios miembros; pero al que siempre tenía como cabeza principal, era al más viejo y a la señora, porque luego estaban los hijos y otros allegados, a los que también había que guardar la debida compostura y darles su lugar, aunque lo ponían todo patas arriba, cuando entraban en la finca, pero que la mayoría del tiempo estaban ausentes y se olvidaban de que, aquel sitio existía. Pronto llegaron sus primeras tres hijas, (María, Antonia y Salvadora), que cayeron como agua de mayo, para todo el mundo en la hacienda y para todas las gentes conocidas; siempre que llegaban los señoritos, se preocupaban de preguntarles por ellas y si necesitaban alguna cosa especial –no deberían tener nunca reparos en comunicarlo-, se lo repetían con bastante frecuencia, pues el comportamiento de Frasco era exquisito, -de total satisfacción, dedicación y estaba muy bien visto-. Le insistían constantemente, que: si llegaban a necesitar algo, o algún miembro de su familia caía enfermo –fuese la hora que fuese-: no lo dudéis en advertírnoslo, para hacer -lo que haya que hacer de inmediato, le decían continuamente-. Toda la familia de Frasco había alcanzado una muy buena consideración. Cuando llegó el –tan deseado varón- cuarto de sus hijos, el patrón hasta les organizó una fiesta de verdiales para el bautizo, que fue celebrado en la propia casa señorial de la hacienda y oficiado por el capellán confesor de la familia; a la que asistieron todo el personal de la finca, acompañados de sus familiares y muchos vecinos de otras haciendas, los cuales estuvieron presentes, festejando el acontecimiento hasta bien entrada la madrugada. En estas circunstancias el guarda Frasco Infante, estaba sumamente agradecido a sus patronos y se esmeraba continuamente para no caer en ninguna falta, ni cometer errores, que pudieran perjudicarle ante sus patronos. Así permanecieron bastantes años en aquella finca a pocos kilómetros de la capital y, por su parte este, muy cercana de las primeras viviendas del barrio del Palo. Aún no existían muy buenas carreteras por la zona, pero a la casa principal de la finca, llegaba un hermoso carril, siempre muy bien cuidado y ocupaba una zona emblemático del Partido de Jarazmín. No estaba nunca parado Frasco, pues siempre tenía falta de tiempo, para vigilar todo el entorno de la hacienda, que por estar muy cerca de la ciudad y estando los tiempos tan malos y complicados, sobre todo para conseguir alimentos; no faltaba nunca, quienes adelantaban la recogida de frutales, salpicados por todo el entorno; las mazorcas de maíz, las legumbres y hortalizas, desaparecían durante la noche. Muchos fueron los tropiezos que tuvo que sortear el guarda, con asiduos amigos de lo ajeno, pero nunca fueron graves, porque siempre que cogía a alguien con las manos en la maza, Frasco procuraba salir airoso de toda discordia; e incluso dejaba a los más menesterosos o padres de familia, que realmente necesitaban volver a sus casas, con algo en las manos: llevarse algo o trataba de hacer la vista gorda, pero no daba mucha ocasión a la rapiña y era un guarda eficiente. Era un hombre, hasta bien considerado por estos amigos de lo ajeno, que por necesidad, emprendían pequeños hurtos, a sabiendas de que Frasco no llegaría nunca a denunciarles. De esta forma transcurrían los días, meses y algunos años; hasta que se acercó la inestabilidad total; algunos miembros de aquella poderosa familia fue detenida, muchos de sus bienes embargados o confiscados y el temor corrió como la pólvora por todas partes, entre los poderosos y los menesterosos. Ya hacía meses que las niñas dejaron de ir al colegio de monjas –Los Ángeles Custodios, en Pedregalejos- donde habían sido de las más sobresalientes en los casi cuatro años que permanecieron –asistiendo todos los días lectivos- y sin haber producido faltas de asistencia, pues la madre las llevaba todas las semanas, al rayar el día con el mulo y permanecían internas hasta el viernes por la tarde, que iba a recogerlas, para llevarlas a casa el fin de semana, montadas en el animal. Habían entrado, claro está: por recomendación de la patrona, -con algo de gestión que tuvo que hacer su marido- pues el colegio era de bastante categoría social en la época y difícilmente hubieran podido asistir las niñas -a sus clases- de no haber intervenido ellos y mucho menos, habría podido costear las estancias del internado. En mitad de una semana cualquiera, las clases se suspendieron y el centro religioso se clausuró, como resultado de las revueltas sociales que empezaron a producirse y, como consecuencia de ello: creció el temor, dejando todo el alumnado de asistir a las clases; posteriormente creo que fue quemado con todas sus pertenencias dentro y sus monjas obligadas a transformarse en clase laica. Frasco poco podía saber de aquellos acontecimientos tan raros, pues como siempre estaba dando vueltas por el campo, tratando de controlar a todas aquellas personas que se acercaban por sus inmediaciones; el no asistía a reuniones de monjas del colegio, ni a comités políticos, ni se desplazaba para hablar con otros vecinos limítrofes, solamente podía hacer sus conjeturas personales, sacadas de los comentarios que oía, en muy contadas y precarias condiciones, cuando su patrón o alguno de sus hijos: hacía algún comentario al respecto y eso no le aclaraba nada, pues él no entendía de comités, ni de sindicatos, ni tan siguiera de lo que pudiera representar una República o una Monarquía, etc.; aunque se olía cada vez más, y con más insistencia, que los derroteros que llevaba la sociedad, no iban por buen camino y que de seguir así: pronto se liaría una catástrofe gorda. Este y otros aspectos, como la clausura del colegio de las niñas, por ser de monjas –según le dijo su mujer una tarde- el día que él preguntó, del: ¿por qué no había llevado las niñas al colegio…?; y ella, le contestó: que lo habían cerrado los políticos (anarquistas, socialistas o comunistas); ¿quién iba a saber?, ¿cuáles…?        El pobre hombre se sorprendió mucho y procuró enterarse bien de todo aquello que ocurría a su alrededor y, de entender bien o informarse de: quienes eran aquellos llamados políticos, tan absurdos y, cómo tenían tanta influencia. Según llegaba a pensar: la deberían tener, para llegar a cerrar aquel colegio; seguro que no serían amigos de su patrón u otras personas parecidas, con influencias. Cuando entendió bien el panorama, que se avecinaba y las consecuencias tan nefastas que su permanencia en la finca podría acarrearle a él y a su pequeña familia: no pegaba ojo por las noches, con cualquier ruido que escuchaba se despertaba y se les ponían los pelos de punta. Durante el día, se volvió mucho más precavido de lo que lo venía haciendo hasta entonces, ya no se hacía tan presente, cuando observaba que algún extraño merodeaba por los campos. Así anduvo dubitativo hasta bien entrada la primavera y aunque, en varias ocasiones, le había manifestado a su patrón, sus deseos de volverse para sus tierras altas y asentarse en la finquita, que había heredado de su familia; no tomó la última determinación, hasta que su patrón le autorizó: a hacer aquello que mejor le aconsejase su conciencia y para conseguir lo mejor para su familia; pues él comprendía que estuviese muy preocupado; ya que, las cosas se estaban poniendo excesivamente difíciles y le autorizaba a marcharse, si ese era su deseo. A la vista de tales acontecimientos, una mañana muy temprano, cargó en una carreta, todos los enseres personales de su familia y, como ya había comunicado a su patrón los pensamientos que tenía de volver a sus tierras de la Alta Axarquía, para no tener remordimientos posteriores, -si abandonaba su puesto-; en aquella ocasión, su señorito: aprovechó la ocasión para recomendarle que, lo expuesto, era lo mejor que podía hacer, pues dadas las circunstancias: nadie estaba seguro en ninguna parte y, permaneciendo tan cerca de la ciudad, lo consideraba peligroso. Allí mismo le hizo su patrón una liquidación bastante favorable por los trabajos prestados y le dio unas inmejorables referencias, por si le pudieran beneficiar en el futuro. Aquella mañana para la que había previsto salir de viaje, lo organizó todo muy bien en combinación con su mujer, desde la tarde anterior. Recogieron todas aquellas cosas de sus pertenencias, las fueron empaquetando lo mejor posible y convocándolas detrás de la puerta; sólo dejaron para el último momento la recogida de algún colchó y algunos útiles de la cocina. Cuando hubieron cargado la carreta –provista de los arreos correspondientes, que el patrón le regaló-, cogió al mulo de su propiedad del cabestro y acomodó a toda la familia entre los enseres; partieron en dirección hacia Málaga para coger los caminos que suben hacia los Montes, por donde hacía años habían venido. Era una larga cuesta, la que tenían que subir, pero no tenía alternativa –la denominada, cuesta de la Fuente de la Reina- de casi veinte kilómetros; pero la subirían con calma, haciendo las paradas que fuesen necesarias, para no cansar, ni al mulo, ni a los pequeños. Además, debía tener muy en cuenta, que su mujer llevaba un bebé de corta edad, que apenas sabía andar y tendrían que prestarle toda la atención posible. Aunque las niñas ya se valían por sí solas; ellos, tendrían que tener con todas muchas atenciones y esmero, en lo que representaba un viaje demasiado largo. Ya le había advertido su patrón, que si tomaba la determinación de no aguantar en la finca de Jarazmín; pusiese los pies en polvorosa –lo antes posible- y, se llevase a toda su familia y aquello que necesitase; sin despedirse de nadie y lo más alejada posible de la civilización, sin mirar para atrás-; porque los tiempos que se avecinaban eran del todo punto catastróficos, para todo el mundo. Aquella mañana, muy temprano, ya había cruzado por la parte noroeste de la hacienda -sin grandes contratiempos- toda la finca del Candado y el cruce de la carretera de Olías -con su arroyo del mismo nombre, que traía un buen hilo de agua-; al llegar a este enclave: estuvo tentado de tomar la dirección norte hacia Olías y Comares, pero recordó que las cuestas eran mucho más pronunciadas, el camino era peor -por estar menos transitado- y seguramente también se le haría más largo en la distancia; por lo que decidió continuar, buscando el paso del Arroyo Jaboneros en los bajos del Cerro San Antón para enfilar por las playas del Carmen y la parte sur del Cerrado de Calderón. Al pasar por las calles de la ciudad, aún la población apenas si se había puesto en movimiento: apreció: como otras muchas familias estaban liando sus bártulos y –al igual que lo hacían ellos- estaban abandonando la ciudad. No quiso pararse con nadie, para recabar mayor información, sobre lo que estaba sucediendo, pues él estaba aplicando, lo que aconsejaba el refrán, cuando dice-con muy buen criterio-: “a buen observador, con pocas palabras bastan…                                  Ya llevaba más de una hora tras la carreta; afortunadamente su mujer y los niños iban dentro; bien acoplados, en los pequeños huecos que ellos mismos se habían proporcionado entre los muebles y enseres, por estos terrenos, aun llanos y o semiplanos; el mulo no tenía que hacer mucho más esfuerzo por llevarlos dentro, su peso era liviano y llevaban un buen paso, que sin ser lento, tampoco requería mucho esfuerzo del animal. Estaban a punto de entrar en el camino de la Caleta, para internarse por el Limonar, por la parte sureste para dirigiéndose al norte, por el carril de los Almendrales y así, llegar a salir a los aledaños de la Fuente de Olletas, dejando a la margen izquierda todos los campos de Gibralfaro y gran parte de la ciudad. Cuando estaban casi a las afueras de la capital y empezaban las primeras cuestas de la Fuente de Olletas: dio de beber al mulo en el gran pilón y llenó todas la vasijas que su mujer le fue proporcionando, para hacer acopio del líquido elemento, que utilizarían por el camino, pues bien sabía que hasta llegar por lo menos a la Venta del Boticario, no podrían reponer más agua, ya que los manantiales existentes por el camino, que pensaba llevar: eran de tierra y los manantiales más cercano se encontraban distantes de la carretera, en los profundos caña dones de aquellas serranías y, en muchos tramos habría que bajar por caminos de cabras, para poder llegar a ellos. Se les fue casi todo el día en subir media cuesta de la Reina, pues el mulo que tiraba del carro, aunque era muy fuerte -en varios tramos de la cuesta-: él hubo de ayudarle para que el animal, no llegase a perder el paso o tuviese que detenerse; pues si se paraba, seguro que luego le sería casi imposible arrancar de nuevo, con todo el peso de la carreta, tirando cuesta arriba. Afortunadamente el animal aguantó con entereza y en los sitios más llanos del camino, Frasco lo desataba del tiro y le dejaba pastar un rato en las cunetas con mayor hierbas –el pasto verde de aquella jubilosa primavera-, al tiempo que le hacía descansar, para que recuperase fuerzas. 

Carretera y carriles de los Montes. No tenía prisas en llegar a su destino y tampoco quería forzar la marcha; recordaba de aquél, que muchas veces le dijo: “vísteme despacio que tengo mucha prisa…”; y no era otro que su propio padre. Él ya se sentía a salvo de todos los inconvenientes, que se podían avecinar en breves días, con tanta multitud de gentes, que en su inmensa mayoría empezaba a no tener lo necesario para vivir. En varias ocasiones pensó hacer un alto definitivo de aquél día, pero no encontraba el lugar propicio y pensó llegar lo más alto posible para al día siguiente enfocar el resto de la cuesta casi de madrugada, pues pasando el Puerto de León, todo el camino era mucho más llevadero y a medida que avanzaban se sentirían más seguros. Fue avanzando poco a poco, hasta llegar a una de las parte más entre llanas de su recorrido, donde hoy se alza la Venta del Detalle; allí tenía un medio pariente, que aunque hacía muchos años que no habían estado en contacto, los acogió con mucha presteza y cariño. Era un primo lejano de su padre –Bartolo- quien llevaba años instalado por aquella zona a donde llegó inicialmente de podador jornalero. Casi toda la familia tuvo que dormir en el salón, medio apelmazados, pero como hacía buen tiempo, el sitio era amplio y colocaron las sillas –macizas de madera de olivo y asientos trenzados de anea- a forma de parrilla y extendieron encima dos de los colchones que llevaban en la carreta, de tal forma, que hicieron rápidamente un buen camastro, donde cupieron todos. Al ser de día emprendieron nuevamente la marcha y, a eso de las once de la mañana, ya estaba llenando las vasijas de agua fresca en la Fuente de la Reina y dando de beber al mulo, que casi dejó el pilón vacío. No quisieron parar allí por mucho más tiempo, pues con el gran esfuerzo que había hecho el mulo, para terminar de subir la cuesta, y la cantidad de agua que todos habían bebido, era muy posible coger un enfriamiento rápidamente, si no se ponían en marcha de inmediato, por ello, pensó Frasco que lo mejor era seguir andando para que el cuerpo no se llegase a enfriar y el sudor pudiese sacar parte de la pesadez, que les entró al coger con ganas y a mano, tan fresco manantial. A partir de ahora, María, las niñas y el bebé, podrían ir subidos en la carreta, pues el terreno se hizo completamente llano en más de un kilómetro y después se iba recostando en pequeñas pendientes de bajadas y subidas cortas, casi por las cumbres de aquellos montes, totalmente poblados de viñedos. Poco antes de llegar a la Venta Garvey –podríamos decir: en la misma esquina del sur-; partía un carril sinuoso y con bastantes pendientes en sus comienzos, que daba acceso a la localidad de Comares –reducto antiguo de los árabes- por donde se podría llegar a sus terrenos de nacimiento.                    El pueblecito estaba encrespado en lo alto de las rocas cicló peas de la alta zona de Maz Mullar; lógicamente era el camino más cómodo de todo aquél Término Municipal, si se quería viajar en ruedas y así lo hubieran tomado, si sus destinos hubiera sido la finca de la familia de María –su mujer-, pero no era buen acceso para enfocar las partes altas de Solano, al tener que cruzar el arroyo de lo Gallego y posteriormente, no había trazado de camino para vehículos de ruedas; sólo las bestias de cuatro patas y los caminantes, podrían haber ahorrado camino, si lo hubiesen tomado, hacia el destino que llevaban. En la intersección de ambos caminos, hoy existe una buena indicación que da a conocer los lugares y las distancias a las que nos encontramos –falta el indicativo de: a Comares- que tendría que salir en perpendicular hacia el horizonte. Las crestas de los montes, se aprecian desde aquellas alturas en todo su esplendor –hoy grandes extensiones de pinos pueblan sus cúspides y laderas- lo que antes fuera una gran extensión de vides, matrices de renombre para los vinos moscateles o de Málaga: mundialmente reconocidos y apreciados, por su variedad moscatel, dando lugar a una de las industrias primordiales en las exportaciones andaluzas.                                La filoxera acabó con la mayor parte de los viñedos de la Axarquía, que venían produciendo vinos de las mejores calidades, desde tiempos anteriores a los romanos (y hasta el Pombero, cuando se casó con Antonina, estuvo cultivando vides por estas laderas pizarrosas); era tanta la producción de vino, que en muchos lagares, cuando había que hacer obras de construcción, se utilizaba el vino de las tinajas de años anteriores, para hacer las mezclas de arcilla o de cal, pues resultaban más baratos, que traer el agua de las cañadas o de los arroyos y, al mismo tiempo desocupaban la vasijas para volver a llenarlas en la próxima cosecha-; los Málaga Virgen, los Quitapenas, los Pedro Ximen y algunos otros vinos dieron gran prestigio a la zona; así como sus pasas moscateles, de las que aún hoy viven muchos lugareños de la comarca axarqueña, como (Almachar, Cutar, El Borge, Canillas de Aceituno, Moclinejo, Benamocarra, Benamargosa, entre otros).    Hicieron parada en la Venta Garvey, donde el propietario era amigo o pariente lejano del padre de María su esposa, desde hacía muchísimo años y, afianzaron su larga amistad, porque les tocó servir en el mismo Regimiento de Infantería, al tener los mismos apellidos y ser del mismo reemplazo. Cuando los llevaron a la Guerra de Cuba, salieron con vida por poco, pero a la vuelta, los dos llegaron malheridos, faltos de ilusión y aunque trataron de rehacer sus respectivas vidas, ninguno consiguió sobrevivir muchos años más. Efectivamente –su tocayo-: Frasquito el de la Venta Garvey y los suyos, recibieron a la familia con alegría y mucho esmero, prepararon una buena comida para el almuerzo y querían a toda costa que se quedasen aquella noche a dormir, pero Frasco y María se excusaron y lo agradecieron grandemente, porque tenían previsto llegar a la casa de Pepe Meléndez -hermano de María-, que vivía en el lagar de las Encinillas –así nombrado por estar muy poblado de ese árbol y muchos alcornoques- denominado también del Meléndrez, por ser una deformación de su propio apellido. El lagar no estaba lejos de allí –lagar que ellos conocían, por estar unos cuatro o cinco kilómetros más alejado hacia el norte -hacia Colmenar y colindante con la margen derecha de la calzada: algo más allá de la casilla del Lince- y el terreno estaba casi todo cuesta abajo, sólo tenía una corta cuesta –La de Vivar-, algo empinada, al final del trayecto. Las hijas y la mujer de Frasquito, prepararon un buen arroz con pollo, que a todos les supo a gloria, también prepararon una buena ensalada, típica de la zona: hecha con tomate, cebolla, pimiento, pepino, zanahoria y lechuga -todo muy bien picado-, aderezado con aceite de oliva, vinagre y sal, - muy bien condimentado con algo de pimentón molido dulce - a la que agregaron un poco de atún. Los hombres mientras tanto, estuvieron hablando de sus cosas, y de entre ellas, de la situación de anarquía, que se estaba avecinando. Mucho más informado estaba Frasquito de los temas que estaban sucediendo, porque tenía radio de pilas en la casa y la escuchaba todas las noches. Frasco, al contrario, no entendía nada, ni siquiera sabía del significado de esas raras palabras, por lo que hubo de preguntar, para que le explicara el amigo de su suegro, todo aquello que él desconocía. “Parece mentira Frasco, que tú: habiendo estado bastantes años pegando a Málaga, no te hayas dado cuenta de todo el terrible asunto, que se nos viene encima; estos políticos de hoy en día no se ponen de acuerdo y sólo intentan mantenerse en el poder, caiga quien caiga; sin importarles nada del daño que hacen a los demás, como están haciendo al país y a tantas gentes, especialmente trabajadora y pobre, que pronto no tendrán medios para subsistir. Al poco de tomar el café, que llegó acompañado de unos roscos de vino –hechos por las hijas de Frasquito- y que les supieron a todos a gloria; llegados, como si fuese el plato final de los postres: Frasco y su familia se pusieron en camino de nuevo, re emprendiendo la marcha, hacia el lagar de su cuñado Pepe, donde pensaban pasar aquella noche venidera. Mientras tanto el mulo había estado también bien atendido atado en una rama de un olivo, desde donde daba buena cuenta de un pienso, que le habían servido en una espuerta de esparto, situada en la cruz del árbol y a la que alcanzaba con toda facilidad. Una vez que lo tuvo aderezado en el tiro del carro, le acercó un cubo de agua fresca, del que dio un buen tiento, dejando por la mitad. Aquella despedida, fue temporal, pues ambas familias quedaron en visitarse con más asiduidad de lo que lo hicieron hasta entonces; ahora les sería más cómodo, al estar más cercanos y al tiempo se ofrecieron para cualquier cosa que necesitasen...

Al poco rato de salir Frasco con su familia de la Venta Garvey, pasaron una media docena de coches cargados de gentes, que se dirigían de Colmenar hacia Málaga, casi produjeron un accidente con la carreta, pues era tal el jolgorio que traían organizado, que venían adelantándose unos a otros, sin control y con los brazos en alto: gritaban desesperados ¡Viva la República!; y se desgañitaban. Frasco pensó entonces que aquella gente se había vuelto loca, iban sin control y seguro que no llegaban a su destino, ni la mitad de los que allí se agolpaban dentro de los vehículos, saldría vivo de tanto desmadre, como llevaban. Ahora parecía ser cierto, lo que, sin darle muchas explicaciones, le había anticipado su patrón, pocos días antes de salir de la finca y también se confirmaba: lo aclarado con más detalles, en las exposiciones que le había dado el amigo y familiar de sus suegros, pues le habrían definitivamente los ojos. La Segunda República había sido proclamada con los votos de las izquierdas, que no retraía su triunfalismo y las gentes saltaba de alegría; pero se les veía: –si los mirabas fijamente a los rostros- que aquellos que tanto alboroto formaban, no eran gentes firmemente trabajadora y mucho menos de los que: tuvieran las manos encallecidas por el trabajo manual; más bien parecían presos evadidos de las cárceles, aunque él no había visto nunca a ninguno de esos tipos. Lo cierto es que había mucho desorden y falta de respeto, pues algunos de los encaramados en las bacas de los coches, hasta se atrevieron a insultarle, yendo, como iba, con su mujer y sus niños pequeños. Ninguno les daba confianza. Pensó: -la gente es cruel por naturaleza, pero cuando se juntan con los malos, son peores y cometen todas las crueldades, como si fuesen a una competición-. Cuando consiguió llegar a la Venta de La Nada, parecía que todo aquel tropel, se había esfumado y reinaba la tranquilidad. Este propietario, bastante serio y honorable, como la mayoría de los de la comarca; también era antiguo conocido de sus padres y de sus suegros, él mismo conocía a algunos de sus hijos, de haberlos saludados en alguna fiesta de verdiales o en las maragatas, que se organizaban por aquellos pechos, cuando andaban todos moceando en su juventud. Se paró, como una media hora, mientras los pequeños merendaban sobre el mismo carro; las mujeres rápidamente se amigaron y empezaron a charlar sobre la misma preocupación que les embargaba a todos. Gaspar, que así se llamaba, le dijo: Frasco, acabamos de entrar en un túnel oscuro, del que ni Dios va a poder sacarnos; debes tener mucho cuidado con tu familia… Hace unos días que se proclamó la II República en Madrid y los ecos ahora están llegando por estos cerros. Ya hay muchos que andan sobresaliendo, formando pequeñas pandillas de desalmados, que ya van amedrentando a las gentes, porque parece ser que la República los va a encumbrar, para que ellos hagan de las suyas a todos aquellos que tengan distintos pensamientos a los suyos. Algunos de los que van ahí, se han atrevido a decirme, que: me van a poner las pilas, que tendré que entrar en vereda y si no lo hago, habré de pagarlo caro. Aquello le llenó mucho más de amargura al pobre Frasco, pues sabía de la honradez, lealtad y hombría de bien que siempre había tenido el tal Gaspar y era de gran mérito: haber criado a un buen número de hombres y mujeres, que eran el espejo y ejemplo de aquellos contornos. No quiso hacer más preámbulo y despidiéndose de aquella familia, prosiguió su viaje, por la carretera, que ahora se pronunciaba cuesta abajo, después de una cerrada curva a la izquierda. Pasaron por entre un gran bosque de alcornoques, que casi tapaban la carretera de parte a parte, en ocasiones no llegaba a verse el cielo y la luz de la tarde menguó casi al 40%; fueron bajando a buen ritmo y sólo tuvo que emplear el freno de la carreta en un par de ocasiones. Pronto llegaron al llano desde donde se divisa la Casilla del Lince, situada a la parte derecha de la carretera; allí también estaban asomados a la puerta de la vivienda un matrimonio y dos chicas, que también eran conocidos lejanos de Frasco, pues parece ser que estaban bastante emparentados con Josefita, la cuñada de María su mujer, donde pensaban pasar aquella noche; no recordaban sus nombres, pero tuvieron mucha suerte: aquellas personas: recordaban los suyos; y, llegando, todo surgió de forma normal, después del consabido saludo.

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Comentario de Elias Antonio Almada el junio 22, 2020 a las 9:34pm

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FOTOS - 3ª JORNADA DE PAZ Y 1er CONGRESO INTERNACIONAL DE LA UNIÒN HISPANOMUNDIAL DE ESCRITORES

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HOMENAJE A MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

11

LA TRÁGICA EXPERIENCIA DE UN TURISTA URUGUAYO EN LA VENEZUELA “CHÉVERE”

12

LA VENEZOLANA GLADYS REVILLA PÉREZ CELEBRA SUS 50 AÑOS COMO ESCRITORA Y BAUTIZA SU LIBRO "CAMINO DE BOTALÓN"

13

LO MÁS RELEVANTE DE ESTA SEMANA (TOP) [Y DE CADA SEMANA]

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LO QUE MÁS AÑORO EN ESTA ÉPOCA

15

LUIS PASTORI DICE ADIÓS A SU RESIDENCIA EN LA TIERRA

16

MENSAJE AL FINAL DE UN AÑO Y AL COMIENZO DE OTRO

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MUCHO CUIDADO Y PRUDENCIA CUANDO QUERAMOS EJECUTAR NUESTRO "DERECHO A LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN"

18

NUESTRAS PETICIONES PARA NAVIDAD  Y AÑO NUEVO

19

PRETENDEN CHANTAJEAR A LA ADMINISTRADORA DE ESTE PORTAL

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SEGÚN LA RAE, LA CONSTITUCIÓN VENEZOLANA RECARGA EL LENGUAJE HACIÉNDOLO IMPRACTICABLE Y RIDÍCULO

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SÍ, LLORO POR TI ARGENTINA Y POR TI VENEZUELA

PRIMER ENCUENTRO DE ESCRITORES EN EL ARCHIPIÉLAGO

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UHE ACUERDA REESTRUCTURACIÓN Y CONCURSO DE CREDENCIALES

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VARGAS LLOSA: GRACIAS A LA OPOSICIÓN, VENEZUELA NO SE HA CONVERTIDO EN UNA SEGUNDA CUBA

 

FORO DE LA DIRECTORA

1

Tema 1. Teoría del Significado SEMIOLOGÍA Y GRAMATOLOGÍA. De Jacques Derrida

2

Tema 2. Teoría del Significado SEMIÓTICA Y COMUNICACIÓN

3

Tema 3. Teoría del Significado FILOSOFÍA DEL LENGUAJE. De Javier Borge

4

Tema 4. Teoría del Significado EL DESARROLLO DE LOS CONCEPTOS CIENTÍFICOS EN LA INFANCIA

5

Tema 5. Teoría del Significado PSICOLOGÍA DEL LENGUAJE

6

7

Tema 6. Teoría del Significado - EL SIGNIFICADO PREVIO A LOS SIGNOS.

REGLAMENTO INTERNO DEL PORTAL SVAI

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