Con un coreano (relato verídico)
Que importaba si tenía los ojos más o menos oblicuos. Yo no notaba diferencias, ni entendía su rechazo.
Doctora, no puedo, no, es coreano. Mi padre jamás lo permitiría.
Y yo que siempre pensé que el prejuicio era de blanco a negro, no podía entender que existiera prejuicio de amarillo a amarillo. Y comencé a mirar con más detenimiento, y a preguntar, y hablar, aunque en la mayoría de los casos no me respondieran. Un sirviente no le habla al amo. Un sirviente no mira a los ojos de su señor. Bueno, en mi caso a una señora.
Imagino que para ellos, los coreanos, acostumbrados a que los señores eran siempre hombres, les costaba entender qué hacer con una señora encargada, científica. Era la primera vez que se topaban con esa situación.
Coreanos limpiaban baños, coreanos recogían la basura de los laboratorios, coreanos limpiaban mi escritorio, y yo no notaba nada distinto, para mí que eran japoneses, no veía diferencia hasta el día en que la telefonista, Taako, horrorizada, me dijo que su padre jamás permitiría que ella, japonesa, se casara con un coreano.
Yo veía el brillo en los ojos de Cumasan cada vez que pasábamos juntas por el corredor, camino a la cafetería.
Nos seguía con su mirada oblicua hasta que desaparecíamos por el pasillo.
Era obvio su apasionado amor por Taako, y yo no podía entender el rechazo de ella por un joven tan apuesto.
Yo me había convertido en la amiga de Taako. La joven siempre salía corriendo disparada para avisarme de las llamadas desde Puerto Rico, y como hablaba buen inglés me era mucho más fácil comunicarme con ella que con los otros compañeros en el Instituto.
Siempre he tenido la cabeza dura, lo sé. Así que me entró la obsesión por lograr que el amor de Cumasan se viera realizado. Me inventé una petición. Que me llevaran a la playa. La más próxima a Tokio se encontraba a tres horas del Instituto, así que Taako, Cumasan y otros jóvenes científicos hicieron arreglos para que pasáramos un fin de semana en un campamento en una playa.
Tengo que confesar que luego de conocer las playas de Puerto Rico, cualquier otra playa, por comparación, es menos bella. Pero por las noches en Japón tiran fuegos artificiales, encienden luces de Bengala, hacen hogueras y el contorno se vuelve mágico.
Y en esa primera noche al arrullo del mar, y con la luna encendida, se realizó el conjuro e hirvió la pasión, y desde entonces los ojos de Taako seguían los de Cumasan por los pasillos del Instituto.
Hoy muchos años después, estoy pensando en el amor. Y no encuentro la manera de saber si Taako fue valiente y defendió su amor de los prejuicios, formando su hogar con un coreano.
Carmen Amaralis
Comentario
Muchas gracias Raúl, Japón me da historias como para un gran libro, estoy en esas, un abrazote, Amaralis
Carmen Amarilis,linda historia,y redactada como para no soltarla;tienes,porque puedes,desde luego,darle,primero,una largona no tan corta,y.mucho tiempo después,un final feliz:los años,mira tú,no me han puesto menos romántico que en
mis diecjicho julios.Felicitaciones,amiga.De veras,me encantó este bello relato.Cariños.
Muchas gracias mi querido amigo Críspulo, sus aplausos me honran, Amaralis
Mab, muchas gracias por tu mensaje, amiga, un abrazote, Amaralis
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
http://organizacionmundialdeescritores.ning.com/
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