Fui yo el agonizante y tú la muerta.
Y entre ambos la cortina del olvido,
cerrada en lentitud, largo crepúsculo
desembocando en noche sin latidos.
Pocas cosas suceden de repente,
aunque súbitamente las sufrimos.
Siempre que hay dos, la muerte anda al acecho,
llegando paso a paso, con sigilo.
Si uno la ve acercarse,
para el otro su avance es imprevisto.
Aquél se va apagando poco a poco,
en su espíritu ausente recluído,
midiendo las palabras,
leyendo otro capítulo,
esperando que se abra una ventana
y entre una bocanada de aire limpio.
Y éste aumenta los giros de su danza,
eleva el tono de su canto idílico,
filtrando cada imagen en sus ojos,
cada palabra turbia en sus oídos.
Y al fin estalla abrupta la ruptura,
como una confesión, sin hacer ruido.
Y uno desaparece, aligerado,
y otro se queda, estatua de granito.
En este punto arranca la agonía,
larga, profunda, de cariz sombrío.
Sangre y dolor, zozobra y aislamiento,
cada senda tornada en laberinto.
La luz fracasa, y una noche eterna
parece haber surgido.
Pero nada es eterno. Todo muere,
la agonía también. Nunca el cuchillo
que hirió una vez persistirá en la herida,
la sangre cesará, cesará el grito,
la imagen venerada irá perdiendo
rasgos, color, vitalidad, sentido,
y la cortina gris se irá cerrando,
muriendo la otra vida que tuvimos.
Los Angeles, 1 de enero de 2011
Ver el resto de mi tercer poemario de enero en
“En plenitud”http://poesiadelmomento.com/2011/poemas174c.html
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