El recuerdo del olor a su tierra mezclado con su llanto fue cubriendo de surcos su rostro, y un día cualquiera ese negrito tuvo un hijo en sus brazos, y este nuevo negrito nació americano. Y una tarde cualquiera de látigo y escarnio, una india caribeña le parió otro negrito raro.
Ese nuevo negrito sufrió la esclavitud mirando su mundo con ojos oblicuos y cabello ensortijado, y comenzó a cantar con su tambor bajo palmeras mecidas al compás de las olas, y ese negrito, raro una noche de ron y de rumba, enloqueció de amor al ver los ojos azules de aquella francesita de labios pintados, y se apareó con ella. Y les nació un negrito mucho más raro. Aquel nuevo negrito tenía la piel de miel y los ojos verdes cuajados de esperanza, y a su rostro lo adornaba una boca sensual y unos ojos en flor.
Y siguió la historia de aquellos negritos cruzándose entre negras, indias y extranjeras en aquel calor infernal de las primeras quimeras, entre brujerías y ritos, tambores y canela. Han pasado cinco siglos, y en aquella isla pura de cristal y sol ahora corre una sangre de color mulato y sabor a guayaba, de música alegre y sinfónicas de miel con ritmos de cañas y violines, y el tataratataratatara abuelo que llegó en aquellas primeras carabelas desde el cielo ríe al ver a su tataratataratatara nieto tocar el arpa con manos de ángel y rostro de primavera.
Hoy un mulato se mira en el espejo y ve un poco de aquel negrito, de aquella india taina y de aquel caballero europeo que un día golpeó a la abuela y engendró en el cañaveral a la esclava de ojos oblicuos.
De aquellos esclavos nos nació la patria, y este mulato sería borincano "aunque naciera en la luna"*.
*Frase de un poema de Juan Antonio Corretjer (Poeta Puertorriqueño)
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