Fue entonces que Manolo lo comprendió todo: ¡Su Amelia misma encarnaba Colombia!
Colombia era Amelia, esa mujer a quien él amaba desde lo más profundo de su ser.
Colombia era Amelia, esa mujer convertida en madre, esposa, hermana, hija, amiga, amante, ahora dispersada por el mundo entero, víctima de la injusticia, de la ignominia, de la voracidad sin límite de mentes retrógradas y perversas.
Colombia era Amelia, Amelia era esa Colombia de tez morena, de ojos profundos, de un rostro fino y delicado, de extrema belleza que sufría, que lloraba y que amaba.
Colombia era Amelia, generosa y de corazón de oro, sublime, magnánima.
Colombia era Amelia, mujer nacida en las entrañas de aquel paraíso convertido en infierno que ahogaba su llanto y su dolor de madre, de esposa, de profesional, de hija, de amante, en fin, de mujer entera; bailando al ritmo de cumbias y vallenatos.
Amelia era el máximo exponente del sufrimiento de siglos de toda una nación atemorizada, subyugada al abandono, a la intolerancia y al abuso de los mercaderes del sufrimiento y del dolor humano, longanimidad propia de aquella nación de muchos siglos.
Colombia era Amelia, víctima subyugada por esas falacias de libertad y justicia, sofismas de doctrinas sectarias y partidarias de azules y colorados, de narcos, guerrilleros y criminales, contumacia de hordas salvajes.
Amelia era Colombia, desterrada, arrancada por la fuerza del seno familiar, de su libertad, de su integridad.
Colombia era todas aquellas Amelia, refundidas en la selva, mancilladas esposas desde niñas, por conveniencia política, matrimonios sin amor, decididos por comandantes entre chiquillos aún.
De niñas utilizadas a la fuerza como “mulas”, transportando en sus entrañas, bajo la amenaza de las armas asesinas, el producto blanco y maldito de sus ilícitos hacia el extranjero.
De chiquillos arrancados a la fuerza del seno familiar, reclutados por doquier para servir en guerras y causas que no eran las suyas.
Colombia era Amelia, la que sus pesadillas la despertaban lejos de casa, aterrorizada, gimiendo y llorando, desorientada víctima de sus recuerdos más profundos, víctima de su destino.
Colombia, la madre de todos los sufrimientos y de siglos de expiación. La madre que llora con llanto de sangre el constante sufrir de sus hijos, nómadas en su propia patria, sin patria, desplazados otros por el mundo entero.
Colombia, la madre abnegada de hombres y mujeres de todas las edades, de todos los estratos sociales, la sufrida pero nunca vencida, la patria de desterrados, de gente recia y cabal.
Colombia, la secuestrada por miserables recompensas económicas, secuestrada por militares, por políticos, por narcotraficantes, toda esa gente apátrida y sin escrúpulos. ¡Colombia la única!
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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