El Incrédulo.
Era un hermoso atardecer, las aves volaban de regreso a sus nidos y la brisa hacía revolver las hojas que habían caído durante el día, dejando ver una superficie que había estado oculta hasta entonces, era la tumba de Don Pedro Aragón. El cementerio del pueblo era pequeño, pues las personas regularmente tenían una larga vida y morían por causas naturales, pero Don Pedro fue la excepción de esa regla al morir atropellado por un caballo cuando caminaba en dirección a la bodega del Sr. Valentín, para comprar su ración de tabaco que no podía faltarle en ningún momento.
Siempre en los pueblos suceden cosas extrañas e inexplicables que muy pronto sus habitantes olvidan para continuar con la monotonía predecible de sus vidas. Sin embargo, la muerte tan extraña de Don Pedro, también fue la excepción de esta regla, pues se convirtió como en una especie de leyenda entre los habitantes de San Joaquín. Se decía que en las tardes cuando comenzaba a caer el Sol se escuchaba el relincho de un caballo confundido con el jadeo de un hombre moribundo, lo llamaban “el ansia de la muerte”. Aquella frase había quedado acuñada en el abolengo de aquel pequeño pueblo, después de la trágica muerte de Don Pedro Aragón.
En una Semana Santa llegó de visita al pueblo un hombre muy extraño, se decía que era de la capital pero nadie lo conocía, siempre tenía un libro en su poder y se la pasaba leyendo la mayoría del tiempo, lo cual representa una costumbre fuera de lugar en un pueblo tan pequeño y aislado de la ciudad. Todos los habitantes del pueblo lo veían con curiosidad y se preguntaban entre ellos mismos, con cierto morbo, quién era aquel hombre desconocido.
La bodega del Sr. Valentín era un sitio obligatorio a visitar para cualquier persona que llegara al pueblo, pues simplemente no había muchas opciones, cuando aquel misterioso forastero llegaba a aquella bodega las personas se aglomeraban, y tratando de disimular escuchaban la conversación entre el Sr. Valentín y aquel misterioso hombre. Ese día, al atardecer, cuando conversaban en la bodega se escucho, como de costumbre, aquellos relinchos y alaridos, atrayendo completamente la atención del forastero, haciéndolo reaccionar y decir.
- ¿Qué es eso? ¡Parece que alguien necesita ayuda, se habrá caído se su caballo tal vez!
- No se asuste hombre, es sólo “el ansia de la muerte”.
Afirmó el Sr, Valentín, y seguidamente no le quedó otra opción que contarle la historia de la trágica muerte de Don Pedro Aragón. El forastero escucho pasmado e incrédulo lo que aquel hombre le contaba con lujo de detalles, mientras la noche sigilosa se apoderaba de San Joaquín.
Al día siguiente, el forastero, quien nunca reveló su nombre, se dedicó a buscar información entre los pobladores porque no había quedado conforme con la leyenda que la había contado el Sr. Valentín la noche anterior, de manera inquisitiva estuvo interrogando a las personas, lo cual no fue visto con agrado por los habitantes de aquel pequeño pueblo. Quién era aquel misterioso forastero y quién le dio la autoridad para investigar sobre algo que era muy autóctono y propio de las personas de San Joaquín.
El forastero fue al lugar en donde ocurrió el fatídico accidente y mientras esperaba que llegara el atardecer se quedó pasmado observando la paz y la tranquilidad de aquel lugar, era impresionante pues no se escuchaba nada, ni siquiera el canto de un ave o el sonido de las hojas cuando las volaba el viento, lo único que se escuchaba era el silbido penetrante de la brisa que señalaba el final de la luz y el comienzo de la noche, aquel silbido largo y sutil se hacía cada vez más agudo, erizando la piel de aquel pobre hombre incrédulo, sus sentidos se fueron haciendo cada vez más vulnerables, como una antesala a lo que nadie quiere presenciar personalmente nunca en su vida.
Pero el forastero se quedó inmóvil, pues estaba pasmado, no podía creer lo que estaba mirando, un caballo negro, muy brillante, con los ojos rojos como la fragua de un herrero, se acercaba directamente hacia él, a todo marcha. Aquel hombre miraba hacia todos lados tratando de buscar ayuda, pero nadie lo escuchaba, porque su voz no salía de su garganta y sus pies estaban enterrados en la tierra, como anclados por las raíces arbóreas del bosque, en ese momento comenzó a brotar sangre por la corteza de los árboles y aquel silbido agudo se convirtió en una agonía estridente que lo hacía sangrar por los oídos y la nariz hasta que el caballo paso por encima de su indefensa humanidad, haciéndolo formar parte de la misma tierra y de la vegetación de aquel lugar espantoso que ningún habitante de San Joaquín frecuentaba desde la terrible muerte de Don Pedro Aragón.
El forastero no fue visto más por aquel pueblo, la gente pensó que se había ido de vuelta a la capital, de donde no debió haber salido jamás.
Los habitantes de San Joaquín cuando llega la tarde se refugian en sus casas, porque saben que se acerca “el ansia de la muerte”…
©Jhonny Olivier Montaño
Jhon Cásmer
Comentario
Gracias por pasearte por mis letras y dejar tu valioso comentario...
Extraordinario ese cuento. se necesita mucha imaginación para lograrlo. Adelante.
Así es amigo Federico, me he inspirado en la idiosincrasia típica de nosotros los venezolanos y nuestras leyendas llaneras...
MUY LLANERO ESE RELATO, JHONNY... MUY LLANERO...
Y EXTRAORDINARIAMENTE NARRADO
Bendiciones incesantes
Gracias amiga MIRNA por dedicarle tiempo a mis letras.
Así es, quise hacer un relato típico o especie de leyenda de nuestros pueblos. Dios te bendiga.
EXTYRAORDINARIO RELATO , ME HA GUSTADO MUCHO, INTERESANTE RELATO,
MUY PROPIOS DE MIS TIERRA
UN ABRAZO
MIRNA
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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