En La Universidad del Estado de Moscú (MSU)
cont. Crónica viaje a Rusia
Para llegar a La Universidad del Estado de Moscú 37 años antes tuve primero que adaptarme a un mundo cosmopolita del que no tenía idea que pudiera existir, pero llegué asustada cargando mis ilusiones científicas y una mochilita de entusiasmo y energías para vencer cualquier obstáculo que me impidiera lograr mi sueño de convertirme en una científica investigadora de las energías que controlan el universo.
Mientras estudiaba en la ciudad de Gainesville, en Florida, USA, tuve tiempo de aprender cuanta gente diferente existe. Yo que llegaba de una Isla pequeñita en el Caribe, Puerto Rico y de un pueblo de 90,000 habitantes, de momento caminaba por una Universidad por donde transitaban hacia sus aulas 48,000 estudiantes: árabes, chinos, turcos, griegos, polacos, irlandeses, holandeses, rusos, suramericanos, norteamericanos y puertorriqueños. Si, puertorriqueños, yo.
Llegué con el poco inglés que, entre rosario y rosario, me enseñaron las monjas españolas del Colegio de La Virgen Milagrosa, y les aseguro que las monjas casi no hablaban inglés, pero mi padre, hombre sabio, me contrató una americana para que desde muy jovencita me ayudara un poco con ese idioma de los mil demonios: el inglés. Mi pronunciación era muy afectada por mis vocales hispánicas y así llegué, con la lengua atravesada y lista para comunicarme a como fuera lugar.
Rápidamente me instalaron en un dormitorio internacional y tuve de compañeras de habitación a una turca, y dos chinas. Se podrán imaginar el berenjenal religioso, lingüístico y emocional de aquella mezcla de razas, culturas y religiones: Musulmana, budista y católica. Yo con mi señal de la Cruz, Mihriban tirándose al piso con el rostro hacia la Meca cuatro veces al día, y Chichi Chen adorando las piedras del camino y las aguas de los manantiales.
Sobreviví mis primeras semanas, y ya adaptada en medio del marasmo internacional, llegaron desde Rusia Nikita y Valeri a mi Laboratorio de Termodinámica, dirigido por un Profesor Emérito, famoso mundialmente, con el que todo ser brillante deseaba hacer investigación en energías y calor.
Nikita y Valeri casi no hablaba inglés, así que mi naturaleza me impulsó desde su primer día a realizar traducciones del sus intentos de inglés ruso al inglés hispañiolo. Nos convertimos en amigos inseparables. Ellos ya eran doctores que vinieron para realizar investigación por un año en un intercambio científico de La Universidad de Moscú con la UF.
La amistad se fue fortaleciendo según llegaban los domingos de melancolía, y nos tomábamos todo el vodka del mundo, y cantábamos salsa caribeña, ellos borrachos y yo cantando y llorando la nostalgia de mi Islita. Acabó su término, y vagamente recuerdo haberles regalado mi colección de casetes con la música del Gran Combo de Puerto Rico. Ellos me dejaron sus mamushkas y sus direcciones permanentes, jurando nunca perder contacto en estas vidas tan diferentes y a la vez tan semejantes.
Por 37 años nos escribimos, vi fotos de sus bodas, de sus primeros hijos, de sus primeros nietos, ellos me vieron ir creciendo en volumen y alegría. Tengo una condición de salud mental y física que me sostiene en un ánimo alegre todo el tiempo, y no me es posible evitarlo.
Nikita llegó a ocupar la posición de Director del Departamento de Química Analítica, desarrollando técnicas con Rayos LASER, y me pedía que fuera a colaborar con su Universidad. Eran los años de la guerra fría entre USA y La Unión Soviética, y yo diría que más por precaución que miedo, pospuse y pospuse mi decisión. Y ahora, después de 37 años se me ocurre llegarme hasta Moscú y reencontrarme con mi amigo.
Quería que me reconociera, misión casi imposible, pues me he doblado en volumen. Sonó el timbre de la habitación en el Hotel y allí, parado en el umbral de la puerta apareció Nikita con la misma sonrisa rusa de siempre, nos dimos el más fuerte abrazo, dos besos, uno en cada mejilla, y quisiera poder explicarles las mil imágenes que pasaron en un segundo por mi mente. Noches sobre libros, risas, bailes brincoteados con muy poca destreza, etc. etc.
Comenzamos a tratar de comunicarnos con absoluta incoherencia. Una mezcla de alegría, lágrimas, risas, contenidas por toda una vida, lograron estremecernos. Finalmente organizamos nuestros sentimientos y planificamos para ese día visitar la Universidad donde trabaja aún, dirigiendo la Facultad de Química Analítica y su laboratorio de espectroscopía, desarrollando y aplicando Rayos LASER.
Llegamos a la MSU, hermosa, grandiosa, con una torre de 28 pisos desde donde pude apreciar a la redonda casi toda Moscú, una de las 10 ciudades más grandes del Mundo, la única que supera los 10 millones de habitantes en Europa. Visitamos el Museo de Mendeleev, creador de la tabla periódica de los elementos químicos. Pude también disfrutar de pedazos de cristales y rocas de casi todos los elementos. Para un científico esta oportunidad es mágica, única en la vida.
Al caer la tarde entramos a La Iglesia del Cristo Salvador, la más grande de la Religión Cristiana Ortodoxa. Nos detuvimos en cada uno de los altares cubiertos de cuadros, mosaicos, oro, imágenes hermosas, nos detuvimos en sus columnas, paredes, bóvedas y miramos en detalle cada pedazo de mármol de carrara incrustados en el piso.
Cenamos juntos y finalmente llegó el momento de la despedida, ese que no se desea pero es inevitable. Después de mirarnos a los ojos con la conciencia de los que saben que no se volverán a ver en este tiempo y espacio, después de darnos un abrazo profundo, tan profundo como la vida misma, logramos dar la vuelta y con pasos firmes seguir nuestros rumbos, Nikita a su hogar y yo hacia un aeropuerto que me regresaría a ustedes, mi Isla, mis amores y mi vida de siempre.
Pero les aseguro que no hay verdad más cierta que esa que dice que el amor es eterno, y yo añado que la amistad es mi religión, en esta visita a Moscú lo pude comprobar.
Carmen Amaralis Vega Olivencia
www.carmenamaralis-vega.com/
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