Despertó con terrible dolor-¡Coño, no vuelvo a tomar así- se dijo.
Se puso la mano en la cabeza, le sonaba como una campana gigantesca; se sentía aturdido, el dolor era insoportable. Pensó en levantarse pero casi se cae de la cama, alcanzó a sentarse con suma dificultad.
-Estoy mareado-se dijo. A tientas buscó un frasco de acetaminofén, que siempre reposaba en su mesita de noche, lo asió torpemente, le abrió como pudo y extrajo de él dos cápsulas, se las tomó sin agua, como acostumbraba. Sintió que se les habían pegado en el gaznate, tragó saliva y fue entonces que empezaron pesadamente bajar hasta que la sensación de atasco desapareció. Se recostó de lado hasta que lentamente lo fue envolviendo un sueño profundo.
Soñó con la morena con quien había estado la noche anterior. Una Venus de piel canela; nalgas redondeadas; ojos azabaches, grandes como platos, pestañas negras y espesas; senos puntiagudos y redondos como dos melones-¡Diablos, que senos tan ricos!- se dijo en el sueño. Aquella mujer además de hermosa era muy alta, fat free, unos labios que enloquecían a cualquiera pero, lo que más hermoso tenía era su dentadura ¡Tan Blanca! ¡Tan Perfecta!
Aún dormido, al soñar con ella, todo su cuerpo se erizaba, el corazón palpitaba desordenadamente y todo su cuerpo se retorcía de placer mientras evocaba aquella visión.
La presintió semi-desnuda, acostada a su lado. Siguió su rastro de animal en celos. Ella, adormecida, sintió que una fuerza brutal le despojaba de las pocas prendas de vestir que aún le quedaban. Pero al punto que sintió la mano de él reptando agónica por sus senos firmes y temblorosos, deslizándole sin pudor por su meridiano centro, se volvió como una tigresa hambrienta. Correspondió a sus besos, a sus caricias y a sus abrazos. Se quejó con sus quejidos, cual animal herido. Se dejó montar a lo macho. Ensayó con él todas las posiciones del Kamasutra y, cuando ya le fallaban las fuerzas, le pidió más.
Al final cuando sus cuerpos flotaban ingrávidos por la alcoba, cuando sólo eran polvo de estrellas, le susurró al oído –Caridad, ¿Cuánto te debo?- Fue entonces que comprendió el motivo de su dolor. La causa de aquel desesperante dolor que amenazaba con hacer estallar su cabeza.
Cuando por fin pudo abrir un poco los ojos, veía todo borroso, la habitación giraba lentamente, como en un calidoscopio. Volvió a cerrar y a abrir los ojos con igual dificultad, pues sentía gravas dentro de sus párpados. Alcanzó a ver la silueta de una mujer blanca, sentada en posición fetal en una silla de mimbre franqueando la puerta de salida, que estaba desnuda. Su grueso pelambre lacio y negro, algo canoso, lucía desordenado. Fumaba despacio un cigarrillo americano, que sostenía con su mano izquierda. Tenía en los ojos una mirada aterradora, mezcla de odio y felicidad; sonreía con malicia, mientras en la mano derecha colgaba aun una sartén- ¡Ah con que Caridad eh…! Dijo con ironía sin dejar de apartarle aquella mirada tan fría… Ransés 1:20 PM Santo Domingo 9 de Junio 2009
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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