HUELLAS

[Carlos Brid]

La estación espera desierta y despierta la llegada aún.
Sus ladrillos en su poroso tiempo parecen estatuas amorfas que juntan su humildad para parecerse a esos imponentes muros donde oran los devotos y se apoyan en las noches los ebrios.
Los yuyos asoman de las grietas y los gritos de antes están encerrados en el cajón de la espera. Ya nada vuelve a su lugar, pero los techos aun resisten en el herrumbre las lluvias y la desidia.

Cuando el día empieza a retirarse, las copas de los eucaliptus comienzan a esconder su verde y el sol que se va, despliega sobre las ramas su adiós naranja. La brisa ondea sus copas con una frescura que solo allí se siente, abajo en el campo, el calor del estío se quedara un rato más. Los sonidos también. Mas tarde bajo el cielo nocturno vendrán otros y así en la monotonía bella del paisaje el tiempo se alarga, se estira como si no tuviera prisa. 

Esa es la cara de la soledad, pero no es la única. Hay otras caras también, solitarias, que esperan y dentro de sus sueños están en celdas los días que no vinieron. En algunas noches detrás de la estación, en el pajonal duro que resiste el embate del clima, en algunas noches se siente un vocerío lejano. Es el viento nada más, se parece a un bullicio y también a veces a un lamento amortiguado por el ruido del aire en el pasto desmadrado y también un pitido casi apagado.

Es el viento que anda libre y en torbellinos nos trae recuerdos.

Y también es el tiempo, que no se toca, que no se ve, pero que a veces nos enmudece con las manos cerradas mirando un horizonte sin respuestas.

Carlos Brid

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[Elias Antonio Almada]