De vacío y soledades
No desea casarse, despunta ya los treinta años, profesional, bella, simpática, y libre, libre como el viento. O tal vez más libre que el viento. Y no es porque le dejen de agradar los hombres que la asechan, todo lo contrario. La apasiona erizar su piel frotándose tierna contra una piel limpia de prejuicios y cargada de deseos. Sabe gozarse esos deseos que se le despiertan muy dentro del alma, del espíritu, del cuerpo. Especialmente ese gusto sublime de sentirse envuelta en la bruma de delicias que se queda en la piel cuando el alma llega a conocer el sabor del amor y del deseo.
Por mucho tiempo guardó sus delirios y se arrastró en penitencia en aquella capilla oscura, muy oscura. De rodillas, fueron muchas letanías y muchos los tantos vía crucis que rezó, sofocando los ardores que la consumían por dentro. Libró una batalla cruenta por más de quince años, tratando de mantener su sábana pura, limpia, místicamente inmaculada. Pero el demonio a la oreja le susurraba:
- ven conmigo, te libraré del deseo y colmaré tu cuerpo con la suavidad de unas manos tersas que sabrán acariciarte.
- No, no puedo, no, debo cuidar mi piel y proteger su pureza, es el sagrado cofre de mi alma.
Y así, entre deseos contenidos y torturas físicas, se guardó por largos años. Pero con tanta lucha, se agotaron sus fuerzas, se hiso vulnerable, y decidió responder a lo que su cuerpo le pedía. Ya no se reprime más. Ahora responde a sus deseos. Posee una mirada ardiente, de esas miradas que tienen las lobas en celo. Con el brillo de sus ojos derrite la voluntad de los que la temen. Sí, la temen.
Los hombres, cuanto más hombre, mas resisten, más temen a una mujer que se sabe bella, cautivante, ardiente. Con su palabra y su mirada los domina, los intimida, y cuando al fin se dejan seducir, terminan odiándose, sintiéndose presos de una voluntad ajena.
Pero ella es una mujer tranquila y libre, reflexiva, dulce y básicamente buena, y cuando la luna reduce su tamaño y se encoje el rastro de luz sobre su cama, se sienta a contemplar en su ventana todos los fantasmas que han saboreado sus ansias, y una inmensa soledad la arrastra a su habitual vacío. En la niebla de sus recuerdos cuenta las huellas de los mil besos recibidos entre sábanas marchitas por cuerpos ajenos.
Nunca ha perdido su libertad, no desea casarse. Prefiere el marasmo de sus recuerdos. No hay sorpresas que no conozca ni barreras que la detengan. Seguirá libre y sola hasta que muera.
Carmen Amaralis vega Olivencia
www.carmenamaralis-vega.com/
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