La cama aunque se vista de seda, mutilada se queda.

[Elizabeth Quezada]

 

Anoche mientras leía sus versos, sus notas invitaban a mis hadas a seducir a la luna en un reino celestial, entonces, caí de pronto en un ambiente extraño que no me era ajeno, me vi acostada, trémula de apetitos en débito en una cama  de caoba vetusta de cuatro postes erguidos adornados de telares transparentes que cubrían el lecho como a un recinto de monarcas. El mullido colchón vestía azahares y pétalos rojos sobre unas satinadas sedas color salmón pálido. Ocho almohadones en disímiles tonos de ocres y pasteles con base salmón, fungían como espaldar y cabecera de los consortes. Los olores mezcla de esencias frutales y maderas  competían con el de mi piel ávida de fuegos artificiales. Una bandeja de manzanas y uvas esperaban en la mesita de la izquierda junto a velas rojas con olores a canela. Los bombones derretidos de chocolate y fresas se derramaban en mis pechos cansados pero firmes y vestían mi desnudez esperando por el rey que coronaría mis ansias. Dos copas de vino tinto y una botella recién descorchada, a la derecha de la cama, esperaban el pináculo del rito amoroso… mis labios pintados de chocolate y fresa,  libidinosos mordían sus labios, sus dedos, en  el instante de su entrada triunfal, cuando  se dirigía presto y sin prisa a aliviar la incontinencia sur que se engrosaba ágil de palpitaciones convulsas y deleite atemporal…sí, respiración profusa, gemidos, sigue… sigue… ¡cuando de pronto! Sonó la alarma despertadora… ¡No es posible! Me dije…casi lo logro.