Era un pueblo de luz
“Que c'est triste Venise
quand on ne s'aime plus.”
(Charles Aznavour)
Se me rompen las piedras
de este poblado en que viví contigo;
se cierran sus ventanas,
enmudece el bullicio,
se agrietan los balcones,
se apagan los hogares encendidos;
yo, frente al mar, afable en otros tiempos,
de espaldas a los últimos vestigios
de las desiertas, lúgubres callejas,
en que hasta los geranios se han dormido.
Era un pueblo de luz y de colores,
llevando a cuestas abundantes siglos,
pero joven también, con el encanto
de pertenencia, aun siendo peregrino.
Las calles empedradas,
los arcos señoriales, el castillo,
guardián en lo más alto, la abadía
con su campana, inevitable grito
de bronce de hora en hora,
y el albergue, su idílico recinto
renovación nostálgica
del antiguo palacio del obispo.
Todo tan bello en nuestro tiempo de oro,
todo hoy tan muerto, como si un martillo
de vientos invernales
descargara su clima de patíbulo.
Deambulé por el pueblo,
solo esta vez, sin ti. Qué sinsentido.
Era como pasar, desapacible,
por un nuevo Jardín de los Olivos,
su olor a muerte, el beso en la mejilla,
la fuga desleal de los amigos.
Era como pasar, en la postguerra,
por un paisaje semidestruído,
encinas y nogales mutilados,
viviendas humeantes, y el camino
tan solitario y triste
como si no llevara a ningún sitio.
Y sin embargo el pueblo no ha cambiado,
han cambiado mis ojos, y yo mismo.
Los Angeles, 23 de marzo de 2010
Francisco Alvarez Hidalgo
Visita el poemario "Trayectos"
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