MI COMADRE

[Monsieur James]

Nada hacía presagiar una tarde diferente de lo que había comenzado de madrugada ese día lunes y que se adveraría extremadamente diferente de todos los lunes que recuerdo hasta esos momentos de mi agitada existencia.

Vivía, con mi familia, en las proximidades de la ciudad de Sol Viejo allá por las arcaicas tierras de Valle Jos. La rutina no parecía por donde quebrarse siquiera, si tengo en cuenta el hecho que el domingo, luego de cumplir los preparativos obligados para enfrentar el día laboral que se avecinaba, nos habíamos retirado a nuestra habitación luego que los niños disfrutaban del dulce y reconfortante sueño, aquel que nosotros, al parecer, estábamos pronto a desalojar de nuestras vidas, al menos por los próximos diez años.

La fatiga hizo despreocuparnos un tanto del encanto amoroso, aquel que nos llevaba por fin a la cama. No hubo, de parte y otra, en la ocasión, reclamos que pudieran cambiar en ternura aquella buena fatiga acumulada. Con el beso acostumbrado y una sonrisa perversa, de un hasta mañana temprano, nos dormimos profundamente.

Eran las tres de la madrugada, Nina, empezó con unos dolorcillos que se acentuaron horriblemente y luego de tomar el teléfono y esperar la llegada de mis compadres, preparé el vehículo y me dispuse a llevarla a la urgencia del hospital más próximo.
Afortunadamente, entre la entrada de mi comadre y mi salida no pasaron cinco minutos.

—No se preocupe compadrito me dijo, yo me quedó hasta que regrese, que todo salga bien mientras animaba a Nina a guardar calma y tranquilidad.

Una leve neblina se había levantado ya en plena madrugada, cuando advertido por la urgencia, me dijeron que podía volver a casa a descansar y que no me preocupara puesto que ya habían estabilizado al paciente y que había que esperar hasta que se le practicaran todos los exámenes, habidos y por haber dejando entrever lo inútil de mi presencia.

Besé en la frente a Nina ya dormida por los sedantes, prometiéndome volver temprano al día siguiente. Eran ya cerca de las cinco de la mañana cuando estaba frente a la puerta de entrada de mi departamento. Sólo en ese momento, me acordé de la entrada apresurada de mi comadre respondiendo al llamado de auxilio que yo les había formulado.

En la vertiginosa velocidad del pensamiento libidinoso, casi rogué que lo que había imaginado, fuera realidad.  Con el morbo acelerado, abrí la puerta con la precaución de no hacer ruido, me conformaría, me dije con verla dormir. Entonces me dirigí directamente al salón, imaginándola promiscua y desventurada, dormitando en el sofá, que en otras oportunidades y por distintas razones ya había utilizado.

Me gustaba la hembra y el hecho de tenerla como comadre le agregaba algo de sórdida picardía a la ocasión.

Grande fue mi sorpresa al no encontrarla en el salón, entonces el corazón me montó a la garganta y el ruido que escapó de las cuerdas vocales más el rechinar de dientes, estaban delatando mi bandolero estado de embriaguez y el enorme apetito carnal, que me despertaba. Sin embargo, me tranquilicé, casi con rabia de pensar que era posible también que mi compadre hubiere tomado el puesto y que estuviera durmiendo a pata suelta en el subterráneo.  Calmado de mi ataque lujurioso y amante, me tomé un cognac y decididamente me dirigí al dormitorio mientras iba dejando mi ropa tirada desde la entrada. Sin siquiera intentar alumbrar la pieza me acerqué a tientas a la cama y casi tartamudeando dije, disculpe comadri… no alcancé a terminar la frase, cuando sentí su dulce mano poner en mi boca el signo de silencio más exquisito de mi rutinaria existencia.

Abrió las sábanas invitándome a deslizarme bajo el sorprendente embrujo de un cuerpo que  pareció adivinarlo todo…

[Carmen Amaralis Vega Olivencia]

James, totalmente factible, natural, le felicito, Amaralis

[LCDA. MIRNA LOPEZ BAEZ]

vaya vaya, cosas que leemos , bueno me gusto

un placer leerte

uin abrazo