LA LLAVE...

[Francisco Molina Infante]

-Cuando Francisco intentaba colgar el cuadro, que estuvo colgado -minutos antes- en la pared de enfrente –en la parte trasera de la puerta de entrada a su casa- y, afortunadamente hacía espejo con la luz de la calle. Al abrirla: pudo ver, como la hoja tras de sí se movía lentamente, tratando de entre abrirse y, no era un soplo de viento inadecuado, sino que le pareció, que la mano de alguien la empujaba lentamente. Afortunadamente se percató de ello y rápidamente se volvió para cerrarla; fue cuando se sorprendió más aún: al ver la figura de un joven fornido, que trataba de abrirse paso y penetrar sigilosamente en el interior -seguramente no con muy buenas intenciones…; rápidamente soltó el cuadro de las manos, al cual se le rompió el cristal en la caída y se acható una de sus esquinas.     Se volvió completamente y con gran ímpetu trató de cerrar el postigo, que seguía lentamente abriéndose; cuando alcanzó la hoja el joven ya estaba traspasando el quicio; pero afortunadamente pudo llegar a tiempo de cerrarla, no sin antes haber tenido que hacer un gran esfuerzo, pues el tipo ya casi estaba dentro. Cuando consiguió cerrarla: creyó que se la había estampado -de alguna forma- en plena cara.                                                                                               Su adrenalina se desbordó de súbito y aún tuvo, que sentarse en la silla, que había detrás de la puerta para tratar de tranquilizarse del mal trago sufrido.                                                                           Quedó muy pensativo y medio aturdido por el trance, pues no podía imaginar, que hubiese tenido tan grave olvido de no cerrar la puerta de entrada de su casa, cuando sabía muy bien, que las calles estaban llenas de personas indeseables y, a la menor oportunidad, se te cuelan para robar, asaltarte en tu propio hogar e incluso violentar a cualquiera de los que se puedan encontrar dentro.                           En esos pensamientos estaba, cuando escuchó un leve ruido que provenía de la cerradura, como si algo extraño se estuviera introduciendo en el ojo de la cerradura y el postigo de madera maciza, que contenía la cerradura se abrió de repente; sólo le dio tiempo a incorporarse de la silla donde estaba sentado y, -aún estaba en ello-, cuando una mano extraña lo empujó de golpe tratando de abrirse paso. Consiguió Francisco incorporarse totalmente a pesar de aquella manopla y sin poder articular palabra por la sorpresa, pero el ímpetu que puso en ello: lo hizo retroceder de tal forma que el intruso, se vio obligado a desandar su atrevimiento. En dos pasos arremetió hacia aquel joven, pero éste echó a correr; Francisco trató de gritar al tiempo que corrió unas zancadas tras de él, pero no podía articular palabra, el sonido de su voz no le salía de la garganta, quería a toda costa pedir auxilio a varias personas, que estaban charlando en la esquina de la parte derecha de la calle, pero la voz no le salía del cuerpo; sólo notaba que su cuerdas vocales se le habían quedado obstruidas, como si tuviesen una red o filtro, que no dejaba pasar el aire para poder pronunciar algo de voz, lo suficientemente sonoro para ser escuchado; no tenía ningún timbre de voz;  tan sólo -con la boca desencajada y muy abierta- podía notar que articulaba algo parecido a un art... Art..., entrecortado y seco, cuyas ondas sonoras, no llegarían ni a la ventana de su propia casa.                         Cuando su mente más se esforzaba en que le saliese una petición de auxilio prolongado u sonoro, más atascado guturalmente se sentía; sus cuerdas vocales seguro, que se habían aflojado tanto: que no las podía hacer vibrar, por más esfuerzos que él hacía.           Finalmente se volvió a la casa, pues el joven rápidamente se había quitado de en medio, y ya, ni se le podía divisar: al haber tomado la calle perpendicular, que hacía esquina por la parte izquierda.          Se aseguró bien de cerrar la puerta tras de sí y de echarle el cerrojo, que estaba por encima de la cerradura; volvió a sentarse en la misma silla y rápidamente apoyó la cara sobre sus dos manos, cerró los ojos y pensó en cómo le había pasado aquello y se hacía muchas preguntas: ¿será que mi mujer, ha perdido las llaves o alguien en un descuido se las quitado y después la ha seguido para saber dónde vivimos y posteriormente perpetrar el robo o tal vez algún oportunista habilidoso, que con una ganzúa ha conseguido entrar abriendo fácilmente la cerradura?; estas y otras similares preguntas se hacía, mientras se tranquilizaba de la sorpresa recibida; pero cuando se preocupó verdaderamente, fue cuando pudo comprender, que el intruso, también podía venir buscando otra cosa, que no fuese el robo material, posiblemente hacer el secuestro de algún miembro de su familia y por eso no había tenido ningún tipo de reparo en tratar de introducirse sigilosamente en la casa a plena luz del día; pero mucho más le preocupó, cuando pensando en la noche, pues también podía hacerlo y seguro que sería más cómodo para él intentarlo; pues les cogerían durmiendo, entonces las cosas sí que se podrían poner peliagudas y mucho más peligrosas e inesperadas; ya que, al cogerte durmiendo, no puedes reaccionar a tiempo, como le había ocurrido momentos antes.                                                                              El cuadro se quedó por lo menos dos días sin colgarlo de nuevo y hasta se olvidó de hacerlo, a pesar de que siempre que salía a la calle o entraba de ella, lo veía haciendo soporte desde el suelo a la pared de enfrente.                                                                            Cuando pudo estar algo más tranquilo se levantó de la silla y se dirigió a la cocina, no sin antes asegurarse de que la puerta de la calle estaba muy bien cerrada e incluso comprobó el cerrojo echado y hasta le puso la silla, donde había estado sentado, como tranca. Cuando llegó a la cocina, donde estaba Mariló preparando unos espaguetis con carne picada y tomates fritos, aún iba algo blanquecino debido al trance pasado a escasos metros de donde estaba su mujer cocinando la cena y del que no se había percatado a pesar de que debió haber algún ruido extraño, que pudiese ponerla alerta; pero sí que le notó lo blanco que estaba en esos momentos; por ello le preguntó: ¿Francisco, te encuentras bien? a lo que él le contestó, con un: ¡si estoy bien!.                                                    No quiso repetirle los momentos que había pasado con aquel intruso, que había tenido la pretensión de introducirse en su hogar con tan malas ideas en la mente. No quería alarmarla: ¿para qué; no serviría de nada? y, siempre estaría ella con el corazón en la mano, pues era excesivamente sensible a los acontecimientos inesperados; y este: lo había sido, sin ningún tipo de dudas.                                  Habrían pasado unos cuatro días y cuando todo se tranquilizó un poco en su persona, pues incluso él ya estaba olvidando lo sucedido en aquel intento de asalto; estaba reunido con unos amigos en el bar de la esquina de la calle, cuando le pareció ver al individuo, pues tenía el mismo aspecto y cuando cruzaron sus miradas, pudo observar, que rápidamente le eludió en la mirada y al poco ya se había marchado del bar.                                                            Seguro que ese tipo es la misma persona que quiso asaltarme días pasados en mi propia casa, empezó a decirles a sus amigos, pero cuando volvieron la cara hacia el sitio que Francisco les decía, el joven ya había desaparecido de la escena.

[Elias Antonio Almada]

Un gusto leerte