El dia a dia del Mundo Real

[Benjamin Ernesto Ochoa cuberos]

Historias del Día a Día con final Feliz! Ficción mera.

No ha iniciado el día y ya tengo el primer acertijo que resolver. Encontraba me yo estacionando el carro en el sitio habitual que he elegido luego de ensayar y errar múltiples veces. El sitio original destinado para el salvaguardo del vehículo se encuentra escondido en un área inaccesible del hospital, entre el depósito de la basura y la bomba hidroneumática que explota los oídos con tan solo acercarse. En fin que este sitio paradisiaco es el encargado de fungir de estacionamiento del personal médico, para asegurar que algún visitante malintencionado no se apropie de ellos o vulneren su integridad con una muestra muy violenta de agradecimiento.

En mis múltiples salidas tempranas para adelantarme en mi otro trabajo, siempre conseguí a algún colega bien intencionado que me obstaculizaba la salida, ayudando inconscientemente al ministerio en cuanto al cumplimiento de mis horas de contratación, más aun, cuando no dejaba pista alguna sobre su ubicación y me delegaba la fascinante tarea de desfilar por los pasillos y ascensores gritando “Dueño de un carro tal, color pascual, placa sutal . . . “ a lo que muchos payasos profesionales me respondían “yo . .. no soy . . “ despertando los aplausos de la concurrencia de focas con las que habitualmente coordinan este tipo de espectáculos espontáneos.

Por este simple capricho mío de salir cuando me salga del forro y el detallito de la perdida de la antena del carro, desistí irrevocablemente de mis placenteras búsquedas del dueño desconocido del vehículo atravesado y desde entonces me paro frente a la entrada de la consulta. Lo confieso, desde el principio hubo problemas es utilizar este espacio, primero los obreros que constantemente llevan materiales de construcción para no sé qué obra de gran envergadura no podían maniobrar la carretilla para entrar o salir y muy cortésmente me solicitaban mi presta colaboración “O lo mueves o te lo rayamos . . . “ Esto lograba captar mi atención y me era muy grato escuchar después de mover el carro “te lo lavo por 10 pesos, con este cepillo con el que recojo el cemento y este trapo con el que limpio el oxido”. Muy conmovido por este acto de total entrega al prójimo, me negaba con la excusa de que salía pronto pero entre un coro de risas y aplausos me recitaban “pues mejor pague porque ya lo lavamos”.

Las maromas de los pacientes en silla de ruedas también me causaban cierta preocupación ya que no les era fácil esquivar ladrillos, a los mendigos drogadictos que se antojaban por sentarse a pasar el rato en plena entrada de la consulta y dejar una que otra muestra de sus deposiciones biológicas, y por supuesto, mi carrito. Al fin que esta preocupación la lograba a apaciguar con el deleite que me causaba ver como los familiares, empecinados en colaborar con la limpieza del carro le restregaban muy eróticamente sendos glúteos a las puertas mientras discutían filosóficamente sobre los abusos de los que eran víctimas totalmente inocentes. Obviamente en sus bolsillos nunca faltaba algún elemento metálico que delatara esta obsesión por la limpieza, como lo denotan los rayonazos que dejaron y que como bien dice el filosofo Pantoño, conductor de una insigne buseta choca carros sin inmutarse “No se preocupe. . . eso lo paga el seguro”.

Pues bien, me paro en frente de la consulta que casualmente es la entrada al modulo policial que permanece cerrado la mayor parte del tiempo porque no reúne las condiciones mínimas de seguridad para que la habiten lo efectivos policiales. Por alguna razón que no viene al caso, esta mañana estaba abierto el modulo de par en par con tres motos obstaculizando el espacio que siempre obstaculizo yo. Sin embargo, con el curso de drifting obligado con que ejercitas en cualquier estacionamiento de centro comercial, logre estacionarme intentando por todo lo posible no taparle la salida a los motorizados, caso contrario “No se preocupe, eso lo paga el seguro”.

Note con cierta preocupación como del modulo salía un hombre con pantalón y franellia con una toalla en las manos y miraba fijamente mi carro. Obviamente presentí el conflicto por venir y decidí que era mejor oír los argumentos de este acérrimo espectador y no esperar un brazo en el hombre con un consuelo “. . . . paga el seguro”. Me miro por un buen rato, el suficiente para que con un aire de indiferencia encendiera el Ipod y empezara a jugar al Sodoku mientras este personaje desarrollaba internamente los diálogos que yo esperaba oír. Y así fue.

Se acerco y sin tocarme el vidrio de la puerta, abrí la escotilla y salude con total soltura “Buenos Días”. Me miro, ahora si con mucha determinación y me respondió “Ciudadano, tiene que mover su vehículo porque obstaculiza el paso de la patrulla”. A no ser que sea esquizofrénico y mis otros yo conozcan dicha patrulla nunca la he visto. “Usted trabaja aquí amigo?” le pregunte al tiempo que pensaba que el inicio de “Ciudadano” corresponde a un cargo especifico. “Si, yo trabajo aquí y le repito que tiene que mover el vehículo”. En un conato de suicidio intente establecer la jerarquía en la relación al expresarle mi cargo como médico de la institución y solicitarle su ya premonicionado cargo.”Yo soy cirujano del hospital del servicio de esta consulta, usted es distinguido me imagino. . .” No puede concluir mi disertación sobre el origen de las especies cuando sobresaltado me interpuso “Soy teniente de la policía y está obstruyendo el paso de la patrulla. Mueva su carro”. En un contrapunteo conteste “pues en cinco meses nunca ha habido un patrulla en el hospital pero si usted lo dice, pues no le quito más tiempo” y subí el vidrio sintiendo el peso del odio sobre los hombros mientras movía el carro hacia una zona fuera de su alcance sin escrúpulos. Me quede terminando mi entretenido partido de sodoku mientras pensaba “ahora sí, y si me raya el carro o me lo manda a robar” al equivocar un numero del juego en el Ipod tuve una epifania “Tranquilo . . blah blah blah el seguro.” Pues bien, a trabajar.

Me baje con mi investidura real de punta en blanco y adelante hasta la entrada del hospital pensando que era muy temprano para ofuscarme por enfrentar otro conflicto innecesario. En el camino de Santiago de Compostela me conseguí con el verdadero responsable de todo este relato: El vigilante del estacionamiento.

Dicho personaje se describe en la literatura especializada como perteneciente a la especie Homo sapiens, a pesar de guardar cierta relación con los batraceos pues obstenta un vientre muy pronunciado, producto de su alimentación habitual basada en cebada y excepcionalmente en malta con craker bran, el cual despliega con profundo orgullo cuando es inquirido por algún accidente de carro dentro del estacionamiento y emite un sonido gutural similar al de los reptiles, el cual en muchas culturas ha sido interpretado como “No Se.” Tras esto, guarda profunda indiferencia frente a las adversidades del entorno, el cual mira con soslayo al tiempo que emprende la huida dejando al depredador aturdido por la falta de iniciativa hasta para principiar la lucha.

Este ser, que permite que se obstaculicen los carros, que estos no tengan dueño, que se roben las antenas y reproductores y que la gente raye las puertas está muy adaptado a las inclemencias del tiempo. Permanece la mayor parte del tiempo bajo techo para resguardarse del daño solar y mantener la temperatura corporal. Para esto se ubica en posiciones sumamente estratégicas en donde de ninguna manera posible guarda una visual del estacionamiento y al presenciar cualquier hecho de violencia cambia su composición molecular para hacerse invisible y desconectarse completamente del flatus in progresus.

Al comparar datos de mis observaciones con otros colegas note como las impresiones ajenas no distaban de las propias y llegamos al consenso científico de que “Estamos Jodidos”. Como parte de los bienes nacionales, todos los empleados han aprendido a apreciar el menoscabo de personal que pulula y que por pura filialidad se hace indispensable y se genera la siguiente matriz de opinión “No lo van a cambiar y nadie va a querer su puesto”. Maldición, la estupidez no la paga el seguro.

Días atrás note como mi estimado héroe del desdén le comentaba a mi jefe de servicio en un tono impersonal y ajeno sobre lo que yo interprete como una dolencia física. Esto me despertó una profunda curiosidad por lo que acudí a obtener más datos, es decir, a oír el chisme. “Me salió esto en las piernas” y muestra muy poco orgullosamente una área bilateral de celulitis con signos incipientes de insuficiencia varicosa. “Tienes que hospitalizarte para recibir antibióticos endovenosos” refirió mi siempre moderado jefe. “Me vieron y no me mandaron ni penicilina” . . mascullo unos sonido guturale nuevos para mi oído y continuo “ahí no me hacen nada . . “

Con total preocupación y decisión para resolver la situación alcance a escuchar la parte final de la conversación al tiempo que huia de la consulta de pasillo a la consulta habitual “Pues algo hay que hacer.”

Un tiempo despues cabile sobre el episodio y con esto en mente me acerque con temerosidad al señor vigilante y le pregunte “Como sigues de las piernas”. “Muy bien” me dijo tajantemente y aparto su mirada para evitar profundizar la investigación”. “Muéstrame” le dije.

Después de dudar por un rato se levanto las mangas del pantalón y me mostro la falta de flogosis en las piernas antes afectas. “Me siento mucho mejor, ya no me duele”. “Y donde te hospitalizaron que no te vi en piso”. “En ningún lado” me dijo “en este hospital no me hicieron nada”. No entiendo porque, si eres el tema de conversación favorito entre el personal y desatas un profundo aprecio entre todos a los que nos has tocado con el amor de la abulia. “Entonces te pasaste un sapo”. Tengo que reconocerlo, no me cavia la menor duda de algún tratamiento poco ortodoxo había emprendido y el cual, dado los resultados, estaba orgullosamente esperando para confiarme. “Si, me fui donde un compadre que es brujo, me paso un sapo y lo seco al sol y ya estoy bien, porque en este hospital no me hacen nada”. “Me contenta de que estés mejor” y hui por la izquierda pensando en lo bien inmunocompente que debe ser para auto limitar tan rápido una infección. Claro, a no ser que el sapo tenga efecto doppler y haya diagnosticado y rearreglado el endotelio venoso de sus varices, sigue patente el riesgo de que tengan que sacrificar a otro sapito para la recidiva.

La mañana transcurrió con moderación, pacientes de alta que se quieren quedar, pacientes muy enfermos que se quieren ir, lo normal. Solamente a un idiota se le ocurre intentar nuevos contactos humanos después de este inicio de jornada. Decidí aprovechar la tarde para hacer diligencias con fecha de vencimiento caducada.

Me fui a renovar la tarjeta de debido al banco puesto que la clave no me ayudaba por problemitas técnicos sencillos: Nunca la pude activar. Obviamente le confié mi consternación al personaje mejor preparado y más motivado a resolver situaciones difíciles de un banco, por eso debe ser que es la primera cara que vemos cuando entramos. Si, así es, usted lo sabe: El vigilante.

“No se preocupe, aquí tiene su numero, espere y pase con el promotor”. Me senté plácidamente en la silla vacía de un promotor que debió haber estado almorzando mientras armaba mentalmente el plan de acción: ”Van por el 60252 y yo tengo el 53”. “Bien, voy a pasar rápido” Me contente. Al pasar el tiempo y darme cuenta de que ningún promotor estaba atendiendo tuve mis duda sobre mi futura inmediato por lo que analice mis alternativas: Confiar nuevamente en la supremacía del vigilante o acudir a la omnisapiencia del cajero? That is the question.

Resolví sacar el Ipod y adivinen, ya soy tetracampeón del sodoku . En fin, un promotor llego y después de oírme la perorata sobre la tarjeta de debido me dijo con una gratificación sospechosa: ”Este tipo de problemas lo resuelven en la caja número nueve, tome un numero”. Repetí algunos de los sonido guturales que he aprendido en mis observaciones nosocomiales y me percate de que la suerte me sonreía de nuevo: “Caja Nueve: Atendiendo al 34245” y yo tenía el 46. Que de pinga es el sodoku.

La chica de la caja nueve muy presta me resolvió en un tres por dos la situación. “Lo que pasa es que usted no sabe activar la clave. Voy a hacer un clearing de la data que está en nuestro mainframe para que usted pueda hacer uso de un nuevo password a la brevedad. El día de mañana acuda a un cajero y coloque un número, luego cambio de clave y esa será su llave para nuestros servicios. Gracias. Hasta Luego”. Siendo tan sencillo por que no funcionó la primera vez y por que el vigilante me mando a la taquilla equivocada y por que no me resolvió el problema el promotor que venía de sendo almuerzo?. Totas las alternativas me resultan desestabilizadoras y me decidí por mi principio de economía: “Si lo pienso mucho me arrecho mas.”

Recibí una llamada de ni esposa que se encontraba en el mismo banco solicitando un crédito para comprar una tostadora. Si, así es, para una tostadora también se puede pedir crédito, claro una con ruedas, cuatro puertas y reproductor de DVD pero con la misma tecnología a precios inimaginables. Me dijo que estaba en el área privada por un contacto de su jefe que resulto ser un yo que tu que tal después de una consulta, pero solo fue un conato porque existen fuertes dudas sobre las legitimidad de las intenciones. En fin que al entrar en el área privada me atiende una chica muy agraciada quien por mi nombre me invita a esperar el desenlace de la reunión al tiempo que me ofrece algo de tomar e informa a mi esposa de que ya estoy aquí. Algo similar al escenario anterior, claro, el tráfico de influencias no tiene nada que ver.

“Adelante”, me invito a pasar y vi a mi esposa con sonrisa de piano como se tuteaba con una señora algo entrada en sus 50 y con los dejes de haber sido una mujer muy hermosa y algo mimada. “Café, agua o Manzanilla” me dijo. “Manzanilla porque vengo del infierno.” Dije. Mi primera anfitriona se desapareció a cumplir mi deseo. “Mucho Gusto. Como no se enferma uno con todos los ineptos que tengo que soportar”. De verdad que pensé que era mi conciencia pero no, era mi nueva anfitriona que coordinaba a un equipo y a una cartera de clientes que de no ser por su presencia se anularían por la ley de acción y reacción: “Quiero esto” “No hay”. Fin de la relación.

Después de contarme unas cuantas anécdotas de su día a día, nada disimilares a las propias y demostrar repetidamente su descontento, entendí que voy a sufrir sus mismas dolencias cuando el tiempo se cumpla porque no soportamos esta cotidianidad. Por empatía, casualidad o simplemente frustración nos entrego el crédito y la manzanilla. Nos fuimos pensando en que todavía teníamos cosas por hacer.

Definitivamente no existe alguien en Hollywood que pueda si quiera acercarse a la realidad del día a día de la capital del tiro. Ni siquiera para ponerle nombre a la película “Donde esta la cordura III” con Leslie Nielsen o “Locademia del dia a dia” con Ben Stiller.