Poema de Tomás Morales » El barrio de Vegueta»
Este barrio tranquilo, tan diferente en todo
al barrio del Comercio, es plácido y riente;
junto al mar azul tiene un pintoresco modo
igual que el de esas claras villas del Continente.
Fundación primitiva del genio aventurero,
brilló, en pasados tiempos, con propios esplendores,
y tuvo un lema, entonces, orgulloso y guerrero:
«La Ciudad del Real», de los descubridores.
La fábrica reciente de los ruidos modernos
le merma, poco a poco, su antiguo poderío.
-Entre ambas hay un seco cauce, que en los inviernos
tiene sus moderadas ilusiones de río.
Frente a frente emplazadas las vastas construcciones;
las dos barriadas tienen hechuras diferentes;
cada cual un aspecto: tal, dos embarcaciones,
de países distintos, unidas por sus puentes.
Esta es la paz callada; a su dormida ausencia
no llegan los rumores roncos de la urbe en celo;
junto a las torres del Seminario y la Audiencia
mejor parece el aire y es más azul el cielo…
Yo prefiero estas calles serias y luminosas
que tienen un indígena sabor de cosa muerta;
donde el paso que hiere las roídas baldosas,
el eco de otros pasos, legendarios, despierta…
Yo prefiero estas plazas, al duro sol tendidas,
que aclamaron un día los fastos insulares;
donde hay viejas iglesias de campanas dormidas,
y hay bancos de granito, y hay fuentes populares…
Y queda el pensamiento dulcemente cautivo,
si ante nosotros abre su portada risueña
alguna de esas casas, que es como un resto vivo
de aquella arquitectura genuinamente isleña.
¡Oh, la casa canaria, manantial de emociones!
Irregularidad de las anchas ventanas,
con dinteles que arañan devotas inscripciones
y pintadas de verde, las moriscas persianas…
Llena está su fachada de un superior reposo,
y bajo la cornisa que festona la hiedra,
el corredor volado del balcón anchuroso
con retorcidos fustes y gárgolas de piedra…
-Se alboroza el espíritu ante un zaguán desierto;
de las plantas del patio viene un vaho fragante;
un descuido ha dejado el portón entreabierto,
como una insinuación a pasar adelante.
Dentro será más bella: habrá tiestos floridos
y, soto las arcadas, colgantes jardineras;
habrá fuertes pilares de tea, renegridos,
sostén de las crujías y amor de enredaderas.
Y en el sombroso fondo del oscuro pasillo,
una clásica «pita» con su loza chinesca,
con la destiladera llena de culantrillo
y el bernegal de barro rebosando agua fresca…
¡Ah, la mansión pacífica de los antecesores!
Tienes luz de familia, tienes paz de santuario;
claramente embebida de cosas interiores:
¡para soñar o amar, albergue extraordinario!
Pronto será un recuerdo tu gracia peregrina;
demolerán las horas tan singular semblante…
¡Hoy mismo eres hallazgo: al doblar de una esquina,
feliz e inusitada sorpresa del viandante
Todo un ensueño vago de ternura y conseja
contigo dulce muere, mientras al mediodía
el reloj de Santa Ana sobre tus techos deja
una parsimoniosa lentitud de elegía…
Mas, a pesar de todo, ¡Oh mi Vegueta!, tienes
tu peculiar ambiente de gracia provinciana,
opuesta al desarrollo novador y a los bienes
que trajo el incremento material de Triana.
Ella se extiende y triunfa; tú meditas conforme,
y en un fulgor de estirpe se enciende tu aureola
cuando serena muestras, frente al piélago enorme
tu sello, trasmarino, de ciudad española…
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