LA CALLE ES UN PELIGRO PARA EL NIÑO FUGADO

[Eladio Rodulfo González]

LA CALLE ES UN PELIGRO PARA EL NIÑO FUGADO

Una vez en la calle el menor fugado del hogar tiene que afrontar muchas dificultades para las cuales muchas veces no está preparado en razón de la edad y del grado de educación doméstica recibida, entre otras causas.

En algunas ocasiones vagará por las calles y avenidas sin rumbo fijo. Tratará de obtener alimento y abrigo. Para satisfacer ambas necesidades realizará pequeños trabajos poco remunerativos, implorará  la caridad pública, cometerá raterías o caerá en manos de avezados delincuentes que lo explotarán de las más variadas e indignantes maneras.

Al prolongarse la fuga el menor caerá irremediablemente en un campo  extremadamente peligroso: la vagancia. Por este concepto entre 1965 y 1963 ingresaron a diferentes instituciones reeducativas del Estado unos 8349 menores, de los cuales 7676 (91, 93%) eran varones y 675 (8,06%) hembras. Estas cifras, que apenas arrojar luces sobre una parte del problema, ya que no todos los menores en estado de vagancia van a parar a instituciones, revelan la gravedad de este drama de tanto impacto social.

Los efectos de la vagancia

¿Qué consecuencias produce la vagancia sobre el menor? Esta interrogante remite a muchas respuestas. En primer término podemos señalar que la vagancia, un estado crónico de fuga, según Benon y Froissard, coloca al menor en contacto con la calle,  de cuya nociva influencia no podrá librarse.

Siendo la calle un camino abierto hacia la delincuencia, será éste su destino inmediato inducido por las propias circunstancias de su situación o bajo la guía de individuos de los bajos fondos que saben obtener provecho de la problemática que le envuelve.

En relación a los efectos nocivos de la calle sobre el comportamiento de los niños el especialista Neptalí Zúñiga advierte:

“El abandono tanto moral como material ha Influido poderosamente en la delincuencia de los menores...En la calle iniciaron la vida del ocio y la vagancia. Encontraron a los amigos orientadores en las armas de la vida. Allí  fueron testigos de escenas violentas y bruscas. Acudieron a lugares diferentes de distracciones, robando a sus padres o tutores. Encontraron en estos lugares la fuente del delito. El muchacho sigue gradualmente la vía del crimen: se inicia en el hogar por las influencias negativas de la familia, se acentúan en la escuela y se agrava en la calle.

 En síntesis, conforme a lo expuesto por Zúñiga, la calle viene a ser la última fase de un proceso de desarticulación de la conducta infantil que comienza en el hogar.

Sobre el mismo tema un documento del extinto Consejo Venezolano del Niño anterior denominación del también Instituto Nacional del Menor, expresa que el chico “Al no encontrar en su bogar la seguridad que anhela, ni la protección que necesita, concede poco valor a la familia y  traslada  su radio de operaciones vitales a la calle, donde tropieza con otros menores igualmente abandonados”.

Hay otras opiniones. Rafael Salazar, por ejemplo, sostiene enfáticamente que “El problema del hogar irregular trae como secuela la vagancia, y con ésta los trastornos graves de conducta”.

En cambio Luis Villalba Villalba asienta: “Es un hecho que la mayor parte de nuestros menores con trastornos de conducta, han sido pequeños vagabundos”.

Mientas que Pablo Cova  García sustenta el criterio que tanto el fenómeno del callejeo como el pandillaje constituyen el preámbulo de la delincuencia.

Finalmente el especialista francés Jean Chazel tiene una opinión categórica: “Es indudable que la vagancia es una amplia puerta abierta a la delincuencia”.

La calle, cono se infiere del análisis realizado, conduce al menor al delito, es decir, constituye una escuela práctica para el entrenamiento delictivo.

En 2014 todavía existe en Venezuela tan terrible flagelo social. Pero ahora multiplicado, a pesar de que el líder de la mal llamada Revolución Bolivariana. Hugo Chávez Frías,  prometió en 1999 que se quitaría el nombre si en seis meses había niños en las calles. Prometió dignificarlos. Nada de ello ocurrió.

Y cuando murió el tirano después de 13 años de opresión en fecha no precisada,  se le rindieron honores póstumos de Jefe de Estado con el mismo nombre con el cual juró ante lo que llamó moribunda Constitución en febrero del citado año cumplir y hacer cumplir las leyes de la República.