Era Don Braulio un hombre cuya genética de Españoles y Alemanes, (Que vaya uno a saber de qué barcos de fines del Siglo XIX habrán descendido en nuestras costas) le daba un porte distinguido, acompañadDo de una mirada inteligente de sus ojos celestes, que se destacaban en el escenario de su rostro anguloso, de pómulos salientes, coronados por su cabellera ensortijada, abundante y entrecana. Canas que seguramente ganó en el rudo laboreo de hachero montarás que realizaba, al igual que los callos de sus rugosas y curtidas manos. Y quién sabe en qué carretas o caballos se trasladarían hasta la zona de Calamuchita en la Provincia de Córdoba, más precisamente a San Agustín (Cabecera del Departamento).
Les propongo que lean las anécdotas que les cuento enseguida y opinen si existe o no la mixtura del título.
Estaba Don Braulio junto a otros Parroquianos en nuestro clásico, conocido y querido boliche del Tío Miguel Pórtika, consumiendo su habitual vino tinto medio tibio, más por la resolana que a las cinco de la tarde (En pleno mes de enero), entraba por la ventana que daba al Poniente, que por el gusto del consumidor.
Y el Sol. Y las moscas. Y los caballos atados y esperando y soportando los atadores y los aperos y tascando los bocados de los frenos. Y de tanto en tanto pellizcando alguna que otra hojita tierna de los árboles cuya sombra, a esa hora, no era de utilidad para esos pobres animales.
Adentro, el murmullo de algunos jugando al Truco. Otros, afirmados al mostrador. Algunos, imberbes, tomando “Bidú”. Los mayores, fumando. Algunos nostálgicos, recordando sus aldeas europeas, sus costas, sus parientes, su infancia, la historia de sus padres o sus abuelos. Y todos consumiendo la más variada gama de bebidas espirituosas, a pesar del sol, del calor, de las moscas, del humo denso del tabaco. De vez en cuando alguna “Doña” con su crío en brazos entraba y como temerosa, apuraba a su hombre que estaba enfrascado en alguna conversación de “bueyes perdidos”; y el fulano, con cara de estúpido propiciada por el consumo de alcohol, le respondía con un: ¡Espere, mujer, que estoy charlando con el amigo viejo. Tenga un poco de pacencia, carajo!
De pronto, un muchachón que presumía de pícaro con sus pares, codeó a uno de ellos y guiñando un ojo, se dirigió a Don Braulio que estaba acodado en el mostrador observando cada detalle del transcurso de su vida pueblerina. Al llegar al sitio donde estaba nuestro personaje, lo increpó: Oiga, amigo: ¿Usted alguna vez fue soldado? (Refiriéndose a conscripto ya que en esa época en nuestro bendito País, existía el Servicio Militar Obligatorio). A lo que inmediatamente y con tal velocidad como si hubiese estado esperando la pregunta, respondió el interpelado: No, señor, nunca, jamás fui soldado.
¡Ajá!... ¿Así que el señor no cumplió con el Servicio Militar?
Yo no he dicho eso. Yo he dicho que nunca fui soldado, pero porque nunca fui quebrado.
Y la audiencia ocasional estalló en risas ante la ocurrencia, mientras se arremolinaban en torno a la mesa que ahora ocupaba Don Braulio, sabiendo que podía haber más. Y no se equivocaba, porque siguieron estos diálogos:
Don Braulio: Y para que sepa, señor, a mí nunca me volteó un potro...
Pregunta: ¿Así que ha sabido ser buen domador Don Braulio?
No he dicho eso. Lo que digo es que a mí nunca un potro me ha volteado. Pero es que tampoco nunca lo he montado...
Más risas y más público. Y señas al preguntón para que siguiera con el interrogatorio. Y éste, medio herido porque el hombre, en su sencillez, no permitía que nadie se mofara, preguntó:
Y dígame, Don Braulio: ¿Cuántos años tiene Usted?
Vea, amigo. Eso es algo que no le puedo responder.
¡Ajá!... ¿Ya perdió la cuenta?
No, señor. Lo que pasa es que a los años que he vivido ya no los tengo. Y tampoco sé cuántos me restan por vivir. Así es que... No sé si he sido claro.
“Claro. Como el agua. Chupate esa mandarina. Ya te metiste en camisa de once varas”. Y otras tantas expresiones que venían de la audiencia cada vez más enfervorizada y habiendo tomado parte francamente a favor de Don Braulio, quien le dijo al muchachón en tono conciliador: Vea, si me paga la vuelta, le voy a contar un sueño que tuve el otro día a la hora de la siesta.
Y habiendo aceptado el joven, a tal punto que se adelantó y me hizo señas para que le sirviera el vino, Don Braulio dijo: “Estaba yo tirado en el catre que tengo debajo del Aguaribay que está en el patio de mi casa. Debe ser que me dormí profundamente. Y de pronto sentí que me zamarreaban. Y soñaba que una Tigra me devoraba. Me tenía agarrado de un hombro y me tironeaba. ¡Y rugía! Y yo estaba indefenso porque estaba durmiendo. Hasta que logro despertarme. Y me doy cuenta de la situación. Y percibo que no era tan grave”...
“Era mi Hermana Heloides que me decía: Braulio, tomá el mate”...
Ricardo Arregui Gnatiuk
Comentario
¡Gracias Elías! Creí que no era para tanto. Un abrazo fraternal. Dios te bendiga. Ricardo.
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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