EN LA HUERTA…
Frasquito, era un hombre normal, pero bien bragado –de los que ahora decimos: de otros tiempos...
Se había curtido junto al arado y la yunta de mulos a los que hacía vibrar con el más leve sonido de su voz: llegaban incluso a temblar les los tendones por todo sus cuerpos recios de trabajadas musculaturas y las orejas abanicaban el entorno, tratando de captar las órdenes que él les gritaba –para obedecer ciegamente a su amo- temerosos de la vara larga que siempre portaba su dueño.
Aún siendo muletos, habían aprendido, que sus órdenes no podían ser nunca contrariadas, so pena, de llevar algunos días la marca en castigo por sus indolencias.
Estaban bien alimentados desde que cayeron en sus manos, pero cotidianamente tenían que estar siempre alertas a sus órdenes,
cumpliendo fielmente con sus trabajos cotidianos y, si éstos se
desarrollaban adecuadamente -a entera satisfacción de su
gañán- siempre podían retozar en los pocos momentos de
asueto que él les dejaba o pastando a sus anchas por el perímetro de
la huerta.
Sin duda alguna, Frasquito, nunca levantaba la enorme y encallecida
mano de la mancera, para hacer menos sufrible el tiro del arado o
rebajaba las cargas de vituallas que tenían que transportar al mercado
y con gran frecuencia las tenían que soportar, en las épocas penosas
de cualquiera de las recolecciones de frutos que tenían que acerca
al mercado local; esas tareas, los había hecho increíblemente fuertes
e inmensamente valorados entre los demás vecinos de
a aldea; pero por muy buenas ofertas que Frasquito recibía de
otros agricultores vecinos, conocidos e interesados en alguno de
sus mulos, nunca llegó a venderlos, ni jamás, surcó por su mente la
idea de desprenderse de ellos.
“Eran las mejores bestias de la comarca, habían adquirido la nobleza,
la salud y la admiración de todos los que llegaron a conocerlos: virtudes
y adornos que da el trabajo”.
Los animalitos y su dueño, fueron envejeciendo al mismo tiempo y a
pesar de la edad, ninguno de los tres fue negligente en las labores
agrícolas de aquella huerta; siempre las emprendían con tesón y esmero
y la hacienda prosperaba como un codiciado y admirado vergel: como
ningún otro lo hacía en toda la región.
Era tan austero y dedicado al trabajo el tal Frasquito, que ni había llegado
a casarse por falta de tiempo u ocasiones, y sin tener descendencia
directa a esas alturas de su sacrificada vida; pero llegado un momento
–el tiempo, que lo desgasta todo- fue mermando la voluntad de
aquellos seres y, finalmente Frasquito: se vio obligado a tener
que ir cediendo sus obligaciones a sus sobrinos –ya mozalbetes y
con muchas ganas de emprender la lucha-; más..., aunque el dicho dice:
muchos ojos ven más que dos, lo cierto es que al cabo de algún tiempo:
los egoísmos, las disputas y las ansias de mando, empezaron a sembrar
las discordias entre ellos y las ruinas se les venía encima -haciendo valer
aquel otro dicho: de que unos por otros, la casa por barrer.
Todos se
creían con las mejores ideas, todos opinaban y se enemistaban sin cesar;
dando pié a la intervención de algunos vecinos aprovechados; todos eran
hijos de la única hermana de Frasquito, portadora de un muy honroso
nombre -Democratice-, pero que era vilipendiada por aquellos robustos,
mal criados y holgazanes vástagos.
Todos llegaron a rumiar sus propias ideas, con tal sigilo e indolencia, que
finalmente se hicieron cargo de llevar las riendas de la hacienda a sus
anchas, hasta llegar a entrampar la en grado superlativo.
Nadie podía poner,orden ni concierto en la mal llamada -desmadrada
hacienda del tío Frasquito- todos se encontraban con derechos para hacer
y deshacer a sus antojos, hasta llegar a la ruina total, hasta que la huerta
quedó en manos de sus vecinos, y como es lógico fueron peores
administradores que los propios dueños; llegando éstos tener que servir
de obreros en su propio huerta, bajo las órdenes de sus prestamistas
vecinos y la cosa no quedó ahí, sino que fueron desalojados de la propia
casa y tuvieron que medrar las sobras de los nuevos inquilinos - los usureros
vecinos, amigos envidiosos de su tío.
Aunque Democratice, quiso poner orden entre sus hijos, ninguno de ellos
le hacía caso y terminaron todos desperdigados, metidos en turbios negocios
que no viene al caso mencionar aquí, por la podredumbre que les cubría.
La huerta del tío Frasquito nunca volvió a ser el vergel de antaño y al poco
tiempo de morir nuestro hortelano ejemplar, la dedicaron los vecinos al
pudridero de la aldea y aquella familia de antiquísima ascendencia, desapareció
de la faz de la tierra, aunque quedó su nombre en los anales de la Historia.
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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