Es de saber que los pueblos de América han de tener siempre presente el porqué de defender nuestra lengua y cultura; nuestra trayectoria y mantener vivo y renovado la lengua de Cervantes, para todo nuestro continente, que es y será por siempre la cuna de América y la Evangelización Cristiana y primero en la fe religiosa.
Ya que, la admiración de todos los hijos de este hemisferio, los de habla española de nuestro continente, se reparte en dos hombres que son como dos océanos por la dimensión de su obra y por la profundidad de su genio: Bolívar y San Martín. Es por consiguiente de que al tratarse de dos libertadores de dimensiones tan vastas que a la hora de fijar uno su preferencia no sabe por cuál de los dos decidirse. El héroe caraqueño que definido de la siguiente forma por Rodó: ‘’Artigas más San Martín: eso es Bolívar’’. No es este el momento para semejantes parangones. Ya que. Los grandes hombres, por otra parte no se miden como a las montañas, por sus metros de altura ni como a los atletas por la fuerza de sus músculos: se miden por la profundidad de su alma y por la grandeza de su pensamiento. Bolívar nos cautiva sobre todo, además de su figura militar, vencedor en centenares de batallas decisivas para la libertad de medio continente, por su genio como filósofo, como estadista iluminado y hasta como profeta que se adelantó a su tiempo soñando en convertir el Istmo de Panamá en un nuevo Istmo de Corinto para que sirviera de asiento a lo que es hoy la Organización de Estados Americanos (OEA). Pero en San Martín, a su vez, nos arrebata hasta las lágrimas, por encima del caudillo militar, héroe incomparable de San Lorenzo, de Maipú y de Chacabuco, el civilista integérrimo que prefiere resignar el mando y poner a los pies de Bolívar sus victorias antes de dividir el continente para convertirlo después de la emancipación en un campo de Agramante o en un cuartel para las luchas encarnizadas entre güelfos y gibelinos.
San Martín es tan grande como Napoleón, como Aníbal o como Alejandro, en Maipú, pero es más grandes que todos ellos cuando se vence a si mismo sacrificando todas sus ambiciones legítimas en la noche de Guayaquil.
La enseñanza que se desprende de esa vida sin mácula es la que necesita hoy más que nunca este continente que llaman de la esperanza y que ha sido convertido por los desgarramientos y recesiones de los últimos años en el de la frustración.
Hoy cuando tanto se habla y se discurre en América sobre el peculado y sobre la corrupción, ¡qué necesario, qué imperativo se torna el culto a San Martín, a aquel soldado que enseñó a los militares de toda América y de todo el mundo que un hombre de uniforme no debe desenvainar jamás su espada para servir a causas políticas o para sumarse a rencillas que no hagan avanzar sino retroceder la Patria mancillándola en sus leyes y en sus instituciones!
Napoleón, ya próximo a morir en la tarde de Santa Elena, confesó que su gloria no descansaría sobre las batallas que ganó gracias a su genio militar, sino en una sola de sus realizaciones como estadista: el Código Civil, colofón gigantesco de la sabiduría jurídica romana y francesa.
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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