CON ESCARCHA EN EL PELO

[ANA MARÍA HERNÁEZ]

Con Escarcha en el Pelo

 

Regreso como ave migratoria.

Busco la plenitud del  viento

y el vuelo de las mariposas.

Sergio Macías

 

       Era una tarde fresca y nublada, más otoñal que veraniega, presagiaba tormenta, pero no le importó. Su alma gemía en penumbras plomizas; cada vez que algo no le salía como esperaba, se sumía en  melancolías grises e improductivas, obsesionado con unas pocas escenas nítidas y la sensación ajena de que la realidad se le iba de las manos.

     Salió de su casa con pasos rápidos, como queriendo huir con prisa de allí. Recorrió el sendero que lo llevaba hacia el bosque cercano. Se adentró en él. Era un bosque tupido, casi tenebroso, un lugar triste, un lugar donde anidaba la tristeza. Quizá hubiese debido elegir otro espacio donde dirigirse, pero no le importaba, era como si quisiera autoflagelarse. Siguió caminando, adentrándose más y más en él. Las ramas espinosas de la fronda rasguñaba el aire y su cuerpo lacerándolo, las hojas caídas crujían bajo sus pies.

     Poco a poco la vegetación fue raleando su espesura. Se encontró de pronto con un espacio abierto donde corría un pequeño riacho de fondo cristalino, rodeado de pedregullos y flores silvestres. Se sentó en la tierra junto a él, hundió sus manos en el agua fresca, las tuvo allí un largo instante, mojó su cara y su pelo, como si quisiera ahuyentar fantasmas. Su corazón latía con fuerza.

     Sentado frente a ese espejo de plata se veía como un clown o un verdugo al mismo tiempo. Su vida hacia atrás era una niebla oscura, hacia delante absolutamente nada. Tomó una piedra entre sus manos, se abrazó a ella antes de lanzarla al agua. Con lentitud la tiró y viendo caer la piedra se encaminó a su viaje final, todos los secretos se le fueron revelando y dejaban una profunda huella como la de esa piedra al rozar el agua.

     Tomó una segunda piedra y la lanzó, en ese momento se sintió más fuerte, poderoso, capaz de cualquier cosa. La gran sorpresa de este descubrimiento le sacudió todo el cuerpo. Con más fuerza continuó arrojándolas al agua. Las piedras resplandecían como fantasmas frente a sus ojos asombrados. Lo sostenían a flote como las olas a los barcos. Estaba en la encrucijada de su propia vida. Tal vez fuera la última alternativa frente a la cual tuviera que decidir, alma y cuerpo rasgados de dolor.

     Comenzó a garuar. La simple garúa empañaba el aire infinito, pero no le importaba; seguía tirando piedras y con cada una reconstruyendo su pasado y su presente. Luego ascendió la noche. Una luna creciente apenas dibujada en el cielo iluminaba tenuemente  el lugar. Los árboles del bosque se poblaron de sombras melancólicas ante los ojos de la tierra. Se vio entero, su vida pasó frente a él como una vieja película gastada por los años. Y así había sido, cada vez más incapaz de quebrar el silencio y la impotencia, y cada vez más lejos del aire. «La tristeza es lo único que no se lleva el aire. Está como si allí hubiera nacido. Y hasta se puede probar y sentir, porque está siempre encima de uno, apretada contra uno, y porque es oprimente como una gran cataplasma sobre la viva carne del corazón.».

     Se levantó y con firme decisión se dijo: -Ningún otro asunto vale tanto como para que me entregue totalmente a él. La única luz que siento es ésta.

     Caminó sin prisa desandando el camino, por fin podría regresar a su pueblo materno sin huellas del pasado que lo afectaran.

 

ANA MARÍA HERNÁEZ   21 / 09 / 2010

 

 

[Robert Allen Goodrich Valderrama]

Excelentes Letras

[MARTÍN RAMÓN SALAZAR OLIVIER]

Excelente narración amiga ANA, está muy bien la descripción del escenario.

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡FELICITACIONES!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

[ANA MARÍA HERNÁEZ]

MUCHÍMAS GRACIAS MAB POR TAN BELLA IMAGEN

[ANA MARÍA HERNÁEZ]

MUCHAS GRACIAS ROSEMARIE POR ESTAR SIEMPRE