Federico Loliée, escritor francés de elevado estilo, nos cuenta en su formidable Historia de las Literaturas Comparadas, un hecho maravilloso que fascinó al mundo, deslumbrado por la luz astral de la cultura greco-latina que emergía de las foscas tinieblas medievales al siglo XVI.
Nos narra el escritor francés al igual que el conquistador de los galios, en una de su obra cumbre de la literatura francesa, y de otras tantas que conmovieron el mundo de su época por las epopeyas narradas en las mismas con un estilo clasicista de su momento. Que mientras realizaban excavaciones en Roma durante el tiempo en un proceso de remodelación, hicieron el hallazgo de una tumba perdida allí por luengos siglos. Unos obreros, al levantar la tapa de la urna fúnebre se presentó a la vista absorta de los curiosos un espectáculo increíble; yacente ya, como estatua córnea que solo el tiempo podría haber preservado, una doncella de hermosura sin par, incorrupta y pura, con los brazos en cruz sobre el virgíneo seno, inmóvil, como hecha de mármol celeste, ofrecía congelada en sus labios una sonrisa de dulzura inmortal.
Era la misma como una vestal escondida a los ojos profanos, pero preservada para un glorioso destino. En su frente, una guirnalda de rosas marchitas apresaba unos cabellos chorreantes de oro ancestral y en su rostro parecía haberse detenido el tiempo.
Multitudes de Europa corrían hacia la contemplación del milagro. Un rumor de admiración creciente volcó su música sobre el sepulcro de la belleza que ahora surgía con la majestad de su grandor, y la oración, sentida y trémula, cayó, como una lluvia de aromas, sobre la inerte hermosura estremecedora de la doncella.
Hasta que una noche, calladamente, el Papa, temiendo la resurrección de un culto infame de una nueva paganía, hizo desaparecer el cadáver para siempre.
Pero no pudo acallar la admiración ni el nuevo culto que se hizo vivo, de luz y de esperanza, en el rumor de la brisa, en la canción de las alondras, en el esplendor del cielo. Y se hizo estremecedor en las tempestades orquestales que acallaban las voces trovadorescas, y en el golpe del cincel sobre el mármol que adquiría formas mórbidas y divinas como si fueran modeladas por el mismo Dios.
Era el Renacimiento que aparecía como eclosión gloriosa de un hecho histórico excepcional.
Volver de un pasado de hierro a un pasado de mármol dejando levantado para siempre el rastrillo del palacio feudal, es uno de esos hechos de la historia de perennal vigencia en el destino luminoso del hombre.
Comentario
Me encantó la historia que narras, Enrique, muy bien narrada y conmovedora.
ELIAS ANTONIO ALMADA, GRACIAS MIL QUERIDO AMIGO POR LEERME Y DESTACARME SIEMPRE, ABRAZOS.
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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