Septiembre 28 del año 2018. Frente a mí, sentados ambos en el living de su casa, se halla Orlando Michelassi, un Ser Humano extraordinario y un eminente profesor de Lengua Castellana. La visita fue previamente acordada. Decidí llegar más tarde a propósito. El escaso tiempo disponible me daría el pretexto para programar una nueva y provechosa reunión.
La conversación resultaba muy agradable para ambos. De pronto, por alguna razón, hablamos de causalidades. Fue entonces cuando Orlando recordó un raro encuentro acaecido en el Museo del Prado de Madrid a mediados de los años sesenta.
En el centro de una de las salas del museo se hallaba una escultura del arte ibérico tallada en piedra caliza a la que se otorgó la denominación de La dama de Elche, nombre que refería a la zona en que fue hallada el 4 de agosto de 1897, en las cercanías de Alicante, España.
Orlando observaba la escultura, misma que representa la cabeza ataviada con inmensos rodetes de una muy bella mujer, quizás una sacerdotisa, cuando advirtió que un joven había ingresado a la sala, donde sólo estaban ambos, aunque, el recién llegado no estaba mirando la obra de arte, sino a él.
La intriga iba creciendo hasta que sucedió lo inesperado. El joven se acercó y se animó a realizar la pregunta:
- Disculpe, ¿es Usted argentino?
- Sí, respondió Orlando, con gesto de sorpresa
- ¿Vive en la ciudad de Rosario, Santa Fe?, inquirió, con entusiasmo, el joven
- No. Vivo en un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe llamado San Justo, dijo el profesor
- ¡Aaahhh! Estaba seguro que lo había visto antes y fue en San Justo, donde recibí mi educación primaria en el Instituto Urbano de Iriondo del Niño Jesús. Usted era profesor de mis hermanas y yo lo veía sin saber su nombre.
Tras aquel encuentro en el museo madrileño, Orlando y el joven, quien regresaba a la Argentina en breve luego de pasar dos días en Madrid, no volvieron a verse las caras.
Muchos años después de aquel encuentro, en ocasión de celebrarse el cincuentenario de graduación de una de las promociones del nivel secundario del mencionado colegio, el veterano profesor halló entre los exalumnos a las hermanas de aquel joven. Al mencionarles el encuentro en el Museo del Prado, tras la emoción inicial, Orlando advirtió un gesto triste en ambas mujeres. Una de ellas tomó la palabra para aclarar el motivo de aquel gesto. El hermano menor, aquel joven que Orlando conoció en el museo, había fallecido hacía ya unos cuantos años.
En aquél instante, que resultó algo incómodo, Orlando pensó que quizás no debió haber mencionado el encuentro, aunque, más allá de la nostalgia que es fácil de comprender, queda el consuelo de que, para el joven Cezaruk (tal era su apellido), quizás fue un momento que alegró su corazón.
El raro suceso acaecido en Madrid quedó impreso en la memoria de Orlando por décadas y ahora, por mucho tiempo, permanecerá en la mía.
P.S.: texto escrito por Hugo Mario Bertoldi Illesca - Argentina - 17-10-2018
Comentario
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Ando revisando cada texto para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.
Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.
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