LA VOZ DE CERVANTES AL OIDO DE LOS JUECES DE MARMOL
Desde 1713 cuando empezó su importantísima labor la Academia Española de la Lengua, los analistas del “Quijote de la Mancha” no han alcanzado a sacar a flote las ideas y mensajes del principal protagonista de la novela, pero han destacado el ingenio de su autor para valorar al hombre y determinar las categorías del comportamiento humano: honor, valor, honestidad, lealtad, altruismo y muchas más que proyectó a través del “Hidalgo de la Mancha” quien no obstante su inefable locura expresó el anhelo de que algún día se haga realidad el imperio de la justicia y se logre el respeto de los valores y derechos humanos, como presupuestos de armonía y de paz.
Cervantes soportó azarosas situaciones durante su vida: pobreza, prisión, enfermedades, fue herido cuando peleó en la Batalla de Lepanto, y vivió las angustias de un desempleado acosado por ingentes necesidades. Y entre los muchos avatares soportó enojosas situaciones y problemas en el seno de su propio hogar. Pero al mismo tiempo fue un valiente guerrero y esforzado luchador por la justicia para los pobres y desvalidos y se distinguió por su hidalguía, por el respeto a la libertad y los derechos del hombre como ser humano, todo lo cual marcó su vida y la vida ficticia de su “Caballero Andante” Un día Don Quijote le dijo a su escudero: “La libertad, Sancho, es
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uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; por la libertad, así como por la honra se puede y debe dar la vida, y por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”. Por este mensaje Mario Vargas Llosa escribió: “Al mismo tiempo que una novela sobre ficción, el Quijote es un canto a la libertad”. Es que el concepto de libertad de Cervantes no era el mismo de los detentadores del poder en ese momento histórico de su vida, y ello determinó el ánimo justiciero del “Ingenioso Hidalgo” en su recorrido por las Llanuras de La Mancha.
Los humildes y menesterosos del mundo conocido por Cervantes, no conocían las bondades de la justicia ni de la libertad, ni el derecho a la igualdad. Y a muchos les tocó vivir “una dolorosa sucesión de fracasos, de penurias y de vergüenzas públicas, incluida la cárcel”. Y como Cervantes no fue ajeno a esa situación, optó por la mejor alternativa, que fue la de emprender la lucha, para, de algún modo, lograr “reivindicaciones sociales” y el respeto por los derechos humanos conculcados. Pero como no tenía la menor posibilidad, siquiera, de portar sobre sus hombros una pancarta de protesta contra el Soberano, ni contra la autoridad ejercida por los demás miembros de la nobleza, ni podía liderar alzamiento popular alguno contra -
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el gobierno para reivindicar derechos de los pobres, porque no era ningún insurrecto, en el sentido “lato” del vocablo, ni en la comunidad conformada por los menesterosos había conciencia de clase como para apoyar con éxito sus propósitos de cambio y mejoramiento de vida, es razonable inferir que sí lo quiso, de corazón, como se explica por las protestas de Don Quijote cuando constató las torturas y tormentos a que estaban sometidos unos presuntos delincuentes que una vez encontró en su camino, encadenados por el cuello, y recibiendo azotes y maltratos que les infligían los guardias que los custodiaban y conducían.
Todas la experiencias y vicisitudes de Cervantes lo inspiraron para idear el modus operandi de su protesta contra las causas generadoras de esa deplorable situación, y sus sentimientos de inconformidad buscaron un medio de expresión, y apareció, entonces, en su rica fantasía “Don Quijote de la Mancha”, labrado por su ingenio y su prodigiosa pluma. Pero opinar sobre tópicos a que no alude la ortodoxia cervantista resulta aventurado. No obstante, se sucumbe ante la necesidad de decir que ese imaginario protagonista de aventuras y de luchas que también relató historias llenas de mensajes; que ilustró con refranes de la más pura sabiduría popular y dio sabios consejos para lograr su designio que gravitó en el ámbito de la equidad
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y de la justicia, tuvo muchos otros matices que hicieron parte del contexto de su grandiosa existencia: su porte galante con las damas y su actitud de respetable, equilibrado y ecuánime administrador de justicia sin que importaran, para nada, los altibajos de su cordura, que le permitieron a Gaspar Garrote Bernal decir que Don Quijote era “un entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos”.
En fin: Don Quijote ha vivido 400 años, y sin embargo “se halla en la flor de su juventud”, haciendo gala aún de sus hazañas que no parecen tener fin, y describiéndonos en las páginas del gran libro que nutre su vida, sus contiendas, sus actos de valor, sus victorias y derrotas, y mostrándonos la dimensión de su fortaleza espiritual ante los fracasos y adversidades, y ante las incomprensiones de los hombres cuando anduvo por los caminos de La Mancha protegiendo a los menesterosos. Entonces no se amilanó ante las burlas y denuestos de la gente que presenció sus batallas. Por esto hay que creer que Cervantes se proyectó en su combatiente personaje para darnos ejemplo, y para enseñarnos que no se debe ser indiferente ni apático ante el dolor ajeno, ni pusilánime ante las injusticias y vulneración de nuestros propios derechos. Los frutos de este ejemplo están registrados en los anales de la historia.
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Es preciso anotar que las opiniones que aparecen en estos acápites corresponden al discernimiento sobre varios de los mensajes que afloran en las páginas de la imponderable obra de Cervantes, independientemente del inmenso valor literario que se evidencia en esas mismas páginas, “apasionadas y deschavetadas, fecundas y delirantes”, como las califica el periodista y académico Don Juan Gossaín.
Cómo no exaltar el querer de Cervantes, de darle la mano amiga a los menesterosos para levantarlos del nivel en que los tenía postrados la voluntad de una clase opulenta y egoísta, si ese querer se puso de manifiesto en las páginas de su monumental obra. Y cómo no entender que Don Quijote ponderó sin ambages el derecho a la libertad, el derecho a la defensa y el derecho a la igualdad y a la justicia. Fue por esto que Francisco Ayala escribió: “En el Quijote Cervantes recoge las experiencias de los recuerdos de su vida”. Don Quijote ofició como juez en improvisados estrados judiciales, como el que levantó frente a los guardias y comisarios que conducían encadenados y atados por el cuello, como eslabones humanos, a sus prisioneros destinados a trabajos forzados en las “galeras” del Rey, y repudió el tormento y la tortura como métodos para obtener la confesión de los sindicados de delitos. Por eso reflexionó: “Aquí encaja la ejecución de -
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mi oficio: desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables” … “No es bien que hombres honrados sean verdugos de los otros hombres”. “Me parece duro caso hacer esclavos a quienes Dios y la naturaleza hizo libres”.
En otra de sus reflexiones su mente se remontó al primer estadio de la humanidad y expresó: “Dichosa edad” y “siglos dichosos” que los antiguos “pusieron nombre de dorados”, porque en esa “edad venturosa los que en ella vivían ignoraban las palabras “tuyo y mío”, y todas las cosas eran comunes y “todo era paz, todo amistad, todo concordia”. En esta añoranza enmarcó la verdadera dimensión de la justicia, con la recóndita esperanza de lograr lo mismo en el remoto futuro por la acción de la justicia. Por ello expresó que para “profesar la ciencia de la caballería se requiere ser jurisperito y saber las leyes de la justicia distributiva, y conmutativa para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene”. Y tuvo como su imperativo docente enseñarle a Sancho Panza cómo debía administrar justicia, para lo cual le impartió las siguientes reglas, que hoy, transcurridos 400 años, siguen teniendo vigencia y constituyen un significativo mensaje para los administradores de justicia que Andrés Fernando Nanclares Arango denomina “jueces de Mármol”, aludiendo aquí al tango “Volvamos a empezar (Alfredo de Angelis y su orquesta típica):
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- “Mira Sancho: si tomas por medio la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que padres y abuelos tienen príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se conquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale.
- Nunca te guíes por la ley del encaje (=nunca juzgues con arbitrariedad) que suele tener mucha cabida en los ignorantes que presumen de agudos.
- Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico.
- Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre.
- Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo.
- Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva -
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sino con el de la misericordia.
- Cuando te sucediera juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso.
- Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones.
- Al culpado que cayere bajo tu jurisdicción considérale hombre miserable (digno de misericordia), sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstrate piadoso y clemente, porque, aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia.
- Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera despacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu corazón en su llanto y tu bondad en sus suspiros”.
Jaime Ignacio Jaramillo Corrales
Condorandino, El Gran Peregrino
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