CAPITULO de mi libro Cavar alrededor de la Planta.

1
…día de muertos.
Me levanté con el alba, miré su foto sobre la improvisada repisa de mi cuarto. Hacía días que estaba inquieto, otra noche sin poder conciliar el sueño.
Sentí que me faltaba el aire. Como si el aire se hubiera vuelto espeso y cada inhalación fuera un acto voluntario. Comprendí a los asmáticos y me contacté con el miedo a la asfixia ¿Pero era el miedo a la asfixia o había un miedo anterior que producía esa situación tan desesperante?
Como sea, no pude dormir y me levanté con la boca pastosa, seca, los labios partidos y el cuerpo sudoroso. Busqué un toallon, me fui quitando la ropa al paso que iba llegando al baño, y con el cuerpo dolorido me sumergí bajo la gratificante cortina de agua.
Mi cabeza estaba embotada, los pensamientos fluían en cámara lenta, no sé cómo pero ya me encontraba sentado en el taxi rumbo al cementerio. La radio del coche dejaba escuchar una ranchera mexicana, pero yo quería escuchar una voz y música conocida, una voz que me conectara a mi mundo ¿A cuál mundo? A cualquiera que conociera. Quería aferrarme a algo querido. Le alcance al chofer un CD de Piazzolla. Su música me transportaba a rincones conocidos y placenteros. Disfruté de su compañía por varios kilómetros. Hasta que el chofer apagó el radio al ingresar al pueblo, lo que implicó: quedarme solo con el paisaje.
La salida lateral irrumpió en mi tiempo apenas logramos salir hacia el costado y tomar la calle principal. Primero me pareció extraña, pero sabía que no me perdería, ya la había transitado otras veces, no muchas, pero sí las suficientes como para saber que no había otra calle asfaltada. Por momentos los baches y el asfalto corroído por el tiempo captaron mi atención. Tal vez fueron unos segundos, después volví a la nada.
El chofer estacionó el coche en el mismo lugar donde lo había dejado meses atrás. Miré a mí alrededor; no había nadie. Eso me sorprendió, esperaba encontrar mucha gente. Miré la hora: 7:30 ¿Sería todavía muy temprano? Tal vez.
Entré al panteón. En un perímetro de aproximadamente una hectárea y media, cercado con bloques de cemento, unos cuantos montículos de tierra y las diferencias sociales aún en el campo santo. Algunas tumbas con sus lápidas talladas y hasta con esculturas religiosas; otras, con una cruz de madera mal enterrada y otras invadidas de maleza que impedía ver los límites entre el piso y la tumba.
Mirando hacia ambos lados, atravesé el cementerio de extremo a extremo hasta llegar a la tumba que tenía una inscripción hecha a mano: “Doña Otilia Iglesias”. Me senté en una piedra justo a los pies de la tumba:
–Hola madrina ¿Cómo ha estado? Al parecer aquí no los tratan muy bien. He visto mejores cementerios que este...
–Juan, Juan, nunca me interesó aparentar nada en vida, se cree que me va a interesar ahora, después de un año de muerta. Acaso no es usted el que no se cansa de repetir lo que le dije el primer día que llegó a mi casa. Para que sepa no he cambiado, sigo siendo la misma. Lo que no aprenda allí no se lo van a regalar aquí.
–Madrina ¿Qué sentido tiene todo esto? (Le pregunto mirando alrededor y viendo el paisaje desierto, donde lo único que crecían eran tumbas)
– ¿Usted qué cree?
–No lo sé. Lo único que sé es que extraño los diálogos y los cafés que me tomaba en su compañía. A veces siento que la soledad me pesa aquí, sí aquí en el centro del pecho, y vuelve a asaltarme el miedo de “morir como un perro” ¿recuerda?
–Claro que me acuerdo, pero al parecer el que no se acuerda es usted. Yo le dije ¿cuál perro? Si de lo que estamos rodeados son más de marranos que de perros (me dice riéndose) Usted no se haga problemas que ahorita le doy una enderezada para que deje de hacerse bolas. Usted no va a terminar como ningún perro. No señor. No sería yo esa que abandone a un amigo. O usted se cree que sólo por que estoy muerta voy a dejar de darle lata. Nada de eso. Ya le dije una vez que usted no es esa persona que se ande quejando. Usted no nació para tener miedo a nada, sólo respetar lo que es, lo que se tiene que respetar. Todo lo demás se va acomodando mientras seguimos al pasito.
–Madrina ¿dónde está?
–Usted que cree, ¿no me está escuchando acaso?
–Si, pero eso es mi imaginación, yo me estoy acordando de cómo eran nuestras charlas y por eso ahora las recuerdo.
–Espere Juan, una cosa es estar muerta y otra muy distinta es ser tonta. Yo le estoy hablando, y ahorita mismo me estoy encabronando porque no he venido aquí, al lado suyo, para que usted me salga con esas cosas que ya se le deberían haber quitado. No me haga sentir que perdí años de mi vida acompañándolo para que no llegue a ningún lado, ni para que no tenga la habilidad de agarrar ni un puñado de tierra de toda la que lo rodea. Mire a su alrededor y deje todo lo que le molesta para ser usted mismo. Ahorita tiene otra oportunidad. Los restos de todos los que están bajo tierra son pura podredumbre, ya no les queda nada de la vanidad ni de todo lo que se cansaban por aparentar o por sostener las mentiras ¿recuerda cuando le decía: Espere a que vuelvan…? Aquí ya se siguieron de largo, aquí cada uno es lo que es...
–Ma…, entonces qué sentido tiene estar vivo, si al final todos vamos a terminar dos metros bajo tierra y podridos…
–No se equivoque, bajo esos montículos de tierra ya no queda nada ¿no me escuchó? Todo lo que era vanidad allí quedó. Ahora lo único que queda es lo que somos.
– ¿Y qué somos?
– ¡Ah! Ahora quiere que el trabajo suyo la haga otro. Esto está fácil. Pero yo no puedo quitarle la oportunidad que usted lo descubra. Cómo va a darle valor a lo gratis. Le va a costar, y pagará con el orgullo y con la soberbia, la envidia también es buena moneda de pago, y también de haber andado como el chuparrosas ¡ja! ¡ja!
–Madrina, pero le vuelvo a preguntar lo mismo ¿Cuál es el sentido de seguir luchando por la vida?
–En la pregunta está la respuesta. Eso, encontrarle el sentido a la vida. Y si se tomara un tiempo y mirara a su alrededor se daría cuenta que tal vez la respuesta esté en el final. Tal vez, el final sea el principio de todas las cosas. Pregúntese: ¿Qué piensa? ¿Qué siente? Cree realmente que está rodeado de muerte por el solo hecho que esté en el cementerio. Mire un poco más allá de los muros, un poco más allá de la barda ¿no ve los cerros? ¿No ve el sol que se levanta tras la montaña? Dígame Juan, no le parece una buena razón para estar vivo. Recuerde: que su cabeza siempre esté donde está su cuerpo.
–Madrina, me siento vacío... vacío.
–Ojala lo estuviera, el problema no es que está vacío, el problema es que está lleno, pero lleno de cosas que no le sirven. Se tendría que aligerar un poco para dejar de andar cargando el mundo sobre sus espaldas. Vuelva a mirar a su alrededor. Todos estos se creyeron alguna vez que nadie podía cambiarlos; así, igual que usted, y qué lograron. ¿Usted cree que vivieron más que cualquier otro? Juan, si no agarramos las cosas en su propio tanto todo va a seguir igual, sin que nada importante suceda en su vida. Usted se cree que por vivir cansado, lleno de preocupaciones va a lograr cazar esa liebre que se le ha estado escapando una y otra y otra vez.
–La pregunta de siempre ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? Supongamos que ya sé todo lo que estoy haciendo mal. Pero ¿Cómo desprogramo la cabezota para empezar a hacer las cosas bien?
–Bien, por lo visto usted cree que tiene... ¿Cómo dijo? Desprogra... No sé qué... la cabezota. El problema es que usted no tiene la solución y cree que lo va a arreglar con eso. La solución no está en usted. No al menos como usted cree. No se puede recetar usted mismo. Usted sabe cómo se siente pero no tiene la palabra justa para romper el encantamiento de la mente. Tenemos que encontrar las palabras precisas, las palabras de la verdad, solo conociéndolas usted se libera del tormento de la mente. Mientras tanto no le queda más que ir de aquí para allá como ahora. Si no tiene asunto mejor se queda en un lugar, para no andar corriendo riesgos innecesarios. Por ejemplo ¿qué está haciendo usted aquí? Yo ya lo vi desde que salió de su casa en ese taxi, que iba bien recio, y siguió recio por esa carretera que está bien peligrosa, como alma que se las trae... ¿y para qué? Pone en riesgo su vida, su casa... imagínese que le pasa algo ¿qué será de sus muchachos? Y de su pobre vida ¿qué me cuenta? Cree que podrían sobreponerse a un dolor tan grande como lo que representa la muerte del padre para un hijo.
–Madrina, me está diciendo lo mismo que me decía cuando estaba viva ¿No se supone que la visión de alguien que está más allá de todo este desorden sería diferente?
–Ya le dije que no podemos cambiar de un momento para otro. Quizás de un momento para otro nos morimos, pero no porque hayamos muerto nos vamos a volver más listos de lo que éramos. O usted se cree eso de los premios porque sí. Váyase quitando esas ideas de la cabeza. Nada se consigue si no le caen los veintes. Si no hay veintes usted sigue pobre, si le caen veintes y tiene la maña de guardarlos, entonces hablamos. Mientras tanto no le queda más remedio que escucharme. Para algo vino. De perdido que no se vaya con las manos vacías. Claro, no depende de mí si usted no quiere agarrar algo. Durante mucho tiempo he tratado de acompañarlo como mejor he podido...
–Y lo ha hecho muy bien Doña....
–No me interrumpa que se me va lo importante por quedarnos en las apariencias. Le decía que he tratado de acompañarlo como mejor he podido. También sé que no ha sido fácil, ni para usted ni para mí, porque todo esto, para usted, es nuevo y como usted nunca había conocido una persona así, natural, como yo, más difícil le debe resultar. Pero, ni modo así nos tocó a los dos. Yo, sin saber por qué mi destino lo puso en mi camino, y sin embargo, tratar de agarrar lo que me toca, si es que me toca algo, y usted, tratar de hacerse cargo de lo que pueda cazar. En ese camino que trazamos juntos pero separados han sucedido muchas cosas, algunos las llaman buenas y malas, yo a todas las llamo “cosas”. Sería imposible vivir sin que las cosas pasaran, y cada una a su ritmo pasa y vienen otras para reemplazar a las que se acaban de ir, y así se nos hace de noche para luego reanudar otro día. Se da cuenta Juan, si sólo pudiéramos contemplar el curso de las cosas ¿de dónde nacen? ¿Hacia dónde van? ¿Qué importancia tienen? Y tratando de encontrar respuestas nos pasamos en averiguaciones: y que dicen que esta viene de tal lado, y que siempre no, que viene de tal otro y el chisme no para, y la cabezota empieza a crecer y surge el tormento. Es muy poco, por no decir nada, lo que puede hacer una mente atormentada. Yo, lo que le dije es que vamos a agarrar las cosas en un tanto, desde la raíz. Pero, para agarrar las cosas desde la raíz sin dañar la planta ¿qué hay que hacer?
–Con voz experta le dije: Primero hay que cavar alrededor de la planta...
–Eso, eso es lo que hemos estado haciendo y allí estamos atorados; es que la raíz de esta planta es muy sensible y no está acostumbrada a aguantar vara, por eso nos vamos al pasito. Hasta donde lleguemos es bueno.
–Doña Otilia, acláreme que es eso de que usted es “natural”.
–Se lo he explicado varias veces, pero al parecer usted necesita que le machaquen. Soy así. A mi nadie me enseñó nada. Yo ya vine así. Yo no tuve que hacer como los mentalistas que van a estudiar sus cosas, o como los estudiosos que andan presumiendo con palabras que les son ajenas. Nunca me gustó saludar con sombrero ajeno. Yo así soy, siempre he sido así, desde que era bien chica me he ganado unas buenas palizas con esas varillas de retama por andar de metereta: Que tómese esta hierbita que le va a hacer bien a ese dolor de panza, y que desee un baño de agua de rosas, y que esto y que lo otro, y dale que otra vez la jaladera de orejas por andar de médica. Pienso que mis papás sufrieron mucho por ser yo como soy. Con siete años ya venían a consultarme desde bien lejos y qué podía hacer yo, si apenas levantaba una cuarta del suelo.
¿Podía imaginarme a Doña Otilia con lágrimas en los ojos recordando aspectos de su infancia? ¡Imagínese! Yo ni sabía lo que hacía pero era como si una voz me dictara lo que tenía que recetar y allí estaba yo, a veces creyéndome mucho y otras sin saber qué estaba haciendo. Fue muy duro...
–Pero ¿Y ahora que ya no está en este mundo de qué le sirvió todo eso?
–Lo más triste: De casi nada. Como usted puede ver alrededor de su persona las cosas siguen pasando, al igual que cuando yo estaba compartiendo la mesa con usted. Las cosas no se acaban, ni se van a acabar, pero nosotros sí nos acabamos, así que es mejor buscar una manera mucho más útil de pasar el puente que nos separa entre la vida y esto que llamamos muerte. Le dije que “casi” de nada, pero usted con el “casi” ya la hace. Pero, desde aquí ya no puedo hacer recetas.
– ¿Qué… le quitaron el recetario?
–No es eso, ahora sólo puedo acompañarlo a ver si todo lo que le enseñé fue suficiente para que la planta no se vaya en vicio y dé fruto. Usted no pierda de vista el movimiento de las cosas, aunque no se deje hipnotizar por las cosas, si se va con las cosas ya lo habremos perdido y todo el trabajo habrá resultado inútil. Todo esto ya se lo dije cuando tomábamos café, sólo le estoy refrescando la memoria. Es como si hubiera estado paralizado de las piernas y sólo podía caminar con muletas, pues bien, ahora hay que quitar las muletas y ver cómo resultó la operación.
– ¿Y usted que piensa madrina?
– ¡Ah! Cierto que soy su madrina, y cada vez que se le empiezan a poner difíciles las cosas me lo recuerda. Creo que ni con eso se libra, aunque usted sea mi ahijado no le sirve para escaparse de la realidad.
–Madrina ¿Por qué a veces me parece que escucho cosas contradictorias? Usted me ha dicho muchas veces que no busque fuera de mí, y hace un rato me dijo que yo no puedo darme el diagnóstico y recetarme ¿en qué quedamos? ¿Necesito a alguien para que me ayude o puedo hacerlo yo sólo?
–A veces sí, y otras veces no. Lo verdaderamente difícil es saber cuando uno y cuando lo otro.
–Pero, madrina ¿Todo es así, doble?
–Doble sería una forma de decir, pero no sería lo correcto. Yo no le diría doble, sino de muchas formas y de más contenidos. Las cosas para mí no son y no eran lo mismo que para otras gentes. Tiene que aprender que todo depende de muchas cosas y que no basta la cabezota para atraparlas, y sin embargo, hace falta una buena cabezota para mantenerse en un tanto.
– ¿Qué es mantenerse en un tanto?
– ¿Qué entiende usted cuando yo le digo: hay que mantenerse en un tanto?
–Bueno, yo entiendo que uno tiene que quedarse quieto hasta que haya comprendido la verdadera naturaleza de las cosas.
–Uno no se puede quedar quieto, ya que todo se mueve, y bien rápido. Lo mejor sería no tomar decisiones porque cuando uno decide deja de lado muchas cosas importantes. Por allí cortamos la pierna que no era y la otra sigue mala.
– ¿Cómo es posible? A mí siempre me enseñaron que tenía que tomar decisiones y que eso era un signo de madurez. Que mientras más decisiones tomara, y que las llevara adelante, eso hablaría bien de mí.
–Como le dije hace un rato: A veces sí y a veces no. Sin embargo, la mayoría de las veces, no es usted el que toma las decisiones. Son las cosas y las gentes las que lo empujan a tomar las decisiones. Por eso lo mejor es no tomar ninguna decisión hasta saber quién es el que va a dar el paso al frente para que lo fusilen ¿para qué o quién va a ser ajusticiado? En cuanto a lo que usted dice que todo lo que digo tiene otra cara, quiero decirle que así es. Todo lo que yo digo tiene no una sola cara sino muchas caras. Algunas más simpáticas que otras, y algunas muy feas, pero ni modo, así es esto de querer agarrar las cosas.
–Madrina ¿”Agarrar las cosas” tiene que ver con la conciencia?

…jugando en el espacio – tiempo.

Mi imaginación voló hasta centrarse en una imagen conocida y allí volvía a encontrarme con mi madrina: Miró hacia el piso, inclinó la cabeza y escupió una hebra de tabaco, luego dirigió su mirada al cigarro que hacía girar entre sus dedos. Hizo un gesto con la boca acompañado de un leve movimiento de hombros. Todo esto me indicó que no iba a ser fácil obtener una respuesta, al menos una respuesta convencional.
– ¿Para qué quiere saber qué es la conciencia?
–He escuchado muchas veces decir que la conciencia juega un papel muy importante cuando el hombre busca el verdadero conocimiento.
– ¿Dónde lo escuchó?
–Bueno, lo escuché en algunos de los grupos en los -que he andado, también en cursos o en charlas y lo leí en libros que tratan acerca del conocimiento.
– ¡Ah! Lo leyó. Ustedes los lectores creen que porque se aprenden el nombre de las cosas ese es el nombre real de las cosas. Lo único que tiene es el nombre, pero no tiene la palabra “efectiva”. La palabra “efectiva” es la que puede ayudarlo a “estallar” la cabezota.
– ¿Y cuál es esa palabra?
–Esas no salen en los libros, y cada cosa tiene su palabra “efectiva”. De nada le serviría conocer la palabra efectiva de la conciencia.
–Pero má, cómo puede ayudarme para que comprenda...
-A lo mejor le sirve que la conciencia es “darse cuenta”, pero no con la cabeza. Ustedes los lectores creen que todo pueden atraparlo con la cabeza, pero uno no puede darse cuenta o volverse, como usted dice, consciente con la cabeza. La cabeza tiene que “estallar” para poder “agarrar” algo de la realidad, y cuando esto pasa usted sabe lo que tiene que saber, las cosas están en un tanto, y esa palabra ahora es “efectiva”.
–Madrina ¿Por qué hablan que existen diferentes niveles de conciencia?
–Se lo he dicho muchas veces, la gente habla porque no sabe hacer otra cosa; y mientras más hablan más creen que saben. Lo único que hacen es ponerle afición al chisme y a repetir lo que dicen otros que aprendieron del chisme. ¿Cuáles niveles? O está dormido o está despierto, o se da cuenta o no se da cuenta. Lo demás es puro burlote, puro cuento. Pero por ejemplo, hay gente que tiene mucha capacidad, otros tienen un poco menos y también hay gente que no tiene nada de capacidad. También hay gente negra, morena y blanca ¿Por qué no puede haber diferentes grados o niveles en la conciencia o en el darse cuenta? Ese es el problema suyo, Juan, y el de muchos otros que se pierden con las palabras, el creer que lo que vale en este mundo sirve para el otro. Todo lo aprendido en este mundo, en el que usted vive, entre todas esas palabras, no sirve para nada en el “otro mundo”. Todo lo que usted cree es lo que no lo deja ver “lo otro”. Si quiere ver la televisión de verdad tiene que ponerla en el canal verdadero, sino va a perder mucho tiempo.
– ¿Cuál es ese “otro mundo”?
–Vamos despacio. El “otro mundo” está aquí, sólo que no puede verse con los ojos comunes, hay que tener otros ojos para ver lo real.
–Má… ¿entonces no podemos ir progresando poco a poco, haciéndonos cada vez más conscientes, comprendiendo cada día un poco más?
–Claro que no. Esa es otra trampa de la cabezota. La cabezota le hace creer que el “otro mundo” funciona como éste, y el “otro mundo” no tiene nada que ver con éste. Mire hacia fuera.
Estábamos sentados en el lugar de siempre, al menos así vivía ese instante. Doña Otilia en la cabecera de la mesa, con sus pies sin tocar el suelo, mirando a través del hueco que dejaba la puerta abierta. Yo, en mi lugar, a la izquierda de Doña Otilia y casi de frente hacia la abertura. Mi cuerpo estaba levemente inclinado, de tal manera que podía observar a mi madrina y con solo ladear la cabeza mirar el desierto que se extendía tras el umbral de la puerta. Giré la cabeza y observé los matorrales, el cielo, la tierra navegando en cada brisa, en cada impulso del viento. No sé cuanto tiempo pasó, sólo recuerdo que la voz de mi madrina en un susurro me sacó del trance:
– ¿Qué ve?
–Veo el paisaje.
–No. Más que eso, descríbame que está viendo.
–Veo el cerro, los matorrales y árboles pequeños. Tal vez sean mezquites, en Argentina les decimos chañar. También veo rocas, el cielo azul...
–Fíjese en el medio de ese cerro ¿qué ve?
–Casi una sombra, como si estuviera un poco más oscuro que a su alrededor.
–Trate de olvidarse de sus ojos, de los ojos con que ve todos los días, trate de ver sin los ojos.
En ese instante se produjo en mí un vacío, no sabía con que estaba viendo, sentí que el que observaba era todo mi cuerpo, no veía nada diferente, pero había desaparecido el observador, era como si me hubiera fundido en el desierto. Como si el observador y lo observado fuera lo mismo.
– ¿Y Juan, ahora qué ve?
La voz de mi madrina volvió a mi rescate. Sentí una pequeña convulsión y traté de explicar la experiencia que acababa de tener, me había puesto sumamente ansioso, pero mi madrina hizo un gesto, que yo ya conocía, para que no hablara.
–Mire Juan, le voy a decir lo que hay en el centro del cerro. Hay una cueva, cuya entrada está tapiada así (Se ayudaba con las manos para dibujar en el aire la posición de los tablones que cubrían la entrada a la cueva). Las tablas no llegan hasta arriba, sino que dejan todo un hueco. Por ese hueco se asoma la cabeza de un hombre que mira como hacia el poniente, tiene un brazo sacado por el hueco, está como esperando a alguien. A un costado de la puerta de tablas hay una canasta con comida pero está cubierta con un mantel de cuadrados rojos y blancos, y más hacia la izquierda hay un perchero del que cuelga una ropa, como si la pusieron para que se seque.
– ¿Qué hace ese hombre ahí, Madrina?
– ¿Quién sabe? Pero allí está.
–Má, ¿Y por qué yo no puedo verlo?
–Tampoco sé por qué usted no puede ver lo que yo veo. Tal vez sea porque las cosas del otro mundo nunca se pueden “agarrar” con las cosas de este mundo. Mire Juan, vallase a caminar hacia ese cerro. Desde aquí se va caminando tranquilo hasta donde llegue, como no está muy alto, lo bueno sería que llegue hasta la punta y desde allí me manda un saludo ¿qué le parece?
–Muy bien Má, hacia allá voy.
La tarde declinaba y las sombras comenzaban a dar los mismos matices a todo el entorno. Volví a sentir esa inquietud que me producía el enfrentar todo mi bagaje intelectual, teórico, con la forma de ver las cosas de mi madrina. Me venían a la mente conceptos como los de desarrollo gradual, paso a paso, desarrollo de la conciencia, esfuerzo sostenido, voluntad, y mientras acudían estas ideas empecé a ver la analogía entre el camino hacia la cima del cerro y el progreso gradual. Creí haber encontrado la respuesta. Estaba convencido de que mi madrina me había enviado al cerro para que encontrara el significado del esfuerzo. Así continué con mis especulaciones. A medida que avanzaba iba viendo con más claridad el entorno, desde lo alto se divisa más lejos, al acercarse a la cima hay menos obstáculos que entorpezcan la visión, y así iba mi mente hilvanando una y otra cosa. Seguí las indicaciones de mi madrina al pié de la letra, al llegar a la cima agité el brazo varias veces, seguro de que mi madrina me estaba observando. Inicié el retorno, con la confianza en que había encontrado algo. Sin embargo no estaba feliz, sentía que todo era demasiado obvio, y conociendo a mi madrina sabía que no era por ahí. Para llegar a esas conclusiones no hubiera hecho falta realizar esa caminata, era todo muy lógico, muy simple, muy predecible, algo estaba mal, pero no sabía que era.
–Listo má... Misión cumplida.
– ¿Cómo le fue? ¿Se dio cuenta de algo?
–Muchas ideas llegaron a mi cabeza. Por ejemplo, tenía que ir paso a paso, cómo a través del tiempo iba avanzando; la importancia del esfuerzo; el mirar hacia atrás y darme cuenta de la distancia recorrida; cómo al llegar a la cima veía el cielo y podía observar qué pasaba más lejos...
– ¿Algo más?
–Sí. Sin embargo, siento que hay algo más que no logro atrapar. Todo esto que le digo me parece muy simple, pero no es lo simple lo que me molesta, sino una sensación de que hay algo más, pero no sé qué es.
–Bien. El asunto es como ya le dije, usted trata de usar las cosas que sirven en este mundo para tratar de “agarrar” las cosas del otro mundo, y así no va a “agarrar” nada. Juan, usted salió de aquí, y se dirigió hacia el cerro ¿Fue así?
–Así fue madrina.
–Usted tenía un propósito y era llegar a la cima y desde allí saludarme ¿Vamos bien?
–Sí.
–La cabezota nos hace creer que todo está separado, así como las palabras en los libros están separadas unas de otras y la cabeza les da un sentido, el que la misma cabeza quiere. Es fácil pensar que usted y la punta del cerro no son lo mismo, que están separados y que hay toda una distancia que los separa. Eso es de este mundo y es real en este mundo, pero no en el que usted dice que le interesa. En el “otro mundo” no hay distancia, todo es aquí y es ahora.
– ¿Por qué me ha dicho muchas veces que tengo que ir agarrando las cosas, como si llevara un morral y que allí las tengo que ir juntando para cuando se ofrezcan?
– ¿Se da cuenta como nos enredan y nos hacen nudos las palabras? Usted tiene que ir agarrando las cosas en un tanto para que cuando esté listo para pegar el salto, o como le he dicho, para cuando la cabeza estalle usted sepa de qué se trata y no quede peor de cómo estaba. Todo es lo mismo, la cabezota se afana en separarlo, y mientras más palabras se aprendan más separadas va a quedar, más sólo, aunque esté rodeado de mucha gente y de muchas cosas.
– ¿Entonces no es como una escalera, por la cual uno va subiendo paso a paso hasta llegar a la punta?
Se limitó a mirarme con cierto dejo de tristeza, como quién mira a alguien que a pesar de estar al lado de lo que busca no lo ve. Tal vez, mi madrina tenga razón, he leído tanto, poseo tantas palabras, podría describir paso a paso el desarrollo gradual de la conciencia, hasta he experimentado experiencias cumbres, inducidas y espontáneas.
Sin embargo, siento esa tensión permanente entre el deseo de saltar al abismo, deponer el control, y el miedo a perderme de vista, a confundirme en un torbellino en el cual mi propia identidad pudiera desvanecerse.
Me sentía atrapado en el universo mecanicista de Newton, o en el relativista de Albert Einstein, pero mi madrina vivía en armonía en un universo cuántico, para ella no había distancias, todo lo vivía en una simultaneidad permanente, todo se daba cita en una visión unitiva, donde no había desdoblamientos. Los días eran un instante, las horas eran minutos, no había espacio entre lo que llamamos sueño y la vigilia, es más, no había sueño, había un estar permanentemente despierto.
Estoy seguro que nunca leyó, ni siquiera escuchó hablar de Teilhard de Chardin, ni de Assagioli, o Ken Wilber, pero de lo que sí estoy plenamente seguro es que vivía en un instante, en un permanente y conciente instante.
–Madrina ¿si no existen diferentes niveles de conciencia, por qué hay diferentes niveles de personas?
– ¿Usted se refiere a que por qué hay gente que parece más buena que otra?
–Sí, porque no podemos decir que somos todos iguales, yo veo que hay gente que se preocupa por los demás y otros que viven jodiendo a los demás.
–Nada de eso tiene una verdadera importancia. Véalo así, hay dos bienes en el mundo, uno es el bien menor, y el otro es el bien mayor. El primero puede llevarlo a ser una “buena” persona. Cuando actúa en el otro, en el bien mayor, nada de eso importa, sus actos no pueden ser juzgados por la gente corriente. Tal vez, digan que esté loco o que es un santo, no tiene ninguna importancia. Se lo vuelvo a repetir, lo que sirve aquí no es siempre “real”. Aquí, entre nosotros, la gente cambia porque le conviene cambiar, porque se cansó de sufrir o porque descubre más beneficios siendo así que siendo asa, detrás de ellos siempre hay un propósito, siempre esperan ganar algo a cambio de ser así. En el mundo que yo vivo nada de eso sirve o importa, a decir verdad nada es importante, solo estar despierto para “agarrar” las cosas como son.
Haga de cuenta que usted está dormido, y mientras duerme sueña. De repente, usted mismo o algo ajeno, lo despierta, entonces deja de soñar. Usted comprende que todo lo que estaba en su sueño era pura fantasía, que no eran imágenes de realidad. Algo parecido es cuando la cabeza “estalla”. Primero la luz, como cuando hay una explosión, puede ser que primero vea una luz muy pequeñita, pero a medida que se va acercando ya lo encandila y por un tiempo no va a ver nada, y todo va a ser como una gran lucezota. Nada va a ser lo mismo para usted, nunca más usted va a ser el mismo. Sin embargo, aquí se va a quedar, qué le hace uno si todavía no le toca el tiempo de irse. Como yo, aquí estoy entre toda esta gente, viviendo entre las cabras, pero yo soy otra, no ésta que parezco ante los ojos de los demás, yo ya estoy en el otro mundo. Por eso cuando usted me llame, no lo haga por mi nombre de pila, o con el nombre que me conoce la gente, llámeme por mi verdadero nombre, mi nombre “efectivo”.
Juan, no hay distancia, la distancia la pone la cabezota. Y si no hay distancia ¿cómo va a creer que paso a paso va a llegar a algún lado? Entienda de una vez por todas, no hay un lugar a dónde ir. Todo está aquí. No se quede atrapado en eso que usted dice ¿cómo es que le llama? ¡Ah! Sí, niveles. ¿Cuál nivel? Eso lo inventaron los mentalistas y lo repiten los lectores. Usted no le ponga afición al chisme y con eso por ahora tiene.
Mi madrina vivía en un mundo holístico, donde la sin cronicidad, los campos morfogénicos, el universo holográfico, y todas esas palabras que adquieren nuevos significados con el avance de la ciencia, se daban cita en un ser humano, un ser humano cuya dimensión trascendía lo personal y lo proyectaba a un universo único, en el cuál la palabra libertad, la palabra compromiso, la palabra ética, se manifiestan insignificantes para abarcarlo.
Tal vez, sería más fácil comprenderlo en sus propias palabras: “Esta vieja chorreada, en esta casa mugrienta juró no ofender ni a Dios ni al mundo.”
¡Y vaya si lo cumplió!
Un viento frío me trajo abruptamente de la casa de mi madrina. De repente me encontraba de nuevo sentado en una piedra a los pies de su tumba.
Unas voces me hicieron girar la cabeza, los primeros visitantes entraban al cementerio.
Había llegado la hora de partir. Me levanté de mi improvisado asiento. El sol ya estaba en lo alto. Tomé una tarjeta personal y le escribí unas líneas a Diana, la hija de Doña Otilia, la deposité sobre la tumba seguro que la encontraría. Partí sin mirar atrás.
Lo más duro en la relación con mi madrina, cuando la visitaba, eran siempre los retornos, lo eran cuando vivía y lo seguían siendo después de muerta. Tal vez porque me regresaban a un mundo lleno de contradicciones; mis propias contradicciones; a mi falta de congruencia. Esta vez no fue la excepción. Su voz volvió a cobrar presencia, una presencia de imágenes en las que se embonaban los recuerdos con la nueva experiencia que iba surgiendo, y a la que se le suma, en este instante, el recuerdo; y al recuerdo las palabras que busca mi mente para ser fiel a este presente:
– ¿Recuerda Juan? Usted es la escalera ¿Recuerda la charla que tuvimos con Alejandro? ¿Aquella vez que platicamos de la neblina?
–Claro que la recuerdo, pero yo no abrí la boca.
–Ni falta que hizo.
Como si el parabrisas se transformara en una gran pantalla, empezaron a acudir las imágenes, tal cual como había sucedido, tenía todas las escenas ante mis ojos. Recuerdo a Alejandro sentado de espaldas a la abertura que oficiaba de puerta. Doña Otilia en la cabecera de la mesa, como era su costumbre y yo de frente al campo, era mi lugar favorito. Doña Otilia, al menos cuando yo estaba, no dejaba que nadie más lo ocupara.
¿Quién era Alejandro? Otro de los personajes que merodeábamos la casa para ver, al igual que yo, qué se le pegaba de ese conocimiento extraño que poseía Doña Otilia. Nacido en Yucatán, egresado como arquitecto de Harvard, con maestría en la misma Universidad, un año becado en Japón, con cursos en Italia, etc., etc.
¿Qué hacía allí? Lo que ya dije: buscar algo. Tal vez, una respuesta
¿A qué? A sus propias preguntas.
–Mire Alejandro, es que hay algo especial. No sé que es, pero algo especial...
La neblina por donde pasa el agua va llevando ecos de la noche. El agua y el rocío que van cayendo como rosas en la arbolada. Una neblina que se lleva el sol.... te vas con la neblina y luego llegas con el sol.
Doña Otilia se levantó de la mesa, se dirigió hacia el fogón a buscar un poco de agua de la olla que estaba sobre los leños, negra de grasa quemada y hollín. El vapor subía suavemente. Con sus manos curtidas por mil fogones retira la olla del fuego y con una taza vierte el agua hirviendo en unos jarros. Como en un ritual sin tiempo, busca el tarro de café instantáneo y pone una cucharada generosa, la vacía en el jarro y revuelve concienzudamente. Repite los mismos movimientos con un jarro tras otro, hasta que todos quedamos servidos. Entonces se sienta. Nos mira y repite:
–Es una historia triste...
Alejandro le pregunta:
– ¿Por qué Doña Otilia, por qué es una historia triste?
Y ella le responde:
– ¿Por qué? ¿No entiende? ¿No le pone usted sentimiento a estas historias? Lo necesitas en la soledad... Caminas, vas por el mundo como un sonámbulo, sin esperanza. Sólo Dios y la compasión de saber que somos una escalera al cielo. Necesitamos un tanto de razón, un tanto de compasión para ser los hombres grandes. Muy despacio, muy calmada la cosa, hay que llegar a la compasión por la humanidad.
Doña Otilia hace silencio. Toma su café y bebe un prolongado sorbo. Se queda un rato observando el vapor que se desprende de la taza y continúa:
–Las cosas... se hacen con sacrificio y sufrimiento, sino nunca llegamos a la compasión de lo humano, de la pobreza ¿y de dónde nace? De tener conciencia... conciencia de los esfuerzos y sacrificios de tus papás. Claro, uno puede sufrir por andar neceando, y ese sufrimiento, lejos de mejorarnos nos hace peores personas. El que sirve, el sufrimiento que sirve es el de la renuncia, dándonos cuenta de a qué estamos renunciando. Si desde el comienzo no se da cuenta del sacrificio de sus papás, usted no puede darse cuenta de nada de lo que sigue. Allí uno renuncia sin haber comenzado a andar ¿se da cuenta?
Se hizo un silencio denso, pesado. Yo no pude dejar de pensar en mis padres, uno enterrado en el país que nací, el otro enterrado en mi memoria muy lejos de donde yo vivía. Me ganó una profunda tristeza. Levanté la mirada del suelo y vi a Alejandro taciturno, sumido en sus propios recuerdos, tal vez parecidos a los míos. Alejandro rompió el silencio. Después de escucharlo me pareció que era para salir del marasmo que nos envolvía y que se estaba haciendo tangible: –Doña Otilia, me he sentido un poco cansado ¿Qué será?
Doña Otilia adquirió una postura más digna, hasta solemne, como quien se apresta a dar una receta magistral convalidada por muchos años de experiencia profesional en el arte de curar:
–Lo que tiene que hacer es poner un vaso de agua junto a la puerta, o en la ventana, o cerca de la cabeza. Con eso puede agarrar espíritus que son sombras que no podemos agarrar. Es un trabajo que tiene que hacer, que desarrollar. En mí, fue como tantas veces le he dicho, natural, pero usted tiene que desarrollarlo.
– ¿Cómo Doña Otilia?
–Yo le enseñaría a Usted las partes espiritistas, más cerca, más abundantes que lo de nosotros... lo de nosotros es de muchos años. Necesita como 18 o 16 rosas rojas. Rosal rojo para las prácticas de la santidad, mentalidad.... Santidad es revelar, hacer parte redonda. Mentalidad es revelar lo que hay en la sierra. Espiritista... es mortal... platica con el muerto.
El paraíso es un silencio. Tranquilo, callado. Para su nacimiento hay que hablar con los que fueron efectivos santos o apóstoles. No pensar. Hay que encontrar cuáles fueron las efectivas promesas de los que platicaron de la santidad.
Pero, hay que pagar renta por estar en el paraíso. Es una lectura muy bonita porque enseña a conmover montañas...
La sabiduría de nosotros debe ser la comprensión. “Designorarse” de lo que hablaron los hombres cuando salieron al encuentro de lo que tenía el mundo con la tierra. Señales se dieron, que no tenía que haber inocentes.
Doña Otilia hizo un profundo silencio, no se porqué Alejandro se levantó y salió a la noche. Mi madrina me miró como si saliera de un trance. No pude quedarme callado, la pregunta la tenía en la garganta:
–Madrina ¿Por qué le habló a Alejandro de esas cosas?
–Eso es para él. El sabe de qué le hablo. Claro que si usted aprovecha y agarra algo mejor para usted.
–Pero a mí se me hizo muy raro.
–Tal vez ya se lo arrebató la noche y hoy no le tocaba. Ni modo, quizás otro día.
–A lo mejor mañana se me da, ya que pensamos quedarnos ¿Tendría un rincón para tirar una manta?
–Usted sabe que sí.
Volví a poner atención a la ruta. Tengo que estar aquí y ahora, al menos eso me dije.
Venía del cementerio y mi mente no paraba ni un segundo, estaba disociado, una parte de mi ser iba de regreso por la carretera, la otra seguía en la casa y, como si esto fuera poco, el eco de las palabras de mi madrina en los momentos que estuve sentado en su tumba, seguían martillando mis sienes. Sin embargo, tuve la fortaleza de decirle a mi madrina: ya recordé la escalera, pero junto a ese recuerdo acudieron otros a mi mente. La respuesta no se hizo esperar: “Por algo será, quizás ahora le sean útiles para algo”.
El destino estaba empeñado en no soltarme, a los pocos metros de mi “aquí y ahora” volvió mi recuerdo a la casa. El día siguiente también fue para Alejandro. Como si Doña Otilia me estuviera dando una lección; prácticamente me ignoraba, aunque yo sabía que no era así sino que había algo que se me escapaba, que no podía agarrar. Mirándolo directamente a Alejandro comenzó a hablar:
–Tenemos que averiguar dónde está la raíz. El primer viento que dio el primer suspiro a la tierra, y como raíces son reveladas en la tierra. El primer suspiro... Tenemos que comprender... Esta es una escuela que requiere fortaleza para no decir: “Me reúno con mujeres. Me reúno y divierto con hombres”.
La fortaleza, la fuerza, la usa uno para alentar muchas grandes cosas. Si no, será dominado uno muy fácilmente.
Doña Otilia miró a Alejandro de reojo. Él estaba leyendo lo que había hecho el fin de semana anterior cuando había salido con un par de amigos y un grupito de “amigas”. Alejandro, como ella lo sabía, quedaba al descubierto en sus “andanzas”, y esta prueba que le daba formaba parte de su increíble percepción, algo que no me dejaba de asombrar. No contenta con el golpe que le había asestado, prosiguió:
–Yo no desperdicio mi energía en cosas que no... que no ayudan a la sabiduría. La energía hay que usarla bien. Se trata de entender las señales que se presentan... ¿Por qué se abre una puerta? ¿Por qué cae algo? ¿Cuál es el sentido de las señales?
–Alejandro, acusando el impacto y no pudiendo esgrimir nada para justificarse le dijo cabizbajo:
–Sí, ya veo lo que dice. Pero, si uno estudia todo eso, si uno vigila el sentido de las señales ¿Cómo sé lo que estoy aprendiendo? ¿Cómo sé que estoy aprendiendo algo?
–Usted puede estar aprendiendo cosas, ahora mismo, sin que usted lo piense...
Me descubrí en la ruta de nuevo, el chofer apretando el volante, yo las manos sudadas y el corazón palpitando intensamente. Recordé el conocimiento directo practicado por los sufis y por los budistas Zen. Todo un sistema dirigido a romper con la estructura cognoscitiva lineal, lógica, racional, existe otra forma de abordar la realidad, otra manera de percibir esto que llamamos realidad, otra forma de bucear en lo profundo para desentrañar un conocimiento mucho más acorde con la necesidad del alma. Volví a ver el abismo a mis pies y sin embargo no podía pegar el salto. No todavía, no todavía.
Vichenzo había sido mi maestro en Argentina, había aprendido de él todo lo que sabía al conocer a Doña Otilia, entre todos sus conocimientos había uno que incorporé rápidamente a mi vida, ya que lo corroboré una y otra vez: “La finalidad es el principio de todas las cosas”, mi madrina me lo había repetido, exactamente con las mismas palabras. Entonces me dije: si la muerte es la finalidad de todas las cosas, tendría que partir desde allí para encontrarle un sentido a este trayecto lleno de curvas que cada vez se me tornaba más absurdo. ¿Sería la muerte la finalidad o sólo un nuevo nacimiento?
Cada cita con Doña Otilia mientras vivía o con su espíritu ahora que partió, me deja la misma sensación, nada real puede existir en la separación. La separación no es amor, el verdadero amor es la fuerza que todo lo une, pero de dónde surge, cómo contactarme con ese sentimiento que elimine mi ego, que disuelva de una vez y para siempre una concepción falsa de “mi yo”.
Doña Otilia me repetía que era necesario que “estallara” la cabeza, que sólo así podía llegar a “ver” la realidad, que existía una forma de captar la realidad en donde la razón y lo aprendido era un verdadero estorbo. La razón servía para las cosas de este mundo, pero no para “agarrar” lo verdadero, no para las cosas que tenían un sentido por sí mismas.
Cada vez me quedaba más claro que existen otras maneras de abordar la “realidad”, y que esas otras maneras eran más incluyentes de todos los seres y las cosas que me rodeaban. Hasta la separatividad producida por la división del tiempo me confundía en presencia del recuerdo de mi madrina. Lo había acabado de vivir en el cementerio, estaba seguro que no me había movido del panteón y sin embargo había estado con ella en la casa, había subido a una sierra ¿Cuándo habían acontecido todas estas experiencias? ¿En qué tiempo? ¿Podemos amar en esta dimensión en la que nos encontramos separados, escindidos unos de otros?
Doña Otilia jugaba con el tiempo, nunca percibí en ella la separatividad, ni siquiera cuando estaba en su lecho y aparentemente dormida dejaba de ser la misma. Si me acercaba, abría los ojos y me decía: Lo estaba esperando, lo vengo acompañando desde que salió de su casa.
Nunca se refirió a acontecimientos en el pasado sin jugar con un tiempo absurdo que rompía una y otra vez la linealidad de la percepción. Había en su discurso un permanente aquí y ahora, a tal punto, que muchas veces me perdía en el relato porque estaba permanentemente esforzándome en darle una secuencia lógica, lineal, temporal, y lamentablemente perdía muchos significados preciosos.
Por eso esta narración a veces se transforma en absurda desde la perspectiva del tiempo, porque no puede existir el tiempo en presencia de Doña Otilia. La sucesión de palabras puede hacernos creer que a una cosa le sigue otra, y así sucesivamente, esto sería incurrir en un grave error, perderíamos el espíritu de la narración, la narración misma forma parte de la desestructura a la que me sometía Doña Otilia. Este era su ejercicio, llevarme de un tiempo a otro sin importarle mi desconcierto, divirtiéndose con el, facilitándome el proceso de aceptar todo aquello que de ordinario rechazaba por no estar integrado en mi proceso cognitivo.
El absurdo, no sé que nombre pudiera darle, volvía a cobrar presencia en mí, lo está haciendo mientras pienso y plasmo estas ideas. Sé que ya nada puede volver a ser igual, tampoco lo deseo, a pesar que siento que tengo sólo unas piezas del rompecabezas, que me falta mucho por desaprender, y tengo la sensación, más aún la certeza, de que he emprendido un camino sin retorno.

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ESCRITORA RECONOCIDA
Comentario de N€nf@___Nancy Beatriz Fuentes el mayo 7, 2009 a las 10:58am
Interesante relato, cuantas veces nos preguntamos que hay ´mas alla de nuestra muerteo la de los seres amados.
Una emoción profunda me embargo al leerte, mil gracias .
Abrazos

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