SEMBLANZA DE JORGE FERNANDEZ DÍAZ /PREMIO NARRATIVA ESTEBAN ECHEVERRÍA 2016
Cuando a los 12 años su madre le regaló una colección de Robín Hood, Jorge Fernández Díaz periodista, escritor, inició su experiencia en lectura de ficción y aventuras y empezó a escribir. Sus maestros, por entonces, fueron Robert Louis Stevenson, Herbe George Wells, Joseph Conrad, Julio Verne, Daniel Defoe Unos años después, se apasionó con las películas norteamericanas del ’40, el ‘50 y el ’60, cuyos realizadores son grandes narradores de la vida cotidiana. Alguna vez oyó que se las calificaba de mediocres, pero se enteró con el tiempo que Federico Fellini ponderaba al conocido director cinematográfico John Ford, porque reconocía la nobleza de su obra y su mensaje. Y el arte popular noble fue desde entonces la meta de Jorge Fernández Díaz.
En 1981 ingresó al periodismo fundando la revista “Retruco” considerada mítica en ese tiempo de dictadura. Colaboraban con él Juan Sasturain, José Pablo Feinman y Luis Gregorich. Luego, colaboró con las revistas “Qué” y “El Periodista de Buenos Aires” con investigaciones de campo para notas políticas y sociales. Ese caminar la calle, ese conocer los personajes cara a cara, le sirvió mucho cuando ingresó a la edición vespertina de “La Razón” que en ese momento dirigía Jacobo Timerman. Allí aprendió el oficio y a admirar a Emilio Petcoff quien “Era, a un mismo tiempo, periodista y erudito. En una profesión donde todos somos expertos en generalidades y formamos un vasto océano de diez centímetros de profundidad, Emilio resultaba exótico y admirable. Ya de vuelta de casi todo, escribió en Clarín crónicas
policiales del día. Salía por las tardes, merodeaba comisarías, gánsteres, buchones y prostitutas, y luego tecleaba en su Olivetti historias oscuras que destellaban genio. Una de esas crónicas perdidas comenzaba más o menos así: "Juan Gómez vino a romper ayer el viejo axioma según el cual un hombre no puede estar en dos lugares al mismo tiempo. Su cabeza apareció en la vereda y su cuerpo en la vereda de enfrente", nos cuenta Fernández Díaz. Gustavo Germán González y Rodolfo Walsh despertaron también su admiración. Lector empedernido, se acercó a autores como Dachiell Hammett, Raymon Chandler y Ross MacDonald, ni bien fue incorporado como redactor especial de la sección Policiales de La Razón. Es allí donde mientras frecuentó el diálogo con Ernesto Shoo y otros grandes en las auténticas tertulias de las redacciones, escribió la novela policial “El asesinato del wing izquierdo” que fue publicada por entregas en la misma sección de los crímenes y le dio gran popularidad. Es una denuncia sobre la mafia en el fútbol, la cual le dio pie para seguir con el folletín e inventó un personaje: Emilio Malbrán, que no es más que él mismo u otro cualquiera. Construyó otros relatos que fueron recopilados y publicados por Editorial Sudamericana con el título “Alguien quiere ver muerto a Emilio Malbrán”.
Época memorable que se apaga cuando cierra la edición vespertina de La Razón, merma el trabajo en Buenos Aires y determina la migración de Jorge a la Patagonia, más precisamente a Neuquén. Allí colaboró con el diario. Allí conoció de cerca los feudos, la naturaleza humana y los grandes crímenes que volcaría después en sus novelas. Ya de vuelta en Buenos Aires fue secretario de Política en “El Cronista” y luego subdirector de las revistas “Somos” y “Gente”. Por entonces ya sabía que el periodismo y la literatura eran sus dos amores: “Yo
decía: una mi mujer y otra mi amante, pero me equivocaba. Todo es parte de lo mismo porque la ficción te permite contar la verdad incontable en el periodismo”, nos explica. Es que en el periodismo podemos contar lo que se puede probar, aunque la información nos ofrezca otros datos. En la ficción esos datos son aprovechados.
Tiene 12 libros publicados, muchos de ellos novelas negras y muy populares. Podemos decir que el periodismo, la épica y el cine son los soportes desde donde parten sus libros. Ya vimos nacer sus novelas de la crónica policial. Tenemos también “El hombre que se inventó a sí mismo” que es una larga crónica sobre la vida y obra de Bernardo Neustadt quien se encargó de silenciarla una vez que salió a la luz. También otra novela que fue ponderada por Tomás Eloy Martínez quien la calificó de “formidable” y donde se mezcla la épica y la crónica “El dilema de los próceres”. Aquí, Borges se convierte en Watson en una recreación de Sherlock Holmes, tiene ocurrencias e ironías, vuelos circunscriptos al desarrollo de la acción, amor por la palabra y transmisión de ese amor. “Y no vendió nada”, nos asegura Fernández Díaz. Su próxima producción fue Mamá, una larga crónica que le llevo 50 horas de diálogo con su madre, inmigrante asturiana; record de venta y lectura aquí y en España. “Joan Manuel Serrat, recién llegado de España, me llamó desde el aeropuerto de Ezeiza para felicitarme”, memora Jorge. José Pablo Feimann opinó “Mamá es tan poderosa como la vida, pero la vida no está tan bien escrita”. Y Marcos Aguinis: “Fernández Díaz ha escrito un texto que pretende la modestia pero que ha saltado hacia páginas de maravilla.”
Por entonces fundó el diario Perfil del que fue subdirector y dirigió la revista Noticias antes de entrar en La Nación como
secretario de Política y luego, de Cultura. En esa época publicó “Fernández”, una autobiografía que recibió críticas contundentes. Por ejemplo, la de Arturo Pérez Reverte escritor y periodista español, miembro de la Real Academia Española desde 2003: “Fernández Díaz consigue que todos seamos Fernández y que cerremos el libro como quien se despide de un viejo amigo. Eso es la buena literatura; lo demás son milongas”. Martín Caparrós señaló: “En un país donde se escribe para ocultar lo que se es, él escribe para mostrarlo, de forma tan realista como ficcional”.
Creó en La Nación una serie de secciones: la primera fue “Los intelectuales y el país de hoy”. Los domingos creó otra, en la Revista de La Nación, sobre los vínculos amorosos, cuya compilación devino en el libro “Corazones Desatados” al estilo de su mentor Tomás Eloy Martínez en “Ficciones verdaderas”. También por entregas, publicó en el mismo diario faenas desconocidas del general San Martín en los combates de Arjonilla y Bailén. De allí surgió “La Logia de Cádiz” una novela que publicó en Planeta y que cuenta la conversión ideológica del prócer, las intrigas de la masonería y el combate de San Lorenzo que, asegura, duró 10 minutos. “Quise escribir la novela de mi gran héroe que me hubiera gustado encontrar en Robin Hood” confiesa Jorge
Junto a Tomás Eloy Martínez y Hugo Becaccece creó para La Nación el Suplemento Cultural “Adn Cultura” y lo dirigió. En 2009 divulgó “La segunda vida de las flores” ubicada en Palermo Viejo y donde reaparece Fernández, el personaje de sus novelas negras. Mario O´Donell aseveró que “La segunda vida de las flores es la mejor novela argentina que leí desde bastantes años atrás”. Al año siguiente divulgó en La Nación: “Historias con Nombre y Apellido”, relatos de héroes desconocidos: soldados
de Malvinas, detectives, cazadores y otros. Se compilaron también en un libro: “La hermandad del Honor”. De uno de sus capítulos, “Rescatando al Sargento Villegas” que cuenta el amor filial entre un suboficial y un soldado en Malvinas, opinó en España Pérez Reverte “Uno de los textos más hermosos que conozco, sobre la amistad, el valor y la lealtad” El libro tuvo mucho éxito en aquel país. Algunas de estas crónicas fueron incluidas por el realizador cinematográfico Juan José Campanella en sus series transmitidas por el canal Encuentro. En 2012 salió a la luz “Las Mujeres más solas del mundo”, una obra que vuelve a unir el periodismo y la literatura.
En 2014 publicó “El Puñal” una novela que trata de un agente de inteligencia: Remil (soy amigo o me trato con muchos de ellos, confesó Jorge). Su trama deviene en una historia de obsesión amorosa. También en un paseo por la narcopolítica y la corrupción más oscura. Y él confiesa: “Quise desvestir al mismo tiempo la política y el amor y quedó un thriller lleno de gánsteres con corbata que se dividen los negocios y se extorsionan mutuamente”. A comienzo de este año 2016 editó “Te amaré locamente” inscripto en la categoría de “aguafuertes sentimentales”. Son notas devenidas en cuentos y cuentos devenidos en notas. Su realismo no es para nada mágico. Quizá sea Jorge Fernández Díaz un ejemplo del escritor de la posmodernidad despojado de todo y abarcándolo todo.
Digamos que sus premios no se quedaron atrás. El gobierno español y la Comunidad Española lo premiaron con la Medalla de la Hispanidad; fue distinguido con la Medalla del Bicentenario como premio a su labor periodística y literaria; recibió el Premio
Argentores, por su guion por “El hombre de tu vida”, también dirigido por Campanella; y en 2012, de manos del embajador de España, Rafael Estrella de la Cruz, recibió la Orden “Isabel la Católica”, la más importante condecoración de la Corona Española a un ciudadano extranjero. La recibió por su aporte a la cultura y por real resolución de Juan Carlos I de Borbón. Y hoy recibe este consagrado Esteban Echeverría tan ponderado por Jorge Luis Borges porque “son los pares los que nos premian”.
Para terminar, digamos que Jorge Fernández Díaz camina todos los días desde Santa Fe y Bompland hasta las barrancas de Belgrano. Piensa, mientras lo hace, en la forma más prolija de ir al campo de investigación, rescatar el personaje y mal formarlo en su edición, para cuidarlo. Convertirlo en un héroe perverso que es más que el antihéroe. Piensa en que se da el lujo de tener por compañera de vida a una afamada e impecable crítica literaria, Verónica Chiaravalli, que está a su lado trabajando hace años y hace cuatro se convirtió en su esposa. Que sus dos hijos, Martín y Lucía siguen sus huellas. Se para ante el escaparate de una librería y se pregunta ¿“Qué más puedo escribir? Ya está todo dicho”. Piensa, por fin en su próxima ponencia de julio del año que viene, en la Academia Argentina de Letras, donde ocupa el sitial de Juan Bautista Alberdi. Madura su idea de que el periodismo se divide en dos ítems: el que informa y el que articula. Y éste último tiene tres variantes: el crítico o editor, el cronista literario y el articulista que habla de costumbres y conducta o es ensayista, ejerce una forma afilada del ensayo. A esto último aspira. A ser un escritor público que cuenta la cotidianeidad con finura, con estilo, con esa cualidad cinematográfica que caracteriza su relato, porque quien se haya
asomado a sus libros, pensará siempre que está viendo una buena y sui generis película de impecable factura: el arte popular noble, como él lo designa.
Muchas Gracias.
Vilma Lilia Osella
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