Les contaré una historia que desde niña he escuchado. Cuando pasaba por una casona decía que se oían los gritos de la niña Alba. Lean y verán porque gritaba.
Era una ciudad un tanto grande, de aspecto colonial, con casonas inmensas, altas y de tejas rojas, con ventanales amplios donde las muchachas se sentaban en las tardes, las matronas cuidaban de sus hijas como tesoros intocables, las niñas _como les llamaban _ siempre con sus hermanos mayores y ya a los 12 años de edad estaban comprometidas. Esta es la historia de una señorita respetable de los años ’30 bien pudiera ser de esta época, pues la “niña” muy adelantada estaba. Veamos las andanzas de esta joven.
Una tarde soleada de verano, la joven Alba caminaba con su sombrilla de seda de flores rosadas, un bello traje de tachones color miel, zapatos de tacones cuadrados un poco alto, en su cabello dos gardenias que dejaban su estela. La joven de ojos azules y cabellos dorados va por la plaza mayor, sola, los jóvenes y caballeros, con un asentir de cabeza y movimiento de sombrero la saludan sin quedar ninguno sin hacerlo, ella los mira por encima del hombro como si fueran renacuajos salidos del estanque. Camina pausadamente dándole vueltas a su sombrilla, pasa por la puerta mayor de la catedral y se santigua. Es una joven espectacular, hija de buena familia, con la educación que le sale por los poros, para muchos casi una santa. Las mañanas en la iglesia limpiando los santos, en las tardes en su casa, con costura y bordado y en la tardecita en la misa de seis del padre Pacho, ayudando en la sacristía y ordenando la ropa del curamichate.
Alba tiene la confianza de la ciudad entera, así que va por doquier sin que nadie le reproche nada. Una tarde sale a caminar como de costumbre y se encuentra a los seminaristas que van en fila con rosarios en las mano, un misal y con la cabeza gacha. Los mira a todos con sus sotanas negras y recuerda el poema del seminarista de los ojos negros, sonríe vagamente y vuelve a ver a los seminaristas. Ve que uno de ellos se sale de la formación y se mete en las ruinas de una casona vieja, ella es invadida por la curiosidad y lo sigue. Busca entre los escombros con la mirada hasta que ve al seminarista con la sotana alzada y en su mano su miembro varonil. Un leve cosquilleo siente Alba en su interior un calor que le sube por el cuerpo y se oculta al ver que el joven termina de orinar y busca la salida.
Alba se mete en la iglesia y comienza a rezar. Reza y reza como queriendo borrar algún pecado cometido. Ya cuando la misa termina y van a cerrar la iglesia es cuando ella se da cuenta de lo tarde que es, se levanta y se marcha a su casa.
Al día siguiente ella siente la curiosidad de ver al seminarista nuevamente y se va a la casona vieja y se oculta antes de que llegue, espera y espera hasta que por fin... entra el seminarista y busca su tan ansiado por alba miembro varonil. Éste lo extrae y empieza a orinar como es su costumbre, pero hay una función más el seminarista le habla y le dice cosas que ella no comprende, al final oye que le dice:
_Esta bien amigo mío, te daré una sobadita para que tu dolor pase y quedes en paz. El joven comienza a frotar su pene y Alba observa, la escena y sin más ella observa detenidamente. El seminarista se va y ella siente una humedad que no puede explicar.
En la noche Alba no puede dormir, la escena del seminarista acosa su mente, sintiendo en su interior que un cosquilleo se apodera de ella, la humedad crece enormemente y ella no sabe que hacer. Entonces viene a su mente las palabras del seminarista cuando le dijo a su miembro que lo sobaría para que dejara de doler y es cuando ella lleva sus dedos hasta su intimidad y comienza a frotar también como el seminarista y siente que el dolor y un no sé qué extraño invade su cuerpo, sus sentidos y sin darse cuenta grita de placer, su madre oye los gritos y corre a su auxilio, ella se da cuenta que la madre entra a la habitación y rápidamente se cubre con la sabana. La madre pregunta que sucede y ella solo dice que tenia una pesadilla; y vaya pesadilla la que tenia.
En la tarde del día siguiente se fue mas temprano a la casona caída y el solo pensar lo vivido la noche anterior y lo que vio en el seminarista, ya su humedad estaba al máximo cuando el seminarista entra ella está allí, con la falda del vestido alzada, su intimidad expuesta y sus dedos en afán trabajoso, el seminarista con ojos desorbitados la mira y le dice:
_Disculpe, no sabia que estaba acá. Perdone
_ no, no se preocupe, es que yo vengo acá porque tengo dolores igual que usted, y como usted los calmar acá, yo también vengo a calmar los míos. ¿Usted trae dolores hoy? Porque yo tengo uno devastador._
El seminarista ante semejante escena no puede impedir la erección y le contesta:
_Señorita, no la tenia pero usted me la contagio, así que no me quedará de otra que aliviar mi dolor como todos los días, permítame acompañarla.
El seminarista se siente frente a ella y semejante exposición hacen los dos, cada uno por su lado, sin darse cuenta de lo que en realidad sucedía.
Y así fueron las tarde de ellos hasta que un día descubrieron que el placer lo tenían de la forma que en realidad era, uniendo sus cuerpo en un solo placer, pues
entonces lamentaban haber perdido tanto tiempo en solitarios consuelos de dolores.
La joven Alba ya experimentada en tal cuestión, se va a la sacristía y sintiendo el fuego en su cuerpo una tarde es sorprendida por el padre pacho, viejo cura que aún podía una cana al aire echar. Le dice a la niña:
_Niña Alba, donde aprendió eso?
A lo que ella responde:
_Padre Pacho, deme consuelo a este dolor tan grande, venga usted es cura, usted sabe darle cura, levántese la sotana y déjeme en sus piernas estar.
El curamichate que ya había pensado que moriría sin ver de aquello, no lo pensó dos veces, se santiguo, junto sus manitas como en una oración y cerro sus ojos mientras la niña Alba se sentaba en sus piernas. El cura en un mutismo total, sintiendo que su cuerpo volvía a vivir después de tantos años, bajo el vigor y furia de una adolescente que calmaba su dolor, mientras ella daba alaridos como una gata en celo en las noches gatunas. Ahhhh pobre cura casi muere en el aplaque del dolor de la niña Alba. Ya el cura era parte de esta enfermedad.
La niña Alba regresa a casa, cual pura oveja del redil de Dios.
El seminarista en las tarde aplacando los dolores y tratando de acallar los gritos de la niña Alba, mientras mas fuerte era el dolor, más gritaba esta niña. En las noches cuando la misa terminaba y la niña iba a guardar la ropa del cura en la sacristía aplacaba sus dolores interminables con el pobre párroco que en cada cura que le daba se le iba un trozo de la vida.
Una tarde mientras aplacaba su dolor con el seminarista se aparece un hombre, que quien sabe que dolor lo llevaría hasta las ruina de esa casona atormentada de los gritos de Alba, y observa como el seminarista con sotana alzada
enviste a la joven desde atrás, cuestión que aprovecha éste para entrar de frente a la escena y sin darse cuenta la niña colabora con una fricción al recién llegado que también se queja de dolor.
La niña Alba esta alzando el vuelo, sin salir de su ciudad, ni atravesar el mar y pasar a tierras francesas ya que las que iban para allá decían que venían perdidas. Pero la niña Alba no estaba perdida, solo calmaba un dolor que su interior sentía y estas almas piadosas que colaboraban con ella, no había perdición solo era pura colaboración, como se diría ahora “comunitario y participativo“.
Una mañana la niña estaba en el patio trasero de la casa y el jardinero un negro descendiente de africanos esclavo cuando la colonia. Estaba sentado a la sombra de una mata de mango, ella lo mira y se le acerca preguntándole:
_ ¿Qué te sucede? Tienes mala cara, tienes algo?
El negro por ordenes dada de la señora no le hablaba a la niña pues era una falta de respeto y coloca sus manos en su intimidad , pues no quería que la niña otra cosa fuera a pensar y dijera algo indebido a su madre provocándole tremenda paliza. Pero la niña al ver las manos allí, inmediatamente le dice:
_ Francisco¡¡¡¡ tienes dolores tú también?
Él asiente con la cabeza, pues no quiere hablarle a la niña, no quiere que lo muelan a palos. Entonces la niña sin pensarlo dos veces se levanta la falda y le abre la bragueta. Sus ojos parecen dos parapara inmensas pues además de nunca ver un pene negro, jamás de semejante tamaño, que ni el cura y el seminaristas junto lo igualaban. El negro no podía impedir su naturaleza y menos con el tiempo de abstinencia así que su negro mástil se alzo y la niña Alba de osada en las piernas del negro se acomodo, y como un horno de barro que se traga la leña la niña quedo, impresionado el negro, pero extasiado en la magnitud de la niña de menuda figura, más impresión le dio al sentir y ver que la niña calmaba su dolor como una rueda de feria dando vueltas por demás , yendo de aquí para allá como una experta madama, el negro quería gritar cuando aquel torrente venía, pero recordó el peligro que sería y levanto a la niña corriendo, cuando ésta ve aquella espuma verterse no lo piensa y se abalanza y para colmo del negro que aún no ha salido del asombro la niña lo impresiona más diciéndole que eso que se derrama es la cura para el dolor que ella tiene que beberla para calmar su enfermedad.
La niña Alba fue comprometida con el hijo del doctor del pueblo, mire que la noticia no cayó nada bien ni al cura, ni al seminarista y mucho menos al negro Francisco, que bueno... pensaba que iba a morir y que Dios le había enviado ese regalo antes y premiarlo por sus días de hijo del esclavo.
El hijo del doctor nunca se quejo de dolores y Alba en su interior decía “claro como va asentir dolor si es el hijo del doctor, no puede tener enfermedad alguna”, ese pensamiento la atormento y por noches no dormía y se iba al cobertizo donde dormía el negro Francisco y le pedía que le calmara los dolores por que no los aguantaba. Le decía que tenía el calmante más grande y efectivo que hubiera tomado en toda su enfermedad. Pero que el hijo del medico era sano y eso ... ahhh eso no lo podía aguantar , ella era feliz enferma, esa enfermedad era lo mejor que ella tenia.
Una noche agarro los trapos que tenía, zapatos y unos churupos de dinero que había ahorrado, lo metió en una morral y se fue al cobertizo y le dijo al negro Francisco.
_ Francisco Alzate ahí, camina conmigo que yo no me aguanto al hijo del doctor tan sano, ese no va a querer casarse conmigo que estoy enferma. Así que vámonos, tú estas contagiado como yo, vámonos no tenemos remedio.
Alba y el negro partieron de la ciudad antes de salir el sol, pero la niña se detuvo en la casona vieja donde todo comenzó, y quiso recordar con Francisco cuando se contagio con el seminarista.
A la mañana la madre encontró una carta que decía:
“Madre mía lamento dejarte de esta forma pero tengo una grave enfermedad que ni el cura, ni sacristán, ni monaguillos, ni seminaristas, el clero en pleno, hasta un extraño quiso colaborar y Francisco el negro jardinero también me quiso curar, pero ninguno pudo madre mía así que me marcho con Francisco porque él tiene la mejor cura a los dolores que me dan. Estaré bien, no te preocupes por mi”.
Así la niña Alba se fue de la ciudad, nadie más supo de ella o del negro Francisco, algunas veces se oyen gritos de gatas en celo en la casona y la gente dice que es Alba que aún resuella y que calma sus dolores. No crean que esto es cuento. Esto sucedió en mi pueblo.

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